21 August 2017

El 22 de agosto Lectura Bíblica Diaria

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Mensaje de la Cruz de Cristo Jesús-Capítulo-1



El 22 de agosto Lectura Bíblica Diaria:

2 Crónicas 21 a 23:
Josafat murió y fue sepultado con sus antepasados en la Ciudad de David, y su hijo Jorán lo sucedió en el trono. Sus hermanos eran Azarías, Jehiel, Zacarías, Azarías, Micael y Sefatías. Todos éstos fueron hijos de Josafat, rey de Israel. Su padre les había regalado plata, oro y objetos de valor en abundancia, y les entregó también ciudades fortificadas en Judá, pero el reino se lo dio a Jorán, porque era el hijo mayor. Cuando Jorán se afirmó completamente en el trono de su padre, mató a espada a todos sus hermanos y también a algunos jefes de Israel. Jorán tenía treinta y dos años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén ocho años. Pero hizo lo que ofende al Señor, pues siguió el mal ejemplo de los reyes de Israel, como lo había hecho la familia de Acab, y llegó incluso a casarse con la hija de Acab. Pero el Señor no quiso destruir la dinastía de David por consideración al pacto que había hecho con él, pues le había prometido mantener encendida para siempre una lámpara para él y sus descendientes. En tiempos de Jorán, los edomitas se sublevaron contra Judá y se nombraron su propio rey. Por lo tanto, Jorán marchó con sus capitanes y todos sus carros de combate. Los edomitas lo cercaron a él y a los capitanes de los carros, pero durante la noche Jorán logró abrirse paso. Desde entonces Edom ha estado en rebelión contra Judá, al igual que la ciudad de Libná, que en ese mismo tiempo se sublevó. Esto sucedió porque Jorán abandonó al Señor, Dios de sus antepasados. Además, Jorán construyó santuarios paganos en las colinas de Judá, e indujo a los habitantes de Jerusalén y de Judá a la idolatría. El profeta Elías le envió una carta con este mensaje: "Así dice el Señor, Dios de tu antepasado David: Por cuanto no seguiste el buen ejemplo de tu padre Josafat, ni el de Asá, rey de Judá, sino que seguiste el mal ejemplo de los reyes de Israel, haciendo que los habitantes de Judá y de Jerusalén fueran infieles a Dios, como lo hizo la familia de Acab; y por cuanto asesinaste a tus hermanos, la familia de tu padre, que eran mejores que tú, el Señor herirá con una plaga terrible a tu pueblo, a tus hijos, a tus mujeres y todas tus posesiones. Y a ti te enviará una enfermedad en las entrañas, tan grave que día tras día empeorará, hasta que se te salgan los intestinos. " El Señor incitó a los filisteos y a los árabes vecinos de los cusitas para que se rebelaran contra Jorán. Así que marcharon contra Judá y la invadieron, y se llevaron todos los objetos de valor que hallaron en el palacio real, junto con los hijos y las mujeres de Jorán. Ninguno de sus hijos escapó con vida, excepto Joacaz, que era el menor de todos. Después de esto, el Señor hirió a Jorán con una enfermedad incurable en las entrañas. Pasaron los días y, al cabo de dos años, murió en medio de una terrible agonía, pues por causa de su enfermedad se le salieron los intestinos. Su pueblo no encendió ninguna hoguera en su honor, como se había hecho en honor de sus antepasados. Jorán tenía treinta y dos años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén ocho años. Murió sin que nadie guardara luto por él, y fue sepultado en la Ciudad de David, pero no en el panteón de los reyes. A la muerte de Jorán, los habitantes de Jerusalén proclamaron rey a Ocozías, su hijo menor, pues a sus hijos mayores los habían asesinado las bandas de árabes que habían venido al campamento. Así fue como Ocozías hijo de Jorán ascendió al trono de Judá. Tenía cuarenta y dos años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén un año. Su madre era Atalía, nieta de Omrí. También Ocozías siguió el mal ejemplo de la familia de Acab, pues su madre le aconsejaba que hiciera lo malo. Hizo lo que ofende al Señor, como lo había hecho la familia de Acab. En efecto, una vez muerto su padre, Ocozías tuvo como consejeros a miembros de esa familia, para su perdición. Por consejo de ellos, Ocozías se juntó con Jorán hijo de Acab, rey de Israel, y marchó hacia Ramot de Galaad para hacerle la guerra a Jazael, rey de Siria, pero en la batalla los sirios hirieron a Jorán. Por eso tuvo que regresar a Jezrel, para reponerse de las heridas que había recibido en Ramot cuando luchó contra Jazael, rey de Siria. Como Jorán hijo de Acab convalecía en Jezrel, Ocozías hijo de Jorán, rey de Judá, fue a visitarlo. Dios había dispuesto que Ocozías muriera cuando fuera a visitar a Jorán. Tan pronto como Ocozías llegó, salió acompañado de Jorán para encontrarse con Jehú hijo de Nimsi, al que el Señor había escogido para exterminar a la familia de Acab. Mientras Jehú ejecutaba el juicio contra la familia de Acab, se encontró con los jefes de Judá y con los parientes de Ocozías que estaban al servicio de éste, y los mató. Luego mandó a buscar a Ocozías, que se había escondido en Samaria; pero lo apresaron y lo llevaron ante Jehú, quien ordenó matarlo. Sin embargo, le dieron sepultura, porque decían: "Es el hijo de Josafat, que buscó al Señor con todo su corazón." Y en la familia de Ocozías no quedó nadie capaz de retener el reino. Cuando Atalía madre de Ocozías vio que su hijo había muerto, tomó medidas para eliminar a toda la familia real de Judá. Pero Josaba, que era hija del rey y esposa del sacerdote Joyadá, raptó a Joás hijo de Ocozías cuando los príncipes estaban a punto de ser asesinados. Metiéndolo en un dormitorio con su nodriza, logró esconderlo de Atalía, de modo que no lo mataron. Hizo esto porque era la hermana de Ocozías. Seis años estuvo Joás escondido con ellos en el templo de Dios, mientras Atalía reinaba en el país. En el séptimo año, el sacerdote Joyadá se armó de valor y convocó a los siguientes capitanes: Azarías hijo de Jeroán, Ismael hijo de Johanán, Azarías hijo de Obed, Maseías hijo de Adaías, y Elisafat hijo de Zicrí. Éstos recorrieron todo el país convocando a los levitas de todos los pueblos de Judá y a los jefes de las familias de Israel, para que fueran a Jerusalén. Allí toda la asamblea reunida en el templo de Dios hizo un pacto con el rey. Joyadá les dijo: "Aquí tienen al hijo del rey. Él es quien debe reinar, tal como lo prometió el Señor a los descendientes de David. Así que hagan lo siguiente: Una tercera parte de ustedes, los sacerdotes y levitas que están de servicio el sábado, hará la guardia en las puertas; otra tercera parte permanecerá en el palacio real, y la tercera parte restante ocupará la puerta de los Cimientos, mientras que todo el pueblo estará en los atrios del templo. Sólo los sacerdotes y levitas que estén de servicio entrarán en el templo, pues ellos están consagrados; nadie más podrá entrar. El pueblo deberá obedecer el precepto del Señor. Arma en mano, los levitas rodearán por completo al rey; y si alguien se atreve a entrar al templo, mátenlo. ¡No dejen solo al rey, vaya donde vaya!" Los levitas y todos los habitantes de Judá cumplieron con todo lo que el sacerdote Joyadá les había ordenado. Cada uno reunió a sus hombres, tanto a los que estaban de servicio el sábado como a los que estaban libres, pues el sacerdote Joyadá no eximió a ninguno de los turnos. Éste repartió entre los capitanes las lanzas y los escudos grandes y pequeños del rey David, que estaban guardados en el templo de Dios, y luego colocó en sus puestos a todos. Cada uno, arma en mano, protegía al rey cerca del altar y desde el lado sur hasta el lado norte del templo. Luego sacaron al hijo del rey, le pusieron la corona, le entregaron una copia del pacto y lo proclamaron rey. Joyadá y sus hijos lo ungieron y gritaron: "¡Viva el rey!" Cuando Atalía oyó la gritería del pueblo que corría y aclamaba al rey, fue al templo del Señor, donde estaba la gente. Allí vio al rey de pie, junto a la columna de la entrada, y a los capitanes y músicos a su lado. Toda la gente tocaba alegre las trompetas, y los cantores, acompañados de instrumentos musicales, dirigían la alabanza. Al ver esto, Atalía se rasgó las vestiduras y gritó: "¡Traición! ¡Traición!" Entonces el sacerdote Joyadá, como no quería que la mataran en el templo del Señor, hizo que salieran los capitanes que estaban al mando de las fuerzas, y les ordenó: "¡Sáquenla de entre las filas! Y si alguien se pone de su lado, ¡mátenlo a filo de espada!" Así que la apresaron y la llevaron al palacio por la puerta de la caballería, y allí la mataron. Luego Joyadá hizo un pacto con toda la gente y con el rey, para que fueran el pueblo del Señor. Entonces toda la gente fue al templo de Baal y lo derribó. Destruyeron los altares y los ídolos, y en frente de los altares degollaron a Matán, sacerdote de Baal. Después Joyadá apostó guardias en el templo del Señor, bajo las órdenes de los sacerdotes y levitas. A éstos David les había asignado sus turnos para que ofrecieran al Señor los holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés, y para que cantaran con gozo, como lo había ordenado David. También colocó porteros en la entrada del templo del Señor, para que le impidieran el paso a todo el que estuviera impuro. Acto seguido, Joyadá, acompañado de los capitanes, los nobles, los gobernadores y todo el pueblo, llevó al rey desde el templo del Señor hasta el palacio real, pasando por la puerta superior, y sentaron a Joás en el trono real. Todo el pueblo estaba alegre, y tranquila la ciudad, pues habían matado a Atalía a filo de espada.



Salmo 102:
Escucha, Señor, mi oración; llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro cuando me encuentro angustiado. Inclina a mí tu oído; respóndeme pronto cuando te llame. Pues mis días se desvanecen como el humo, los huesos me arden como brasas. Mi corazón decae y se marchita como la hierba; ¡hasta he perdido el apetito! Por causa de mis fuertes gemidos se me pueden contar los huesos. Parezco una lechuza del desierto; soy como un búho entre las ruinas. No logro conciliar el sueño; parezco ave solitaria sobre el tejado. A todas horas me ofenden mis enemigos, y hasta usan mi nombre para maldecir. Las cenizas son todo mi alimento; mis lágrimas se mezclan con mi bebida. ¡Por tu enojo, por tu indignación, me levantaste para luego arrojarme! Mis días son como sombras nocturnas; me voy marchitando como la hierba. Pero tú, Señor, reinas eternamente; tu nombre perdura por todas las generaciones. Te levantarás y tendrás piedad de Sión, pues ya es tiempo de que la compadezcas. ¡Ha llegado el momento señalado! Tus siervos sienten cariño por sus ruinas; los mueven a compasión sus escombros. Las naciones temerán el nombre del Señor; todos los reyes de la tierra reconocerán su majestad. Porque el Señor reconstruirá a Sión, y se manifestará en su esplendor. Atenderá a la oración de los desamparados, y no desdeñará sus ruegos. Que se escriba esto para las generaciones futuras, y que el pueblo que será creado alabe al Señor. Miró el Señor desde su altísimo santuario; contempló la tierra desde el cielo, para oír los lamentos de los cautivos y liberar a los condenados a muerte; para proclamar en Sión el nombre del Señor y anunciar en Jerusalén su alabanza, cuando todos los pueblos y los reinos se reúnan para adorar al Señor. En el curso de mi vida acabó Dios con mis fuerzas; me redujo los días. Por eso dije: "No me lleves, Dios mío, a la mitad de mi vida; tú permaneces por todas las generaciones. En el principio tú afirmaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces. Todos ellos se desgastarán como un vestido. Y como ropa los cambiarás, y los dejarás de lado. Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin. Los hijos de tus siervos se establecerán, y sus descendientes habitarán en tu presencia."


Proverbios 2:
Hijo mío, si haces tuyas mis palabras y atesoras mis mandamientos; si tu oído inclinas hacia la sabiduría y de corazón te entregas a la inteligencia; si llamas a la inteligencia y pides discernimiento; si la buscas como a la plata, como a un tesoro escondido, entonces comprenderás el temor del Señor y hallarás el conocimiento de Dios. Porque el Señor da la sabiduría; conocimiento y ciencia brotan de sus labios. Él reserva su ayuda para la gente íntegra y protege a los de conducta intachable. Él cuida el sendero de los justos y protege el camino de sus fieles. Entonces comprenderás la justicia y el derecho, la equidad y todo buen camino; la sabiduría vendrá a tu corazón, y el conocimiento te endulzará la vida. La discreción te cuidará, la inteligencia te protegerá. La sabiduría te librará del camino de los malvados, de los que profieren palabras perversas, de los que se apartan del camino recto para andar por sendas tenebrosas, de los que se complacen en hacer lo malo y festejan la perversidad, de los que andan por caminos torcidos y por sendas extraviadas; te librará de la mujer ajena, de la extraña de palabras seductoras que, olvidándose de su pacto con Dios, abandona al compañero de su juventud. Ciertamente su casa conduce a la muerte; sus sendas llevan al reino de las sombras. El que se enreda con ella no vuelve jamás, ni alcanza los senderos de la vida. Así andarás por el camino de los buenos y seguirás la senda de los justos. Pues los íntegros, los perfectos, habitarán la tierra y permanecerán en ella. Pero los malvados, los impíos, serán desarraigados y expulsados de la tierra.


El Libro de Mateo Capítulo 14 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:

EL SANTO EVANGELIO SEGÚN
SAN MATEO

CAPÍTULO 14
(32 d.C.)
JUAN EL BAUTISTA
DECAPITADO

EN aquel tiempo Herodes el tetrarca (el hijo de Herodes quien mató a los niños de Belén) oyó la fama de Jesús (se refiere a los milagros que Cristo realizó, incluso hasta resucitar a los muertos),
2 Y dijo a sus criados, Éste es Juan el Bautista (una conciencia culpable); él ha resucitado de los muertos, y por eso virtudes obran en él.
3 Porque Herodes había prendido a Juan, y le había aprisionado (el castillo de Maquero en las orillas del Mar Muerto), y puesto en la cárcel por causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano (se refiere al motivo por el cual Juan fue arrestado por Herodes y colocado en la prisión).
4 Porque Juan le decía, No te es lícito tenerla (Herodías era su sobrina y la esposa de su hermano Felipe).
5 Y quería matarle, mas él temía al pueblo, porque le tenían como a Profeta.
6 Mas celebrándose el día del nacimiento de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio, y agradó a Herodes.
7 Y prometió él con juramento darle todo lo que pidiese.
8 Y ella, instruida primero de su madre, dijo, Dame aquí en un plato la cabeza de Juan el Bautista (la madre de Salomé, Herodías, era una de las mujeres más malvadas que jamás haya existido).
9 Entonces el rey se entristeció: mas por el juramento, y por los que estaban juntamente a la mesa (una cena), mandó que se le diese (para salvar las apariencias frente a los invitados).
10 Y enviando, degolló a Juan en la cárcel.
11 Y fue traída su cabeza en un plato, y dada a la muchacha: y ella la presentó a su madre.
12 Entonces llegaron sus discípulos, y tomaron el cuerpo, y lo enterraron, y fueron, y dieron las nuevas a Jesús (la misión de Juan el Bautista era presentar a Jesús; ¡así lo hizo!).
JESÚS ALIMENTA A
LOS CINCO MIL
13 Y oyéndolo Jesús, se apartó de allí en un barco a un lugar desierto apartado (Él estaba afligido por la muerte de Juan, Su amado precursor; Él hubiera parado la ejecución; sin embargo, no era la Voluntad de Dios hacerlo): y cuando las gentes lo oyeron, Le siguieron a pie de las ciudades.
14 Y saliendo Jesús, vio un gran gentío, y tuvo compasión de ellos, y sanó a sus enfermos.
15 Y cuando fue la tarde del día, se llegaron a Él Sus Discípulos, diciendo, El lugar es desierto, y el tiempo es ya pasado (la gente había estado sin alimento todo el día, y si ellos hubieran ido a encontrar el alimento, ellos habrían tenido que marcharse ahora); despide las gentes, para que se vayan por las aldeas, y compren para sí de comer.
16 Jesús les dijo, No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer (Él hablaba en aquel entonces del sentido físico, pero Sus palabras llevaron un significado espiritual más alto; el Cuerpo de Cristo debe ser alimentado en cuanto a la Palabra de Dios).
17 Y ellos dijeron, No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces (¡poco es mucho si Dios está en ello!).
18 Y Él les dijo, Traédmelos acá (¡el secreto es Cristo! debemos traer lo poco que tenemos a Él).
19 Y mandando a las gentes a sentarse sobre la hierba (indica orden y siguieron un método para hacer la distribución), tomando los cinco panes y los dos peces, alzando los ojos al Cielo, bendijo, y partió y dio los panes a Sus Discípulos, y los Discípulos a las multitudes (Él tomó, Él Bendijo, Él quebrantó y Él dio; ésa es Su orden con los Creyentes también).
20 Y comieron todos, y quedaron satisfechos: y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce canastas llenas (¡un milagro sorprendente!).
21 Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin las mujeres y los niños (posiblemente casi quince mil personas).
JESÚS ANDA SOBRE EL MAR
22 En seguida Jesús obligó (demandó con firmeza) a Sus Discípulos entrar en el barco, e ir delante de Él a la otra orilla del lago (regresar a Capernaum), entre tanto que Él despedía a la multitud (solamente Él la despidió, satisfecha física y espiritualmente).
23 Y despedidas las gentes (que indica que no desearon irse), Él subió al monte apartado a orar (expresa lo que Él muy a menudo hacía [Mat. 26:36; Marc. 6:46; 14:32; Luc. 6:12; 9:28; Jn. 17:9-26]): y cuando fue la tarde del día, estaba allí solo.
24 Y ya el barco estaba en medio del mar (concierne no sólo el Mar de Galilea, sino también, el Mar de la Vida), atormentado de las ondas (la turbulencia): porque el viento era contrario (dificultades, también, enfrentarse a la humanidad como resultado de la Caída).
25 Mas a la cuarta vela de la noche (entre las 3:00 y las 6:00 de la madrugada) Jesús fue a ellos (el Espíritu Santo le reveló a Él, que se encontraban en apuros), andando sobre el mar (aunque las aguas eran muy turbulentas, donde Él pisaba, se fueron tranquilizando).
26 Y los Discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron (era más de lo que podían captar), diciendo, Fantasma es (no pensaron realmente que era Jesús); y dieron voces de miedo (pensaron que estaban a punto de morir).
27 Pero en seguida (inmediatamente) Jesús les habló (una vez que Lo vieron), diciendo, Confiad; Yo Soy; no tengáis miedo (debemos hacer frente a las circunstancias adversas con ánimo, sabiendo bien que El Señor se encargará de la situación).
28 Entonces Le respondió Pedro, y dijo, Señor, si Tú eres (mejor traducido, "puesto que eres Tú"), manda que yo vaya a Ti sobre las aguas.
29 Y Él (Jesús) dijo, Ven (la respuesta del Maestro a la Fe). Y descendiendo Pedro del barco, andaba sobre las aguas, para ir a Jesús.
30 Mas viendo el viento fuerte, tuvo miedo (él ahora ve el viento en lugar de Jesús); y comenzándose a hundir, dio voces, diciendo, Señor, sálvame (una oración que el Señor siempre contesta).
31 Y luego Jesús extendiendo la mano, lo agarró (lo sostuvo, esto evitó que él se hundiera más al fondo), y le dice, Oh hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (no debemos permitir que las circunstancias causen la duda.)
32 Y cuando ellos entraron en el barco (toda evidencia es, después de que Jesús lo agarró, Pedro caminó sobre el agua por segunda vez), se calmó el viento (el Poder de Cristo sobre los elementos).
33 Entonces los que estaban en el barco, vinieron y Le adoraron (como Dios), diciendo, Verdaderamente eres Hijo de Dios (Lo reconocieron como el Mesías).
JESÚS SANA A LOS ENFERMOS
34 Y llegando a la otra parte (regresó a Capernaum), vinieron a la tierra de Genesaret (en el lado occidental del Mar de Galilea, un poco adentro).
35 Y cuando los hombres de aquel lugar reconocieron a Jesús (conocimiento de Su Presencia en su vecindad), enviaron por toda aquella tierra alrededor, y trajeron a Él todos los enfermos;
36 Y Le rogaban que solamente tocasen el borde de su manto: y todos los que lo tocaron quedaron sanos (si el Borde de Su Ropa está tan lleno de Bendición, ¡cuánta bendición ha de tener Su Mano y Su Corazón!).


Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.


Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.


Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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