24 August 2009

El 24 de Agosto Lectura Bíblica Diaria


El 24 Agosto Lectura Bíblica Diaria:

2 Crónicas 27 a 29:
Jotán tenía veinticinco años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén dieciséis años. Su madre era Jerusa hija de Sadoc. Jotán hizo lo que agrada al Señor, pues en todo siguió el buen ejemplo de su padre Uzías, pero no iba al templo del Señor. El pueblo, por su parte, continuó con sus prácticas corruptas. Jotán fue quien reconstruyó la puerta superior del templo del Señor. Hizo también muchas obras en el muro de Ofel, construyó ciudades en las montañas de Judá, y fortalezas y torres en los bosques. Jotán le declaró la guerra al rey de los amonitas y lo venció. Durante tres años consecutivos, los amonitas tuvieron que pagarle un tributo anual de cien barras de plata, diez mil cargas de trigo y diez mil cargas de cebada. Jotán llegó a ser poderoso porque se propuso obedecer al Señor su Dios. Los demás acontecimientos del reinado de Jotán, y sus guerras y su conducta, están escritos en el libro de los reyes de Israel y de Judá. Tenía Jotán veinticinco años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén dieciséis años. Cuando murió, fue sepultado en la Ciudad de David, y su hijo Acaz lo sucedió en el trono. Acaz tenía veinte años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén dieciséis años. Pero a diferencia de su antepasado David, Acaz no hizo lo que agrada al Señor. Al contrario, siguió el mal ejemplo de los reyes de Israel, y también hizo imágenes fundidas de los baales. Así mismo, quemó incienso en el valle de Ben Hinón y sacrificó en el fuego a sus hijos, según las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor había expulsado al paso de los israelitas. También ofrecía sacrificios y quemaba incienso en los santuarios paganos, en las colinas y bajo todo árbol frondoso. Por eso el Señor su Dios lo entregó al poder del rey de Siria. Los sirios lo derrotaron, y capturaron una gran cantidad de prisioneros que se llevaron a Damasco. Acaz también cayó en poder del rey de Israel, quien le infligió una gran derrota. En un solo día, Pecaj hijo de Remalías mató en Judá a ciento veinte mil hombres, todos ellos soldados valientes, porque los habitantes de Judá habían abandonado al Señor, Dios de sus antepasados. Zicrí, un guerrero de Efraín, mató a Maseías, hijo del rey, a Azricán, oficial encargado del palacio, y a Elcaná, que era el oficial más importante después del rey. De entre sus hermanos de Judá, los israelitas capturaron a doscientas mil personas, incluyendo a mujeres, niños y niñas. Además, se apoderaron de un enorme botín, que se llevaron a Samaria. Había allí un hombre llamado Oded, que era profeta del Señor. Cuando el ejército regresaba a Samaria, este profeta salió a su encuentro y les dijo: El Señor, Dios de sus antepasados, entregó a los de Judá en manos de ustedes, porque estaba enojado con ellos. Pero ustedes los mataron con tal furia, que repercutió en el cielo. Y como si fuera poco, ¡ahora pretenden convertir a los habitantes de Judá y de Jerusalén en sus esclavos! ¿Acaso no son también ustedes culpables de haber pecado contra el Señor su Dios? Por tanto, háganme caso: dejen libres a los prisioneros. ¿Acaso no son sus propios hermanos? ¡La ira del Señor se ha encendido contra ustedes! Entonces Azarías hijo de Johanán, Berequías hijo de Mesilemot, Ezequías hijo de Salún, y Amasá hijo de Hadlay, que eran jefes de los efraimitas, se enfrentaron a los que regresaban de la guerra y les dijeron: No traigan aquí a los prisioneros, porque eso nos haría culpables ante el Señor. ¿Acaso pretenden aumentar nuestros pecados y nuestras faltas? ¡Ya es muy grande nuestra culpa, y la ira del Señor se ha encendido contra Israel! Así que los soldados dejaron libres a los prisioneros, y pusieron el botín a los pies de los jefes y de toda la asamblea. Algunos fueron nombrados para que se hicieran cargo de los prisioneros, y con la ropa y el calzado del botín vistieron a todos los que estaban desnudos. Luego les dieron de comer y de beber, y les untaron aceite. Finalmente, a los que estaban débiles los montaron en burros y los llevaron a Jericó, la ciudad de las palmeras, para reunirlos con sus hermanos. Después, aquellos hombres volvieron a Samaria. En aquel tiempo, el rey Acaz solicitó la ayuda de los reyes de Asiria, porque los edomitas habían atacado nuevamente a Judá y se habían llevado algunos prisioneros. Por su parte, los filisteos saquearon las ciudades de Judá que estaban en la llanura y en el Néguev, se apoderaron de Bet Semes, Ayalón, Guederot, Soco, Timná y Guimzó, junto con sus respectivas aldeas, y se establecieron en ellas. Así fue como el Señor humilló a Judá, por culpa de Acaz su rey, quien permitió el desenfreno en Judá y se rebeló totalmente contra el Señor. Tiglat Piléser, rey de Asiria, en vez de apoyar a Acaz, marchó contra él y empeoró su situación. Entonces Acaz le entregó al rey de Asiria todo lo que había de valor en el templo del Señor, en el palacio real y en las casas de sus oficiales; pero eso de nada le sirvió. Y a pesar de encontrarse tan presionado, el rey Acaz se empecinó en su rebelión contra el Señor. Incluso ofreció sacrificios a los dioses de Damasco que lo habían derrotado, pues pensó: "Como los dioses de Siria ayudan a sus reyes, también me ayudarán a mí si les ofrezco sacrificios." Pero esos dioses fueron su ruina y la de todo Israel. Acaz también juntó y despedazó los utensilios del templo del Señor, cerró sus puertas e hizo construir altares en cada esquina de Jerusalén. Y en todas las ciudades de Judá hizo construir santuarios paganos para quemar incienso a otros dioses, ofendiendo así al Señor, Dios de sus antepasados. Los demás acontecimientos de su reinado, desde el primero hasta el último, lo mismo que su conducta, están escritos en el libro de los reyes de Judá y de Israel. Acaz murió y fue sepultado en la ciudad de Jerusalén, pero no en el panteón de los reyes de Israel. Su hijo Ezequías lo sucedió en el trono. Ezequías tenía veinticinco años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén veintinueve años. Su madre era Abías hija de Zacarías. Ezequías hizo lo que agrada al Señor, pues en todo siguió el buen ejemplo de su antepasado David. En el mes primero del primer año de su reinado, Ezequías mandó que se abrieran las puertas del templo del Señor, y las reparó. En la plaza oriental convocó a los sacerdotes y a los levitas, y les dijo: "¡Levitas, escúchenme! Purifíquense ustedes, y purifiquen también el templo del Señor, Dios de sus antepasados, y saquen las cosas profanas que hay en el santuario. Es un hecho que nuestros antepasados se rebelaron e hicieron lo que ofende al Señor nuestro Dios, y que lo abandonaron. Es también un hecho que le dieron la espalda al Señor, y que despreciaron el lugar donde él habita. Así mismo, cerraron las puertas del atrio, apagaron las lámparas, y dejaron de quemar incienso y de ofrecer holocaustos en el santuario al Dios de Israel. "¡Por eso la ira del Señor cayó sobre Judá y Jerusalén, y los convirtió en objeto de horror, de desolación y de burla, tal como ustedes pueden verlo ahora con sus propios ojos! ¡Por eso nuestros antepasados murieron a filo de espada, y nuestros hijos, nuestras hijas y nuestras mujeres fueron llevados al cautiverio! "Yo me propongo ahora hacer un pacto con el Señor, Dios de Israel, para que retire de nosotros su ardiente ira. Así que, hijos míos, no sean negligentes, pues el Señor los ha escogido a ustedes para que estén en su presencia, y le sirvan, y sean sus ministros y le quemen incienso." Éstos son los levitas que se dispusieron a trabajar: De los descendientes de Coat: Mahat hijo de Amasay, y Joel hijo de Azarías. De los descendientes de Merari: Quis hijo de Abdí, y Azarías hijo de Yalelel. De los descendientes de Guersón: Joa hijo de Zimá, y Edén hijo de Joa. De los descendientes de Elizafán: Simri y Jeyel. De los descendientes de Asaf: Zacarías y Matanías. De los descendientes de Hemán: Jehiel y Simí. De los descendientes de Jedutún: Semaías y Uziel. Éstos reunieron a sus parientes, se purificaron y entraron en el templo del Señor para purificarlo, cumpliendo así la orden del rey, según las palabras del Señor. Después los sacerdotes entraron al interior del templo del Señor para purificarlo. Sacaron al atrio del templo todos los objetos paganos que encontraron allí, y los levitas los recogieron y los arrojaron al arroyo de Cedrón. Comenzaron a purificar el templo el primer día del mes primero, y al octavo día ya habían llegado al pórtico del templo. Para completar la purificación emplearon otros ocho días, de modo que terminaron el día dieciséis del mes primero. Más tarde, se presentaron ante el rey Ezequías y le dijeron: "Ya hemos purificado el templo del Señor, el altar de los holocaustos con sus utensilios, y la mesa para el pan de la Presencia con sus utensilios. Además, hemos reparado y purificado todos los utensilios que, en su rebeldía, el rey Acaz profanó durante su reinado, y los hemos puesto ante el altar del Señor." El rey Ezequías se levantó muy de mañana, reunió a los jefes de la ciudad y se fue con ellos al templo del Señor. Llevaron siete bueyes, siete carneros y siete corderos; además, como ofrenda por el pecado del reino, del santuario y de Judá, llevaron siete machos cabríos. El rey ordenó a los sacerdotes descendientes de Aarón que los ofrecieran en holocausto sobre el altar del Señor. Los sacerdotes mataron los toros, recogieron la sangre y la rociaron sobre el altar; luego mataron los carneros y rociaron la sangre sobre el altar; después mataron los corderos y rociaron la sangre sobre el altar. Finalmente, a los machos cabríos de la ofrenda por el pecado los llevaron y los colocaron delante del rey y de la asamblea para que pusieran las manos sobre ellos; luego los mataron y rociaron la sangre sobre el altar como una ofrenda por el pecado de todo Israel, pues el rey había ordenado que el holocausto y el sacrificio por el pecado se ofrecieran por todo Israel. Ezequías instaló también a los levitas en el templo del Señor, con música de címbalos, arpas y liras, tal como lo habían ordenado David, Natán el profeta, y Gad, el vidente del rey. Este mandato lo dio el Señor por medio de sus profetas. Los levitas estaban de pie con los instrumentos musicales de David, y los sacerdotes, con las trompetas. Entonces Ezequías ordenó que se ofreciera el holocausto sobre el altar. En cuanto comenzó el holocausto, comenzaron también los cantos al Señor y el toque de trompetas, acompañados de los instrumentos musicales de David, rey de Israel. Toda la asamblea permaneció postrada hasta que terminó el holocausto, mientras los cantores entonaban los cantos y los trompetistas hacían resonar sus instrumentos. Cuando terminaron de ofrecer el holocausto, el rey y todos los que estaban con él se postraron para adorar al Señor. El rey Ezequías y los jefes les ordenaron a los levitas que cantaran al Señor las alabanzas que David y Asaf el vidente habían compuesto. Los levitas lo hicieron con alegría, y se postraron en adoración. Luego Ezequías dijo: "Ahora que ustedes se han consagrado al Señor, acérquense y preséntenle en su templo los sacrificios y las ofrendas de acción de gracias." Así que la asamblea llevó setenta bueyes, cien carneros y doscientos corderos, para ofrecerlos en holocausto al Señor. También se consagraron seiscientos bueyes y tres mil ovejas. Pero como los sacerdotes eran pocos y no podían desollar tantos animales, sus parientes levitas tuvieron que ayudarlos para terminar el trabajo, a fin de que los otros sacerdotes pudieran purificarse, pues los levitas habían sido más diligentes en purificarse que los sacerdotes. Se ofrecieron muchos holocaustos, además de la grasa de los sacrificios de comunión y de las libaciones para cada holocausto. Así fue como se restableció el culto en el templo del Señor. Y Ezequías y todo el pueblo se regocijaron de que Dios hubiera preparado al pueblo para hacerlo todo con rapidez.



Salmo 104:
¡Alaba, alma mía, al Señor! Señor mi Dios, tú eres grandioso; te has revestido de gloria y majestad. Te cubres de luz como con un manto; extiendes los cielos como un velo. Afirmas sobre las aguas tus altos aposentos y haces de las nubes tus carros de guerra. ¡Tú cabalgas en las alas del viento! Haces de los vientos tus mensajeros, y de las llamas de fuego tus servidores. Tú pusiste la tierra sobre sus cimientos, y de allí jamás se moverá; la revestiste con el mar, y las aguas se detuvieron sobre los montes. Pero a tu reprensión huyeron las aguas; ante el estruendo de tu voz se dieron a la fuga. Ascendieron a los montes, descendieron a los valles, al lugar que tú les asignaste. Pusiste una frontera que ellas no pueden cruzar; ¡jamás volverán a cubrir la tierra! Tú haces que los manantiales viertan sus aguas en las cañadas, y que fluyan entre las montañas. De ellas beben todas las bestias del campo; allí los asnos monteses calman su sed. Las aves del cielo anidan junto a las aguas y cantan entre el follaje. Desde tus altos aposentos riegas las montañas; la tierra se sacia con el fruto de tu trabajo. Haces que crezca la hierba para el ganado, y las plantas que la gente cultiva para sacar de la tierra su alimento: el vino que alegra el corazón, el aceite que hace brillar el rostro, y el pan que sustenta la vida. Los árboles del Señor están bien regados, los cedros del Líbano que él plantó. Allí las aves hacen sus nidos; en los cipreses tienen su hogar las cigüeñas. En las altas montañas están las cabras monteses, y en los escarpados peñascos tienen su madriguera los tejones. Tú hiciste la luna, que marca las estaciones, y el sol, que sabe cuándo ocultarse. Tú traes la oscuridad, y cae la noche, y en sus sombras se arrastran los animales del bosque. Los leones rugen, reclamando su presa, exigiendo que Dios les dé su alimento. Pero al salir el sol se escabullen, y vuelven a echarse en sus guaridas. Sale entonces la gente a cumplir sus tareas, a hacer su trabajo hasta el anochecer. ¡Oh Señor, cuán numerosas son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! ¡Rebosa la tierra con todas tus criaturas! Allí está el mar, ancho e infinito, que abunda en animales, grandes y pequeños, cuyo número es imposible conocer. Allí navegan los barcos y se mece Leviatán, que tú creaste para jugar con él. Todos ellos esperan de ti que a su tiempo les des su alimento. Tú les das, y ellos recogen; abres la mano, y se colman de bienes. Si escondes tu rostro, se aterran; si les quitas el aliento, mueren y vuelven al polvo. Pero si envías tu Espíritu, son creados, y así renuevas la faz de la tierra. Que la gloria del Señor perdure eternamente; que el Señor se regocije en sus obras. Él mira la tierra y la hace temblar; toca los montes y los hace echar humo. Cantaré al Señor toda mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras tenga aliento. Quiera él agradarse de mi meditación; yo, por mi parte, me alegro en el Señor. Que desaparezcan de la tierra los pecadores; ¡que no existan más los malvados! ¡Alaba, alma mía, al Señor! ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!


Proverbios 4:
Escuchen, hijos, la corrección de un padre; dispónganse a adquirir inteligencia. Yo les brindo buenas enseñanzas, así que no abandonen mi instrucción. Cuando yo era pequeño y vivía con mi padre, cuando era el niño consentido de mi madre, mi padre me instruyó de esta manera: "Aférrate de corazón a mis palabras; obedece mis mandamientos, y vivirás. Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; no olvides mis palabras ni te apartes de ellas. No abandones nunca a la sabiduría, y ella te protegerá; ámala, y ella te cuidará. La sabiduría es lo primero. ¡Adquiere sabiduría! Por sobre todas las cosas, adquiere discernimiento. Estima a la sabiduría, y ella te exaltará; abrázala, y ella te honrará; te pondrá en la cabeza una hermosa diadema; te obsequiará una bella corona." Escucha, hijo mío; acoge mis palabras, y los años de tu vida aumentarán. Yo te guío por el camino de la sabiduría, te dirijo por sendas de rectitud. Cuando camines, no encontrarás obstáculos; cuando corras, no tropezarás. Aférrate a la instrucción, no la dejes escapar; cuídala bien, que ella es tu vida. No sigas la senda de los perversos ni vayas por el camino de los malvados. ¡Evita ese camino! ¡No pases por él! ¡Aléjate de allí, y sigue de largo! Los malvados no duermen si no hacen lo malo; pierden el sueño si no hacen que alguien caiga. Su pan es la maldad; su vino, la violencia. La senda de los justos se asemeja a los primeros albores de la aurora: su esplendor va en aumento hasta que el día alcanza su plenitud. Pero el camino de los malvados es como la más densa oscuridad; ¡ni siquiera saben con qué tropiezan! Hijo mío, atiende a mis consejos; escucha atentamente lo que digo. No pierdas de vista mis palabras; guárdalas muy dentro de tu corazón. Ellas dan vida a quienes las hallan; son la salud del cuerpo. Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida. Aleja de tu boca la perversidad; aparta de tus labios las palabras corruptas. Pon la mirada en lo que tienes delante; fija la vista en lo que está frente a ti. Endereza las sendas por donde andas; allana todos tus caminos. No te desvíes ni a diestra ni a siniestra; apártate de la maldad.



El Libro de Mateo Capítulo 16 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:

EL SANTO EVANGELIO SEGÚN
SAN MATEO



CAPÍTULO 16
(32 d.C.)
JESÚS REPRENDE
A LOS FARISEOS



Y LLEGÁNDOSE los Fariseos y los Saduceos (indica la amalgamación de estos dos grupos que eran normalmente antagónicos el uno con el otro), para tentarle pedían que les mostrase señal del Cielo (quisieron que Él bajara fuego del Cielo a la Tierra, como lo hizo Elías; pero no querían aceptar la alimentación reciente de los millares con siete panes y unos pocos pescados).
2 Mas Él respondiendo les dijo (Su respuesta a ellos demuestra la hostilidad del corazón natural), Cuando es la tarde del día, decís, Sereno: porque el Cielo tiene arreboles.
3 Y a la mañana, Hoy tempestad: porque el Cielo está rojizo y amenazador. Hipócritas, que sabéis hacer diferencia en la faz del Cielo; ¿y en las señales de los tiempos no podéis?
4 La generación mala y adulterina demanda señal (lamentablemente, esto también caracteriza a esta generación actual); mas señal no le será dada, sino la señal del Profeta Jonás (Jesús fue enviado del Cielo, pero no Lo aceptarían; Él era la señal más grande de todas). Y dejándolos, se fue (Él salió tanto física como espiritualmente).
5 Y viniendo Sus Discípulos del otro lado del lago (de la orilla occidental del Mar de Galilea, a la orilla del noreste), se habían olvidado de tomar pan.
LA LEVADURA
6 Y Jesús les dijo, Mirad y guardaos de la levadura (doctrina falsa) de los Fariseos y de los Saduceos.
7 Y ellos pensaban dentro de sí (demuestra una carencia pésima de conocimiento espiritual y de Las Escrituras), diciendo, Esto dice porque no tomamos pan.
8 Y entendiéndolo Jesús, les dijo (el Espíritu Santo le dijo lo que ellos estaban "pensando"), ¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe (la Fe en Cristo y la Cruz es el único ingrediente necesario), que no tomasteis pan?
9 ¿No entendéis aún (las insensibilidades de los Discípulos a las Acciones del Señor y a Su Enseñanza, es una prueba humillante de la oscuridad del corazón del hombre en cuanto a las realidades morales), ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas canastas recogisteis?
10 ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas tomasteis?
11 ¿Cómo es que no entendéis que no por el pan os dije (pan que se puede comer), que os guardaseis de la levadura de los Fariseos y de los Saduceos? (Precisamente tiene la intención de censurar su carencia de discernimiento espiritual.)
12 Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura de pan, sino de la doctrina de los Fariseos y de los Saduceos.
LA CONFESIÓN DE PEDRO
13 Y viniendo Jesús a la región (las fronteras) de Cesarea de Filipo (a unos 45 kilómetros [treinta millas] al norte del Mar de Galilea), preguntó a Sus Discípulos, diciendo, ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? (La tercera forma de incredulidad se manifestó en la indiferencia popular, la indolencia, o la mera curiosidad con respecto al Mesías Mismo. En cuanto a la respuesta a esta pregunta de suma importancia, depende la Salvación del hombre.)
14 Y ellos dijeron, Unos, Juan el Bautista: y otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los Profetas (esta forma de incredulidad se manifiesta en la frivolidad del corazón natural).
15 Él les dice, Y vosotros, ¿quién decís que soy? (Dirigido personalmente a los Doce.)
16 Y respondiendo Simón Pedro dijo, Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente (la Gran Confesión).
17 Entonces respondiendo Jesús le dijo, Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás (Pedro es el hijo de Jonás, como Jesús es el Hijo de Dios); porque no te lo reveló carne ni sangre (mero ingenio humano), mas Mi Padre que está en los Cielos (todo el conocimiento espiritual debe ser por Revelación).
18 Mas Yo también te digo, que tú eres Pedro (el Señor cambió su nombre de Simón a Pedro, que significa "un fragmento de una roca"), y sobre esta piedra (masa inmovible; Jesús es la Roca Viva en Quien los Redimidos como piedras vivas están edificadas; porque no hay otro fundamento que hombre alguno pueda colocar [I Cor. 3:11]) edificaré Mi Iglesia (la Iglesia pertenece a Cristo, y Él es la Cabeza [Col. 1:18]); y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella (el poder de la muerte causada por el pecado, no prevalecerá contra ella, esta misma victoria fue ganada en la Cruz [vv. 21, 24]).
19 Y a ti daré ("ti" se refiere a todos los Creyentes) las llaves del Reino de los Cielos (se refiere a los símbolos de autoridad, el privilegio de predicar o de proclamar el Evangelio, lo cual es el privilegio de cada Creyente): y todo lo que atares en la Tierra será atado en los Cielos (Cristo ha dado la autoridad y el poder a cada Creyente para atar a Satanás y a sus secuaces de las tinieblas, y usar el Nombre de Jesús para hacer esto [Marc. 16:17-18; Luc. 10:19]): y todo lo que desatares en la Tierra será desatado en los Cielos (desata el Poder de Dios según el uso del Nombre de Jesús; ésta es la autoridad de los Creyentes).
20 Entonces Él mandó (ordenó) a Sus Discípulos que a nadie dijesen que Él era Jesús el Cristo (el Nombre como se emplea aquí, es una proclamación del Oficio del Mesías; para este tiempo, es dolorosamente obvio que Israel ha rechazado a su Mesías y, por lo tanto, ¡cualquier proclamación más es inútil!).
JESÚS PREDICE SU MUERTE
Y RESURRECCIÓN
21 Desde aquel tiempo comenzó Jesús a declarar a Sus Discípulos, que Le convenía ir a Jerusalén, y padecer mucho de los Ancianos y de los Principales Sacerdotes y de los Escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día (Sus sufrimientos y las glorias que deben seguir siempre están vinculados en Las Escrituras [I Ped. 1:11; 4:13]; siempre la Cruz fue Su destino, el mismo motivo por lo cual Él vino; la Resurrección nunca estaba en duda).
22 Y Pedro tomándolo aparte, comenzó a reprenderle (Pedro reconvino a Jesús por hablar del sufrimiento y de la muerte; lamentablemente, muchos predicadores continúan haciendo lo mismo, mientras tanto rechazan la Cruz), diciendo, Señor, ten compasión de Ti: en ninguna manera esto Te acontezca (en ese entonces, Pedro y ni siquiera uno de los Discípulos, comprendían la Cruz en cuanto a su necesidad).
23 Entonces Él, volviéndose, dijo a Pedro (con respecto a una acción fuerte; sería la más severa de las reprensiones), Quítate de delante de Mí, Satanás (Jesús empleó casi las mismas palabras para reprender a Pedro y a los demás Discípulos en la misma ocasión que Él había utilizado para el Diablo, y su tentación [4:10]; toda negación de la Cruz en cualquier forma, es de Satanás); Me eres piedra de tropiezo (se dirige directamente a Pedro, porque ahora lo está utilizando Satanás): porque no entiendes lo que es de Dios sino lo que es de los hombres (si no es la Cruz, entonces es de los hombres, que quiere decir que es de Satanás).
24 Entonces Jesús dijo a Sus Discípulos, Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo (no se refiere al ascetismo, pero, en cambio la negación de su propia fuerza y capacidad), y tome su cruz (los beneficios de la Cruz, lo que hizo Jesús allí [Col. 2:14-15]), y sígame (si no sigue a Cristo por medio de la Cruz, entonces nunca Lo podrá seguir).
25 Porque cualquiera que quisiere salvar su vida, la perderá (intenta vivir su vida fuera de Cristo y la Cruz; solamente puede ser vivido en Cristo a través de la Cruz): y cualquiera que perdiere su vida por causa de Mí la hallará (perder su vida por Cristo, que quiere decir dar su vida a Cristo, lo cual solamente se puede hacer a través de la Cruz; él entonces encuentra "novedad de vida" [Rom. 6:3-5]).
26 Porque ¿de qué aprovecha al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (Cristo se refiere aquí a la "ganancia" y a la "pérdida.") O ¿qué recompensa dará el hombre por su alma? (No hay nada más importante que el alma, porque es eterna.)
27 Porque el Hijo del Hombre vendrá en la Gloria de Su Padre con Sus Ángeles (aunque el Hijo tiene que sufrir, no obstante, la Gloria seguirá; Él habla aquí de la Segunda Venida); y entonces Él pagará a cada uno conforme a sus obras (primero que todo "cada uno" se refiere a los Santos y el Tribunal de Cristo, donde las recompensas serán repartidas, y a los inconversos en el Juicio del Gran Trono Blanco, donde la condenación eterna será repartida [Apoc. 20:11-15]).
28 De cierto os digo, Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en Su Reino (se refiere a la Transfiguración de Cristo, la cual ocurriría dentro de unas horas, y sería observada por Pedro, Santiago y Juan).


Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.


Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.


Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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