17 July 2017

El 17 de julio Lectura Bíblica Diaria

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Mensaje de la Cruz de Cristo Jesús-Capítulo-1


El 17 de julio Lectura Bíblica Diaria:

2 Samuel 14 a 16:
Joab hijo de Sarvia se dio cuenta de que el rey extrañaba mucho a Absalón. Por eso mandó traer a una mujer muy astuta, la cual vivía en Tecoa, y le dijo: Quiero que te vistas de luto, y que no te eches perfume, sino que finjas estar de duelo, como si llevaras mucho tiempo llorando la muerte de alguien. Luego Joab le ordenó presentarse ante el rey, explicándole antes lo que tenía que decirle. Cuando aquella mujer de Tecoa se presentó ante el rey, le hizo una reverencia y se postró rostro en tierra. ¡Ayúdeme, Su Majestad! exclamó. ¿Qué te pasa? le preguntó el rey. Soy una pobre viuda respondió ella; mi esposo ha muerto. Esta servidora de Su Majestad tenía dos hijos, los cuales se pusieron a pelear en el campo. Como no había nadie que los separara, uno de ellos le asestó un golpe al otro y lo mató. Pero ahora resulta que toda la familia se ha puesto en contra de esta servidora de Su Majestad. Me exigen que entregue al asesino para que lo maten, y así vengar la muerte de su hermano, aunque al hacerlo eliminen al heredero. La verdad es que de esa manera apagarían la última luz de esperanza que me queda, y dejarían a mi esposo sin nombre ni descendencia sobre la tierra. Regresa a tu casa, que yo me encargaré de este asunto respondió el rey. Pero la mujer de Tecoa replicó: Su Majestad, que la culpa caiga sobre mí y sobre mi familia, y no sobre el rey ni su trono. Si alguien te amenaza insistió el rey, tráemelo para que no vuelva a molestarte. Entonces ella le suplicó: ¡Ruego a Su Majestad invocar al Señor su Dios, para que quien deba vengar la muerte de mi hijo no  aumente mi desgracia matando a mi otro hijo! ¡Tan cierto como que el Señor vive respondió el rey, juro que tu hijo no perderá ni un solo cabello! Pero la mujer siguió diciendo: Permita Su Majestad a esta servidora suya decir algo más. Habla. ¿Cómo es que Su Majestad intenta hacer lo mismo contra el pueblo de Dios? Al prometerme usted estas cosas, se declara culpable, pues no deja regresar a su hijo desterrado. Así como el agua que se derrama en tierra no se puede recoger, así también todos tenemos que morir. Pero Dios no nos arrebata la vida, sino que provee los medios para que el desterrado no siga separado de él para siempre. "Yo he venido a hablar con Su Majestad porque hay gente que me ha infundido temor. He pensado: Voy a hablarle al rey; tal vez me conceda lo que le pida, librándonos a mí y a mi hijo de quien quiere eliminarnos, para quedarse con la heredad que Dios nos ha dado. "Pensé, además, que su palabra me traería alivio, pues Su Majestad es como un ángel de Dios, que sabe distinguir entre lo bueno y lo malo. ¡Que el Señor su Dios lo bendiga! Al llegar a este punto, el rey le dijo a la mujer: Voy a hacerte una pregunta, y te pido que no me ocultes nada. Dígame usted. ¿Acaso no está Joab detrás de todo esto? La mujer respondió: Juro por la vida de Su Majestad que su pregunta ha dado en el blanco. En efecto, fue su siervo Joab quien me instruyó y puso en mis labios todo lo que he dicho. Lo hizo para disimular el asunto, pero Su Majestad tiene la sabiduría de un ángel de Dios, y sabe todo lo que sucede en el país. Entonces el rey llamó a Joab y le dijo: Estoy de acuerdo. Anda, haz que regrese el joven Absalón. Postrándose rostro en tierra, Joab le hizo una reverencia al rey y le dio las gracias, añadiendo: Hoy sé que cuento con el favor de mi señor y rey, pues usted ha accedido a mi petición. Dicho esto, Joab emprendió la marcha a Guesur, y regresó a Jerusalén con Absalón. Pero el rey dio esta orden: "Que se retire a su casa, y que nunca me visite." Por tanto, Absalón tuvo que irse a su casa sin presentarse ante el rey. En todo Israel no había ningún hombre tan admirado como Absalón por su hermosura; era perfecto de pies a cabeza. Tenía una cabellera tan pesada que una vez al año tenía que cortársela; y según la medida oficial, el pelo cortado pesaba dos kilos. Además, tuvo tres hijos y una hija. Su hija, que se llamaba Tamar, llegó a ser una mujer muy hermosa. Absalón vivió en Jerusalén durante dos años sin presentarse ante el rey. Un día, le pidió a Joab que fuera a ver al rey, pero Joab no quiso ir. Se lo volvió a pedir, pero Joab se negó a hacerlo. Así que Absalón dio esta orden a sus criados: "Miren, Joab ha sembrado cebada en el campo que tiene junto al mío. ¡Vayan y préndanle fuego!" Los criados fueron e incendiaron el campo de Joab. Entonces éste fue en seguida a casa de Absalón y le reclamó: ¿Por qué tus criados le han prendido fuego a mi campo? Y Absalón le respondió: Te pedí que fueras a ver al rey y le preguntaras para qué he vuelto de Guesur. ¡Más me habría valido quedarme allá! Voy a presentarme ante el rey, y si soy culpable de algo, ¡que me mate! Joab fue a comunicárselo al rey; éste, por su parte, mandó llamar a Absalón, el cual se presentó ante el rey y, postrándose rostro en tierra, le hizo una reverencia. A su vez, el rey recibió a Absalón con un beso. Pasado algún tiempo, Absalón consiguió carros de combate, algunos caballos y una escolta de cincuenta soldados. Se levantaba temprano y se ponía a la vera del camino, junto a la entrada de la ciudad. Cuando pasaba alguien que iba a ver al rey para que le   resolviera un pleito, Absalón lo llamaba y le preguntaba de qué pueblo venía. Aquél le decía de qué tribu israelita era, y Absalón le aseguraba: "Tu demanda es muy justa, pero no habrá quien te escuche de parte del rey." En seguida añadía: "¡Ojalá me pusieran por juez en el país! Todo el que tuviera un pleito o una demanda vendría a mí, y yo le haría justicia." Además de esto, si alguien se le acercaba para inclinarse ante él, Absalón le tendía los brazos, lo abrazaba y lo saludaba con un beso. Esto hacía Absalón con todos los israelitas que iban a ver al rey para que les resolviera algún asunto, y así fue ganándose el cariño del pueblo. Al cabo de cuatro años, Absalón le dijo al rey: Permítame Su Majestad ir a Hebrón, a cumplir un voto que le hice al Señor. Cuando vivía en Guesur de Aram, hice este voto: Si el Señor me concede volver a Jerusalén, le ofreceré un sacrificio. Vete tranquilo respondió el rey. Absalón emprendió la marcha a Hebrón, pero al mismo tiempo envió mensajeros por todas las tribus de Israel con este mensaje: "Tan pronto como oigan el toque de trompeta, exclamen: ¡Absalón reina en Hebrón! " Además, desde Jerusalén llevó Absalón a doscientos invitados, los cuales lo acompañaron de buena fe y sin sospechar nada. Luego, mientras celebraba los sacrificios, Absalón mandó llamar a un consejero de su padre David, el cual se llamaba Ajitofel y era del pueblo de Guiló. Así la conspiración fue tomando fuerza, y el número de los que seguían a Absalón crecía más y más. Un mensajero le llevó a David esta noticia: "Todos los israelitas se han puesto de parte de Absalón." Entonces David les dijo a todos los oficiales que estaban con él en Jerusalén: ¡Vámonos de aquí! Tenemos que huir, pues de otro modo no podremos escapar de Absalón. Démonos prisa, no sea que él se nos adelante. Si nos alcanza, nos traerá la ruina y pasará a toda la gente a filo de espada. Como diga Su Majestad respondieron los oficiales; nosotros estamos para servirle. De inmediato partió el rey acompañado de toda la corte, con excepción de diez concubinas que dejó para cuidar el palacio. Habiendo salido del palacio con todo su séquito, se detuvo junto a la casa más lejana de la ciudad. Todos sus oficiales se pusieron a su lado. Entonces los quereteos y los peleteos, y seiscientos guititas que lo habían seguido desde Gat, desfilaron ante el rey. El rey se dirigió a Itay el guitita: ¿Y tú por qué vienes con nosotros? Regresa y quédate con el rey Absalón, ya que eres extranjero y has sido desterrado de tu propio país. ¿Cómo voy a dejar que nos acompañes, si acabas de llegar y ni yo mismo sé a dónde vamos? Regresa y llévate a tus paisanos. ¡Y que el amor y la fidelidad de Dios te acompañen! Pero Itay le respondió al rey: ¡Tan cierto como que el Señor y Su Majestad viven, juro que, para vida o para muerte, iré adondequiera que usted vaya! Está bien contestó el rey, ven con nosotros. Así que Itay el guitita marchó con todos los hombres de David y con las familias que lo acompañaban. Todo el pueblo lloraba a gritos mientras David pasaba con su gente, y cuando el rey cruzó el arroyo de Cedrón, toda la gente comenzó la marcha hacia el desierto. Entre ellos se encontraba también Sadoc, con los levitas que llevaban el arca del pacto de Dios. Éstos hicieron descansar el arca en el suelo, y Abiatar ofreció sacrificios hasta que toda la gente terminó de salir de la ciudad. Luego le dijo el rey al sacerdote Sadoc: Devuelve el arca de Dios a la ciudad. Si cuento con el favor del Señor, él hará que yo regrese y vuelva a ver el arca y el lugar donde él reside. Pero si el Señor me hace saber que no le agrado, quedo a su merced y puede hacer conmigo lo que mejor le parezca. También le dijo: Como tú eres vidente, puedes volver tranquilo a la ciudad con Abiatar, y llevarte contigo a tu hijo Ajimaz y a Jonatán hijo de Abiatar. Yo me quedaré en los llanos del desierto hasta que ustedes me informen de la situación. Entonces Sadoc y Abiatar volvieron a Jerusalén con el arca de Dios, y allí se quedaron. David, por su parte, subió al monte de los Olivos llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. También todos los que lo acompañaban se cubrieron la cabeza y subieron llorando. En eso le informaron a David que Ajitofel se había unido a la conspiración de Absalón. Entonces David oró: "Señor, haz que fracasen los planes de Ajitofel." Cuando David llegó a la cumbre del monte, donde se rendía culto a Dios, se encontró con Husay el arquita, que en señal de duelo llevaba las vestiduras rasgadas y la cabeza cubierta de ceniza. David le dijo: Si vienes conmigo, vas a serme una carga. Es mejor que regreses a la ciudad y le digas a Absalón: Majestad, estoy a su servicio. Antes fui siervo de su padre, pero ahora lo soy de usted. De ese modo podrás ayudarme a desbaratar los planes de Ajitofel. Allí contarás con los sacerdotes Sadoc y Abiatar, así que manténlos informados de todo lo que escuches en el palacio real. También contarás con Ajimaz hijo de Sadoc y con Jonatán hijo de Abiatar; comuníquenme ustedes por medio de ellos cualquier cosa que averigüen. Husay, que era amigo de David, llegó a Jerusalén en el momento en que Absalón entraba en la ciudad. Un poco más allá de la cumbre del monte, David se encontró con Siba, el criado de Mefiboset, que llevaba un par de asnos aparejados y cargados con doscientos panes, cien tortas de uvas pasas, cien tortas de higos y un odre de vino. ¿Qué vas a hacer con todo esto? le preguntó el rey. Siba respondió: Los asnos son para que monte la familia de Su Majestad, el pan y la fruta son para que coman los soldados, y el vino es para que beban los que desfallezcan en el desierto. Entonces el rey le preguntó: ¿Dónde está el nieto de tu amo? Se quedó en Jerusalén respondió Siba. Él se imagina que ahora la nación de Israel le va a devolver el reino de su abuelo. Bueno replicó el rey, todo lo que antes fue de Mefiboset ahora es tuyo. ¡A sus pies, mi señor y rey! exclamó Siba. ¡Que cuente yo siempre con el favor de Su Majestad! Cuando el rey David llegó a Bajurín, salía de allí un hombre de la familia de Saúl, llamado Simí hijo de Guerá. Éste se puso a maldecir, y a tirarles piedras a David y a todos sus oficiales, a pesar de que las tropas y la guardia real rodeaban al rey. En sus insultos, Simí le decía al rey: ¡Largo de aquí! ¡Asesino! ¡Canalla! El Señor te está dando tu merecido por haber masacrado a la familia de Saúl para reinar en su lugar. Por eso el Señor le ha entregado el reino a tu hijo Absalón. Has caído en desgracia, porque eres un asesino. Abisay hijo de Sarvia le dijo al rey: ¿Cómo se atreve este perro muerto a maldecir a Su Majestad? ¡Déjeme que vaya y le corte la cabeza! Pero el rey respondió: Esto no es asunto mío ni de ustedes, hijos de Sarvia. A lo mejor el Señor le ha ordenado que me maldiga. Y si es así, ¿quién se lo puede reclamar? Dirigiéndose a Abisay y a todos sus oficiales, David añadió: Si el hijo de mis entrañas intenta quitarme la vida, ¡qué no puedo esperar de este benjaminita! Déjenlo que me maldiga, pues el Señor se lo ha mandado. A lo mejor el Señor toma en cuenta mi aflicción y me paga con bendiciones las maldiciones que estoy recibiendo. David y sus hombres reanudaron el viaje. Simí, por su parte, los seguía por la ladera del monte, maldiciendo a David, tirándole piedras y levantando polvo. El rey y quienes lo acompañaban llegaron agotados a su destino, así que descansaron allí. Mientras tanto, Absalón y todos los israelitas que lo seguían habían entrado en Jerusalén; también Ajitofel lo acompañaba. Entonces Husay el arquita, amigo de David, fue a ver a Absalón y exclamó: ¡Viva el rey! ¡Viva el rey! Absalón le preguntó: ¿Así muestras tu lealtad a tu amigo? ¿Cómo es que no te fuiste con él? De ningún modo respondió Husay. Soy más bien amigo del elegido del Señor, elegido también por este pueblo y por todos los israelitas. Así que yo me quedo con usted. Además, ¿a quién voy a servir? Serviré al hijo, como antes serví al padre. Luego le dijo Absalón a Ajitofel: Pónganse a pensar en lo que debemos hacer. Ajitofel le respondió: Acuéstese usted con las concubinas que su padre dejó al cuidado del palacio. De ese modo todos los israelitas se darán cuenta de que Su Majestad ha roto con su padre, y quienes lo apoyan a usted se fortalecerán en el poder. Entonces instalaron una tienda de campaña en la azotea para que Absalón se acostara con las concubinas de su padre a la vista de todos los israelitas. En aquella época, recibir el consejo de Ajitofel era como oír la palabra misma de Dios, y esto era así tanto para David como para Absalón.



Salmo 65:
A ti, oh Dios de Sión, te pertenece la alabanza. A ti se te deben cumplir los votos, porque escuchas la oración. A ti acude todo mortal, a causa de sus perversidades. Nuestros delitos nos abruman, pero tú los perdonaste. ¡*Dichoso aquel a quien tú escoges, al que atraes a ti para que viva en tus atrios! Saciémonos de los bienes de tu casa, de los dones de tu santo templo. Tú, oh Dios y Salvador nuestro, nos respondes con imponentes obras de justicia; tú eres la esperanza de los confines de la tierra y de los más lejanos mares. Tú, con tu poder, formaste las montañas, desplegando tu potencia. Tú calmaste el rugido de los mares, el estruendo de sus olas, y el tumulto de los pueblos. Los que viven en remotos lugares se asombran ante tus prodigios; del oriente al occidente tú inspiras canciones de alegría. Con tus cuidados fecundas la tierra, y la colmas de abundancia. Los arroyos de Dios se llenan de agua, para asegurarle trigo al pueblo. ¡Así preparas el campo! Empapas los surcos, nivelas sus terrones, reblandeces la tierra con las lluvias y bendices sus renuevos. Tú coronas el año con tus bondades, y tus carretas se desbordan de abundancia. Rebosan los prados del desierto; las colinas se visten de alegría. Pobladas de rebaños las praderas, y cubiertos los valles de trigales, cantan y lanzan voces de alegría.



Proverbios 28:
El malvado huye aunque nadie lo persiga; pero el justo vive confiado como un león. Cuando hay rebelión en el país, los caudillos se multiplican; cuando el gobernante es entendido, se mantiene el orden. El gobernante que oprime a los pobres es como violenta lluvia que arrasa la cosecha. Los que abandonan la ley alaban a los malvados; los que la obedecen luchan contra ellos. Los malvados nada entienden de la justicia; los que buscan al Señor lo entienden todo. Más vale pobre pero honrado, que rico pero perverso. El hijo entendido se sujeta a la ley; el derrochador deshonra a su padre. El que amasa riquezas mediante la usura las acumula para el que se compadece de los pobres. Dios aborrece hasta la oración del que se niega a obedecer la ley. El que lleva a los justos por el mal camino, caerá en su propia trampa; pero los íntegros heredarán el bien. El rico se las da de sabio; el pobre pero inteligente lo desenmascara. Cuando los justos triunfan, se hace gran fiesta; cuando los impíos se imponen, todo el mundo se esconde. Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón. ¡Dichoso el que siempre teme al Señor! Pero el obstinado caerá en la desgracia. Un león rugiente, un oso hambriento, es el gobernante malvado que oprime a los pobres. El gobernante falto de juicio es terrible opresor; el que odia las riquezas prolonga su vida. El que es perseguido por homicidio será un fugitivo hasta la muerte. ¡Que nadie le brinde su apoyo! El que es honrado se mantendrá a salvo; el de caminos perversos caerá en la fosa. El que trabaja la tierra tendrá abundante comida; el que sueña despierto sólo abundará en pobreza. El hombre fiel recibirá muchas bendiciones; el que tiene prisa por enriquecerse no quedará impune. No es correcto mostrarse parcial con nadie. Hay quienes pecan hasta por un mendrugo de pan. El tacaño ansía enriquecerse, sin saber que la pobreza lo aguarda. A fin de cuentas, más se aprecia al que reprende que al que adula. El que roba a su padre o a su madre, e insiste en que no ha pecado, amigo es de gente perversa. El que es ambicioso provoca peleas, pero el que confía en el Señor prospera. Necio es el que confía en sí mismo; el que actúa con sabiduría se pone a salvo. El que ayuda al pobre no conocerá la pobreza; el que le niega su ayuda será maldecido. Cuando triunfan los impíos, la gente se esconde; cuando perecen, los justos prosperan.



El Libro de Apocalipsis Capítulo 1 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:

EL APOCALIPSIS
DE SAN JUAN

CAPÍTULO 1
(96 d.C.)
INTRODUCCIÓN

LA Revelación de Jesucristo, que Dios le dio (la Revelación dada aquí es de Jesucristo, no de Juan, como muchos piensan; Juan era nada más que el instrumento empleado para escribir este relato), para manifestar a Sus siervos las cosas que deben suceder pronto (se refiere al principio de los acontecimientos, que siguen hasta esta hora, y, de hecho, seguirán para siempre; serán en la Edad de la Iglesia y más allá); y la declaró, enviándola por Su Ángel a Juan Su siervo (aunque le vino la Revelación a Cristo, le fue entregada a Juan por "Su Ángel"):
2 El cual ha dado testimonio de la Palabra de Dios (se consideraba a sí mismo simplemente como un testigo de lo que él había visto y sólo afirmaba mantener un registro justo y fiel de ella), y del Testimonio de Jesucristo (Juan era solamente un testigo del Testimonio de Cristo), y de todas las cosas que ha visto (se refiere a las visiones y símbolos dados a Juan).
3 Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta Profecía, y guardan las cosas en ella escritas (todos quienes obedecen estas advertencias se les ha prometido una Bendición): porque el tiempo está cerca (se refiere al principio del cumplimiento de estas cosas que comienza con la Iglesia, registradas en Apocalipsis, Capítulos 2 y 3, y continúan eternamente).
SALUTACIONES
4 Juan a las siete Iglesias que están en Asia (estas Iglesias particulares fueron seleccionadas por el Espíritu Santo para representar la totalidad de la Edad de la Iglesia): Gracia sea con vosotros, y Paz del que es y que era y que ha de venir (se refiere a la Gracia y la Paz que resultan de la Santificación, todo hecho posible por la Cruz); y de los siete Espíritus que están delante de Su Trono (nos las dio de esta manera para poner de relieve el aspecto séptuplo de las Operaciones del Espíritu Santo [Isa. 11:2]);
5 Y de Jesucristo, el Testigo fiel (vida terrenal de obediencia perfecta), el Primogénito de los muertos (se refiere a Su Resurrección, que es las Primicias [Rom. 8:23]), y Príncipe de los reyes de la Tierra. (Se refiere a Su Señorío del mundo, que es un tema clave del Libro de Apocalipsis.) Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con Su Sangre (la Cruz demuestra claramente la realidad de Su Amor),
6 Y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y Su Padre (hecho posible por lo que Cristo hizo en la Cruz y sólo por lo que Cristo hizo en la Cruz); a Él sea la Gloria y el Imperio para siempre jamás. Amén. (Cristo es el Redentor, por lo tanto, Él merece "la Gloria y el Imperio," que serán Suyos eternamente.)
EL TEMA
7 He aquí, que viene con las nubes (la Segunda Venida de Cristo es el tema principal de este Libro; la palabra "nubes" representa grandes números de Santos); y todo ojo Le verá (se refiere a todos quienes estarán en las inmediaciones de Jerusalén, y es hasta posible que mil millones podrían verlo por Televisión), y los que Le traspasaron (los Judíos, entonces sabrán y no cabrá sombra de duda de que Jesús es el Mesías y Señor): y todos los linajes de la Tierra se lamentarán sobre Él. Así sea, Amén. (El "lamento" ocurrirá debido al Juicio que traerá Cristo al mundo por su pecado y vergüenza.)
8 Yo Soy el Alfa y la Omega, principio y fin (el Primero, el Último, el Único Dios), dice el Señor, que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso. (La palabra "Todopoderoso" garantiza que Él va a ser capaz de cumplir todo lo que Él dice.)
LA VISIÓN
9 Yo Juan, vuestro Hermano, y participante en la tribulación (Juan era un copartícipe en la tribulación lo que en ese entonces se avecinaba a todas las Iglesias) y en el Reino, y en la Paciencia de Jesucristo (Cristo establecerá al final Su Reino en esta Tierra, pero hemos de esperar con paciencia), estaba en la Isla que es llamada Patmos (una isla de unos 59.5 kilómetros [37 millas] al oeste-sudoeste de Mileto en el Mar Egeo), por la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesucristo. (No estaba en la prisión por haber cometido delitos, porque no había cometido ninguno, sino por haber tomado una postura por nuestro Señor.)
10 Yo fui en el Espíritu (inició una nueva clase de experiencia con relación al control del Espíritu sobre él) en el Día del Señor (Domingo), y oí detrás de mí una gran Voz como de trompeta (la Voz que Juan oyó se oye por todo el mundo hasta esta hora y, efectivamente, siempre se oirá; ¡es la Voz de nuestro Señor!),
11 Que decía, Yo Soy el Alfa y Omega, el Primero y el Último (Cristo es todo en todo): escribe en un libro lo que ves (constituye lo que ya tenemos y se refiere como el "Libro del Apocalipsis"), y envíalo a las Siete Iglesias que están en Asia; a Éfeso, y a Esmirna, y a Pérgamo, y a Tiatira, y a Sardis, y a Filadelfia, y a Laodicea. (Esta frase presenta a estas Iglesias que fueron seleccionadas Personalmente por Cristo.)
12 Y me volví a ver la Voz que hablaba conmigo. Y vuelto, vi Siete Candeleros de oro (simbólico de las Siete Iglesias);
13 Y en medio de los Siete Candeleros, uno semejante al Hijo del Hombre (Jesús es la Cabeza de la Iglesia, la Pieza principal de Su actividad), vestido de una Ropa que llegaba hasta los Pies (indica Su posición como Sacerdote y Rey), y ceñido por los Pechos con una Cinta de Oro (presenta la Vestidura real; Cristo es Sacerdote y Rey).
14 Y Su Cabeza y Sus Cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve (Majestad y Autoridad); y Sus Ojos como llama de fuego (describe el escrutinio penetrante y el Juicio acérrimo);
15 Y Sus Pies semejantes al bronce fino, ardientes como en un horno (el "bronce" indica Su Humanidad, pero sobrehumana); y Su Voz como ruido de muchas aguas (la Voz de Poder).
16 Y tenía en Su Diestra Siete Estrellas (representa a los Pastores de estas Siete Iglesias): y de Su Boca salía una espada aguda de dos filos (representa la Palabra de Dios): y Su Rostro era como el sol cuando resplandece en Su fuerza (representa Su Gloria).
17 Y cuando yo le vi, caí como muerto a Sus Pies (la idea es que Juan creía que se iba a morir). Y Él puso Su Diestra sobre mí, diciéndome, No temas (en efecto, Cristo le dice a Juan que no iba a morir); Yo Soy el Primero y el Último (Él Solo es Dios, el Señor  Absoluto de la Historia y el Creador):
18 Y Soy El Que vive (nunca volverá a morir y tiene vida en Él; el Origen y la Fuente de Vida para otras personas; Quien tiene inmortalidad [Jn. 1:4; 14:6; 1 Tim. 6:16]), y aunque estuve muerto (representa El Dios Viviente que toma parte en la muerte, para participar en nuestra muerte, en Su naturaleza humana para que Él pudiera finalizar el Sacrificio por los pecados como gran Sumo Sacerdote, que Él así lo hizo); mas, he aquí, que vivo por siglos de siglos, Amén (Él nunca volverá a morir y la muerte está derrotada totalmente); y tengo las llaves del Infierno y de la muerte. (Él Solo determina quién entrará en la muerte y el Infierno, y quién no.)
19 Escribe las cosas que has visto (este Versículo es la clave al entendimiento del Libro del Apocalipsis; está dividido en tres partes: 1. La Visión de Cristo en medio de los Candeleros, Capítulo 1), y las que son (2. Corresponde a las Iglesias, Capítulos 2-3), y las que han de ser después de éstas (3. Corresponde a los acontecimientos después del Arrebatamiento de la Iglesia, incluye la Gran Tribulación y la Eternidad, Capítulos 4-22);
20 El misterio de las Siete Estrellas que has visto en Mi Diestra (representa el hecho de que estos Pastores pertenecieron a Cristo), y los Siete Candeleros de Oro. Las Siete Estrellas son los Ángeles (Pastores) de las Siete Iglesias: y los Siete Candeleros que has visto, son las Siete Iglesias. (Representa la totalidad de la Edad de la Iglesia, justo como lo veremos.)


Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.


Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté,  David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.


Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos;  herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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