24 March 2023

El 24 de marzo Lectura Bíblica Diaria

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El 24 de marzo Lectura Bíblica Diaria:

Ezequiel 8-10:
8 En el sexto año, en el mes sexto, a los cinco días del mes, aconteció que estaba yo sentado en mi casa, y los ancianos de Judá estaban sentados delante de mí, y allí se posó sobre mí la mano de Jehová el Señor. Y miré, y he aquí una figura que parecía de hombre; desde sus lomos para abajo, fuego; y desde sus lomos para arriba parecía resplandor, el aspecto de bronce refulgente. Y aquella figura extendió la mano, y me tomó por las guedejas de mi cabeza; y el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén, a la entrada de la puerta de adentro que mira hacia el norte, donde estaba la habitación de la imagen del celo, la que provoca a celos. Y he aquí, allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la visión que yo había visto en el campo. Y me dijo: Hijo de hombre, alza ahora tus ojos hacia el lado del norte. Y alcé mis ojos hacia el norte, y he aquí al norte, junto a la puerta del altar, aquella imagen del celo en la entrada. Me dijo entonces: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario? Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores. Y me llevó a la entrada del atrio, y miré, y he aquí en la pared un agujero. Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí una puerta. Me dijo luego: Entra, y ve las malvadas abominaciones que éstos hacen allí. Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor. Y delante de ellos estaban setenta varones de los ancianos de la casa de Israel, y Jaazanías hijo de Safán en medio de ellos, cada uno con su incensario en su mano; y subía una nube espesa de incienso. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿has visto las cosas que los ancianos de la casa de Israel hacen en tinieblas, cada uno en sus cámaras pintadas de imágenes? Porque dicen ellos: No nos ve Jehová; Jehová ha abandonado la tierra. Me dijo después: Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que hacen éstos. Y me llevó a la entrada de la puerta de la casa de Jehová, que está al norte; y he aquí mujeres que estaban allí sentadas endechando a Tamuz. Luego me dijo: ¿No ves, hijo de hombre? Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que estas. Y me llevó al atrio de adentro de la casa de Jehová; y he aquí junto a la entrada del templo de Jehová, entre la entrada y el altar, como veinticinco varones, sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente. Y me dijo: ¿No has visto, hijo de hombre? ¿Es cosa liviana para la casa de Judá hacer las abominaciones que hacen aquí? Después que han llenado de maldad la tierra, se volvieron a mí para irritarme; he aquí que aplican el ramo a sus narices. Pues también yo procederé con furor; no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré. 9 Clamó en mis oídos con gran voz, diciendo: Los verdugos de la ciudad han llegado, y cada uno trae en su mano su instrumento para destruir. Y he aquí que seis varones venían del camino de la puerta de arriba que mira hacia el norte, y cada uno traía en su mano su instrumento para destruir. Y entre ellos había un varón vestido de lino, el cual traía a su cintura un tintero de escribano; y entrados, se pararon junto al altar de bronce. Y la gloria del Dios de Israel se elevó de encima del querubín, sobre el cual había estado, al umbral de la casa; y llamó Jehová al varón vestido de lino, que tenía a su cintura el tintero de escribano, y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella. Y a los otros dijo, oyéndolo yo: Pasad por la ciudad en pos de él, y matad; no perdone vuestro ojo, ni tengáis misericordia. Matad a viejos, jóvenes y vírgenes, niños y mujeres, hasta que no quede ninguno; pero a todo aquel sobre el cual hubiere señal, no os acercaréis; y comenzaréis por mi santuario. Comenzaron, pues, desde los varones ancianos que estaban delante del templo. Y les dijo: Contaminad la casa, y llenad los atrios de muertos; salid. Y salieron, y mataron en la ciudad. Aconteció que cuando ellos iban matando y quedé yo solo, me postré sobre mi rostro, y clamé y dije: ¡Ah, Señor Jehová! ¿destruirás a todo el remanente de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén? Y me dijo: La maldad de la casa de Israel y de Judá es grande sobremanera, pues la tierra está llena de sangre, y la ciudad está llena de perversidad; porque han dicho: Ha abandonado Jehová la tierra, y Jehová no ve. Así, pues, haré yo; mi ojo no perdonará, ni tendré misericordia; haré recaer el camino de ellos sobre sus propias cabezas. Y he aquí que el varón vestido de lino, que tenía el tintero a su cintura, respondió una palabra, diciendo: He hecho conforme a todo lo que me mandaste. 10 Miré, y he aquí en la expansión que había sobre la cabeza de los querubines como una piedra de zafiro, que parecía como semejanza de un trono que se mostró sobre ellos. Y habló al varón vestido de lino, y le dijo: Entra en medio de las ruedas debajo de los querubines, y llena tus manos de carbones encendidos de entre los querubines, y espárcelos sobre la ciudad. Y entró a vista mía. Y los querubines estaban a la mano derecha de la casa cuando este varón entró; y la nube llenaba el atrio de adentro. Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima del querubín al umbral de la puerta; y la casa fue llena de la nube, y el atrio se llenó del resplandor de la gloria de Jehová. Y el estruendo de las alas de los querubines se oía hasta el atrio de afuera, como la voz del Dios Omnipotente cuando habla. Aconteció, pues, que al mandar al varón vestido de lino, diciendo: Toma fuego de entre las ruedas, de entre los querubines, él entró y se paró entre las ruedas. Y un querubín extendió su mano de en medio de los querubines al fuego que estaba entre ellos, y tomó de él y lo puso en las manos del que estaba vestido de lino, el cual lo tomó y salió. Y apareció en los querubines la figura de una mano de hombre debajo de sus alas. Y miré, y he aquí cuatro ruedas junto a los querubines, junto a cada querubín una rueda; y el aspecto de las ruedas era como de crisólito. En cuanto a su apariencia, las cuatro eran de una misma forma, como si estuviera una en medio de otra. Cuando andaban, hacia los cuatro frentes andaban; no se volvían cuando andaban, sino que al lugar adonde se volvía la primera, en pos de ella iban; ni se volvían cuando andaban. Y todo su cuerpo, sus espaldas, sus manos, sus alas y las ruedas estaban llenos de ojos alrededor en sus cuatro ruedas. A las ruedas, oyéndolo yo, se les gritaba: ¡Rueda! Y cada uno tenía cuatro caras. La primera era rostro de querubín; la segunda, de hombre; la tercera, cara de león; la cuarta, cara de águila. Y se levantaron los querubines; este es el ser viviente que vi en el río Quebar. Y cuando andaban los querubines, andaban las ruedas junto con ellos; y cuando los querubines alzaban sus alas para levantarse de la tierra, las ruedas tampoco se apartaban de ellos. Cuando se paraban ellos, se paraban ellas, y cuando ellos se alzaban, se alzaban con ellos; porque el espíritu de los seres vivientes estaba en ellas. Entonces la gloria de Jehová se elevó de encima del umbral de la casa, y se puso sobre los querubines. Y alzando los querubines sus alas, se levantaron de la tierra delante de mis ojos; cuando ellos salieron, también las ruedas se alzaron al lado de ellos; y se pararon a la entrada de la puerta oriental de la casa de Jehová, y la gloria del Dios de Israel estaba por encima sobre ellos. Estos eran los mismos seres vivientes que vi debajo del Dios de Israel junto al río Quebar; y conocí que eran querubines. Cada uno tenía cuatro caras y cada uno cuatro alas, y figuras de manos de hombre debajo de sus alas. Y la semejanza de sus rostros era la de los rostros que vi junto al río Quebar, su misma apariencia y su ser; cada uno caminaba derecho hacia adelante.

Salmo 102:
Escucha, Señor, mi oración; llegue a ti mi clamor. No escondas de mí tu rostro cuando me encuentro angustiado. Inclina a mí tu oído; respóndeme pronto cuando te llame. Pues mis días se desvanecen como el humo, los huesos me arden como brasas. Mi corazón decae y se marchita como la hierba; ¡hasta he perdido el apetito! Por causa de mis fuertes gemidos se me pueden contar los huesos. Parezco una lechuza del desierto; soy como un búho entre las ruinas. No logro conciliar el sueño; parezco ave solitaria sobre el tejado. A todas horas me ofenden mis enemigos, y hasta usan mi nombre para maldecir. Las cenizas son todo mi alimento; mis lágrimas se mezclan con mi bebida. ¡Por tu enojo, por tu indignación, me levantaste para luego arrojarme! Mis días son como sombras nocturnas; me voy marchitando como la hierba. Pero tú, Señor,  reinas eternamente; tu nombre perdura por todas las generaciones. Te levantarás y tendrás piedad de Sión, pues ya es tiempo de que la compadezcas. ¡Ha llegado el momento señalado! Tus siervos sienten cariño por sus ruinas; los mueven a compasión sus escombros. Las naciones temerán el nombre del Señor; todos los reyes de la tierra reconocerán su majestad. Porque el Señor reconstruirá a Sión, y se manifestará en su esplendor. Atenderá a la oración de los desamparados, y no desdeñará sus ruegos. Que se escriba esto para las generaciones futuras, y que el pueblo que será creado alabe al Señor. Miró el Señor desde su altísimo santuario; contempló la tierra desde el cielo, para oír los lamentos de los cautivos y liberar a los condenados a muerte; para proclamar en Sión el nombre del Señor y anunciar en Jerusalén su alabanza, cuando todos los pueblos y los reinos se reúnan para adorar al Señor. En el curso de mi vida acabó Dios con mis fuerzas; me redujo los días. Por eso dije: "No me lleves, Dios mío, a la mitad de mi vida; tú permaneces por todas las generaciones. En el principio tú afirmaste la tierra, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permaneces. Todos ellos se desgastarán como un vestido. Y como ropa los cambiarás, y los dejarás de lado. Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin. Los hijos de tus siervos se establecerán, y sus descendientes habitarán en tu presencia."


Proverbios 5:
Hijo mío, pon atención a mi sabiduría y presta oído a mi buen juicio, para que al hablar mantengas la discreción y retengas el conocimiento. De los labios de la adúltera fluye miel; su lengua es más suave que el aceite. Pero al fin resulta más amarga que la hiel y más cortante que una espada de dos filos. Sus pies descienden hasta la muerte; sus pasos van derecho al sepulcro. No toma ella en cuenta el camino de la vida; sus sendas son torcidas, y ella no lo reconoce. Pues bien, hijo mío, préstame atención y no te apartes de mis palabras. Aléjate de la adúltera; no te acerques a la puerta de su casa, para que no entregues a otros tu vigor, ni tus años a gente cruel; para que no sacies con tu fuerza a gente extraña, ni vayan a dar en casa ajena tus esfuerzos. Porque al final acabarás por llorar, cuando todo tu ser se haya consumido. Y dirás: "¡Cómo pude aborrecer la corrección! ¡Cómo pudo mi corazón despreciar la disciplina! No atendí a la voz de mis maestros, ni presté oído a mis instructores. Ahora estoy al borde de la ruina, en medio de toda la comunidad." Bebe el agua de tu propio pozo, el agua que fluye de tu propio manantial. ¿Habrán de derramarse tus fuentes por las calles y tus corrientes de aguas por las plazas públicas? Son tuyas, solamente tuyas, y no para que las compartas con extraños. ¡Bendita sea tu fuente! ¡Goza con la esposa de tu juventud! Es una gacela amorosa, es una cervatilla encantadora. ¡Que sus pechos te satisfagan siempre! ¡Que su amor te cautive todo el tiempo! ¿Por qué, hijo mío, dejarte cautivar por una adúltera? ¿Por qué abrazarte al pecho de la mujer ajena? Nuestros caminos están a la vista del Señor; él examina todas nuestras sendas. Al malvado lo atrapan sus malas obras; las cuerdas de su pecado lo aprisionan. Morirá por su falta de disciplina; perecerá por su gran insensatez.


El Libro de Los Romanos Capítulo 7 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:



LA EPÍSTOLA DEL APÓSTOL PABLO A LOS
ROMANOS
CAPÍTULO 7
(60 d.C.)
LA LEY Y EL PECADO
¿IGNORÁIS, Hermanos (Pablo habla a los Creyentes), (porque hablo con los que saben la Ley,) (se refiere a la Ley de Moisés, pero se podría referir a cualquier tipo de Ley religiosa) que la Ley se enseñorea del hombre entre tanto que vive? (La Ley ejerce dominio mientras él trate de vivir según la Ley. Desgraciadamente, al no entender la Cruz con respecto a la Santificación, prácticamente la totalidad de la Iglesia trata actualmente de vivir para Dios por medio de la Ley. Que el Creyente sepa que hay sólo dos lugares en que él puede estar, la Gracia o la Ley. Si él no entiende la Cruz referente a la Santificación, como el único medio de la victoria, estará automáticamente bajo la Ley, que garantiza el fracaso.)
2 Porque la mujer que está sujeta al marido mientras el marido vive está obligada a la Ley (Pablo usa la analogía de la obligación del lazo matrimonial); mas muerto el marido, libre es de la Ley del marido (significa que ella está libre de casarse de nuevo).
3 Así que, viviendo el marido, se llamará adúltera si fuere de otro varón (en efecto, la mujer ya tiene dos maridos, al menos en los Ojos de Dios; en la analogía siguiente, el Espíritu Santo por medio de Pablo nos dará una gran verdad; muchos Cristianos viven una vida de adulterio espiritual; están casados con Cristo, pero en efecto, sirven a otro marido, "la Ley"; ¡es una analogía verídica!): mas si su marido muriere (la Ley está muerta en virtud de Cristo que ha cumplido la Ley desde todo punto de vista), es libre de la Ley (si el marido muere, la mujer está libre para casarse y servir a otro; la Ley de Moisés, cumplida en Cristo, ya está muerta al Creyente y el Creyente está libre para servir a Cristo sin que la Ley tenga parte integrante en su vida o en el modo de vivir); de tal manera que no será adúltera, si fuere de otro marido (presenta al Creyente ahora como casado con Cristo y ya no conforme a la obligación de la Ley).
4 Así también vosotros, Hermanos míos, estáis muertos a la Ley (la Ley no está muerta en sí, pero estamos muertos a la Ley porque estamos muertos a sus efectos; significa que no debemos tratar de vivir para Dios por medio de "la Ley," ya sea es la Ley de Moisés, o Leyes inventadas por otros hombres o de nosotros mismos; debemos estar muertos a toda la Ley) por el Cuerpo de Cristo (se refiere a la Crucifixión de Cristo, que satisfizo las demandas de la Ley quebrantada que no pudimos satisfacer; pero Cristo lo hizo por nosotros; después de haber cumplido la Ley desde todo punto de vista, el Cristiano no está obligado a la Ley en ninguna manera, sólo a Cristo y lo que Él hizo en la Cruz); para que seáis de otro (se refiere a Cristo), a saber, del que resucitó de los muertos (somos resucitados con Él a una nueva vida, y hemos de entender siempre que Cristo ha provisto, provee y proveerá cada necesidad que tengamos; recurrimos a Él exclusivamente, lo cual se refiere a lo que Él hizo por nosotros en la Cruz), para que produzcamos fruto a Dios (el fruto apropiado sólo se puede producir por el Creyente que constantemente mira a la Cruz; de hecho, nunca se debe separar a Cristo de la Obra de la Cruz; porque al hacer esto está creando a "otro Jesús" [II Cor. 11:4]).
5 Porque mientras estábamos en la carne (puede referirse a la condición no salva o al Creyente que intenta vencer los poderes del pecado por sus propios esfuerzos, es decir, "la carne"), los afectos de los pecados (denota estar bajo el poder de la naturaleza pecaminosa, y se refiere a las "pasiones de la naturaleza pecaminosa") que eran por la Ley (el efecto de la Ley debe revelar el pecado, lo que la Ley está diseñada hacer ya sea si es la Ley de Dios o Leyes inventadas por nosotros; no significa que es malo, ya que no lo es; sólo significa que no hay victoria en la Ley, sólo la Revelación del pecado y de su pena), obraban en nuestros miembros produciendo fruto para muerte (cuando el Creyente intenta vivir para el Señor por medio de la Ley, que desgraciadamente es lo que hace la mayoría de la Iglesia moderna, el resultado final va a ser el pecado y el fracaso; de hecho, esto no puede ser de ninguna otra manera; ¡déjenos decirlo otra vez! si el Creyente no entiende la Cruz, en cuanto a ésta se refiere a la Santificación, de manera que el Creyente intentará vivir para Dios por medio de la Ley; lo triste es que la mayoría de las personas en la Iglesia moderna piensan que están bajo la Gracia, cuando en realidad viven conforme a la Ley porque no entienden la Cruz).
6 Mas ahora estamos libres de la Ley (liberado de sus exigencias justas, lo que significa que Cristo ha pagado su pena), habiendo muerto (muerto a la Ley en virtud de haber muerto con Cristo en la Cruz) a aquella en la cual estábamos detenidos (fuimos dominados una vez por la naturaleza pecaminosa); para que sirvamos en novedad de Espíritu (se refiere al Espíritu Santo y no al espíritu del hombre; el Creyente tiene un modo de vivir completamente nuevo, que es la Fe en Cristo y lo que Él hizo en la Cruz de parte nuestra; esto garantiza la victoria perpetua), y no en la antigüedad de la letra (se refiere a la Ley de Moisés; la mayoría de los Creyentes modernos sostendrían que no  viven conforme a la Ley de Moisés; pero, como hemos dicho, la verdad es que si ellos no entienden la Cruz en cuanto se refiere a la Santificación, entonces de algún modo todavía viven conforme a aquella antigua Ley).
LA LUCHA CONTRA
EL PECADO
7 ¿Qué pues diremos? (En los Versículos 1 al 6 de este Capítulo, Pablo demuestra que el Creyente ya no está bajo la Ley; en el resto del Capítulo, él muestra que un Creyente que se conforma a la Ley, deja de valerse de los recursos de la Gracia, es un Cristiano derrotado.) ¿La Ley es pecado? ¡Dios no lo quiera! (La condición del hombre no es causada por la Ley de Dios, ya que la Ley es Santa; mejor dicho está expuesta.) Empero, yo no conocí el pecado, sino por la Ley (quiere decir que la Ley de Moisés definió lo que el pecado es en efecto, pero no dio ningún poder para vencer el pecado): porque tampoco conociera la concupiscencia, si la Ley no dijera, No codiciarás (nos dice que el deseo por lo prohibido es la primera forma consciente del pecado; ¡esta es la naturaleza pecaminosa en acción!).
8 Mas el pecado (la naturaleza pecaminosa), tomando ocasión, obró en mí por el Mandamiento toda concupiscencia ("la concupiscencia" es un "deseo malo," significa que si el Creyente intenta vivir para Dios por medios apartes de la Cruz, él será dominado por los "deseos malos"; y no importa cuán dedicado sea, no será capaz de parar el proceso en aquella manera, de este modo irá de mal en peor). Porque sin la Ley el pecado está muerto (quiere decir que la Ley de Moisés totalmente expuso lo que estaba ya en el corazón del hombre; es uno de los motivos por el cual dio Dios la Ley).
9 Así que, yo sin la Ley vivía por algún tiempo (Pablo se refiere personalmente a sí mismo y su conversión a Cristo; la Ley, él declara, no tuvo nada que ver con aquella conversión; tampoco tuvo nada que ver con su vida en Cristo): mas venido el Mandamiento (acababa de ser salvo y no entendía la Cruz de Cristo, él trató de vivir para Dios guardando los Mandamientos por su propia fuerza y poder; en su defensa, tampoco nadie más de ese entonces entendió la Cruz; de hecho, el significado de la Cruz, que es realmente el significado del Nuevo Convenio, le sería dado a Pablo), el pecado revivió (la naturaleza pecaminosa siempre, sin excepción, se restablece bajo tales circunstancias, que causa el fracaso), y yo morí (no quiso decir que él murió físicamente, como sería obvio, sino que murió al Mandamiento; en otras palabras, fracasó en obedecer no importa cuánto se esforzaba en su intento; ¡que todos los Creyentes sepan que si el Apóstol Pablo no pudo vivir para Dios de esta manera, tampoco lo puede usted!).
10 Y hallé que el Mandamiento con mira de vida (se refiere a los Diez Mandamientos), para mí resultó para muerte (quiere decir que la Ley reveló el pecado, como ella siempre lo hace, y la paga que es la muerte; en otras palabras, no hay victoria alguna de procurar vivir según la Ley; debemos vivir por la Fe, que se refiere a la Fe en Cristo y la Cruz).
11 Porque el pecado (la naturaleza pecaminosa), tomando ocasión, me engañó (Pablo pensó, ya que él había aceptado a Cristo, por solo el mero hecho que él podría seguramente obedecer al Señor en todo aspecto; pero él se dio cuenta que no podía, y ni puede usted, al menos en esa forma) por el Mandamiento (de ninguna manera culpa el Mandamiento, pero que el Mandamiento realmente excitó la naturaleza pecaminosa, y lo puso en primer plano, que precisamente es para lo que fue diseñado hacer), y por él me mató (a pesar de todos sus esfuerzos de vivir para el Señor por medio de Guardar la Ley, él fracasó; ¡y repito, así también usted!).
12 De manera que la Ley a la verdad es Santa (señala al hecho de que esta es la Revelación de Dios de Sí Mismo; el problema no está en la Ley de Dios, el problema está en nosotros), y el Mandamiento Santo, y justo, y bueno (la Ley se compara a un espejo que muestra al hombre lo que él es, pero no contiene ningún poder para cambiarlo).
13 ¿Luego lo que es bueno, a mí me es hecho muerte? ¡Dios no lo quiera! (Otra vez, no es la Ley que tiene la culpa, sino más bien es el pecado en el hombre que está opuesto a la Ley.) Sino que pecado (la naturaleza pecaminosa), para mostrarse pecado (expresa la intención Divina de la Ley, es por decir que el pecado podría mostrar su verdadera característica), por lo bueno me obró la muerte (la Ley era buena y es buena, pero si uno intenta guardar sus preceptos morales por medio de algo aparte de la Fe constante en la Cruz, el resultado final será "la obra de la muerte" en vez de la vida; todo esto se puede hacer, pero sólo por Fe en Cristo y la Cruz); haciéndose pecado (la naturaleza pecaminosa) sobremanera pecaminoso por el Mandamiento (esto confunde enormemente al Creyente; él trata de vivir para Dios, e intenta con toda su fuerza y poder, pero continuamente fracasa; ¡él no entiende por qué! la verdad es que nadie puede vivir para Dios de esta manera; no es el Orden Prescrito de Dios; ese orden es la Cruz).
14 Porque sabemos que la Ley es espiritual (se refiere al hecho de que la Ley es totalmente por Dios y de Dios): mas yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado (se refiere a la Caída de Adán, que ha afectado a toda la humanidad y para siempre; significa que nadie, aun los Creyentes llenos del Espíritu, puede guardar la Ley de Dios si intenta hacerlo fuera de la Fe en la Cruz; en otras palabras, todo está en Cristo).
15 Porque lo que hago (el fracaso), no lo entiendo (debiera traducirse, "Yo no comprendo"; éstas no son palabras de un hombre inconverso, como algunos afirman, más bien de un Creyente que intenta y fracasa): ni lo que quiero, hago (se refiere a la obediencia que él quiere dar a Cristo, pero mejor dicho fracasa; ¿por qué? como Pablo explicó, el Creyente está casado con Cristo, pero es infiel a Cristo porque cohabita espiritualmente con la Ley, que frustra la Gracia de Dios; significa que el Espíritu Santo no ayudará a tal persona, que le garantiza el fracaso [Gál. 2:21]); antes lo que aborrezco, aquello hago (se refiere al pecado en su vida que él no quiere hacer, y de hecho lo aborrece, pero se halla incapaz de dejarlo; lamentablemente, debido al hecho de que no entiende la Cruz en cuanto a lo que se refiere a la Santificación, esta es la grave situación de la mayoría de los Cristianos modernos).
16 Y si lo que no quiero, esto hago (demuestra a Pablo que hace algo en contra de su voluntad; él no quiere hacerlo, e intenta no hacerlo, independientemente de lo que podría ser, pero se encuentra haciéndolo de todos modos), apruebo que la Ley es buena (simplemente quiere decir que la Ley de Dios obra como debe obrar; ésta define el pecado, que demuestra el hecho de que la naturaleza pecaminosa tendrá dominio en el corazón del hombre si no se trata correctamente).
17 De manera que ya no obro aquello (¡muchos han malinterpretado esto! significa, "podría fallar, pero no es lo que quiero hacer"; ningún Cristiano verdadero quiere pecar porque ya tiene la Naturaleza Divina en su vida, y la naturaleza pecaminosa no debe tener dominio [II Ped. 1:4]), sino pecado (la naturaleza pecaminosa) que mora en mí (a pesar de que algunos Predicadores afirman que la naturaleza pecaminosa no existe en el Cristiano, Pablo aquí claramente dice que la naturaleza pecaminosa está todavía en el Cristiano; sin embargo, si nuestra Fe permanece constante en la Cruz, la naturaleza pecaminosa estará inactiva, sin causarnos ningún problema; de lo contrario, causará grandes problemas; aunque la naturaleza pecaminosa "more" en nosotros, no debe "tener dominio" sobre nosotros).
18 Y yo sé que en mí (es a saber, en mi carne,) no mora el bien (se refiere a la propia capacidad del hombre, o mejor dicho la carencia de eso en comparación con el Espíritu Santo, al menos cuando se trata de cosas espirituales): porque tengo el querer (Pablo habla aquí de su fuerza de voluntad; desgraciadamente, la mayoría de los Cristianos modernos tratan de vivir para Dios por su propia fuerza de voluntad, creen erroneámente de que ya que han venido a Cristo, son libres ahora para decir "No" al pecado; es el modo incorrecto de mirar la situación; el Creyente no puede vivir para Dios por el poder de la fuerza de voluntad; aunque la voluntad es definitivamente importante, sola no es suficiente; el Creyente debe ejercer la Fe en Cristo y la Cruz, y hacerlo constantemente; luego tendrá la capacidad y la fuerza para decir "Sí" a Cristo, y automáticamente decir, "No" a las cosas del mundo); mas efectuar el bien no lo alcanzo (fuera de la Cruz, es imposible encontrar el modo de hacer el bien).
19 Porque no hago el bien que quiero (si confío en mí mismo, y no en la Cruz): mas el mal que no quiero (no quiero hacer), éste hago (que es exactamente lo que todo Creyente hará no importa con cuanta fuerza intenta de no hacerlo, si él intenta vivir esta vida aparte de la Cruz [Gál. 2:20-21]).
20 Y si hago lo que no quiero (es lo que pasará si el Creyente procura vivir esta vida fuera del Orden Prescrito de Dios), ya no obro yo, sino el pecado (la naturaleza pecaminosa) que mora en mí (esto enérgicamente declara que el Creyente tiene una naturaleza pecaminosa; en el Texto Griego original, si esto contiene el artículo definido antes de la palabra "pecado" que al principio leyó "el pecado," no se refiere a los  actos del pecado, sino más bien de la naturaleza pecaminosa o la mala  naturaleza; la idea no es deshacerse de la naturaleza pecaminosa, que realmente no se puede hacer, sino más bien controlarla, que es lo que el Apóstol nos ha dicho qué hacer en Romanos, caps. 6 y 8; cuando la Trompeta suene, seremos cambiados y no habrá más naturaleza pecaminosa [Rom. 8:23]).
21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta Ley (no se refiere en este caso a la Ley de Moisés, sino más bien a la "Ley del pecado y de la muerte" [Rom. 8:2]), que el mal (la mala naturaleza) está en mí (la idea es que la naturaleza pecaminosa siempre va a estar con el Creyente; no hay ninguna indirecta en el Griego que su permanencia es temporal, al menos hasta que suene la Trompeta; podemos dirigirnos con éxito a la naturaleza pecaminosa de sólo un modo, y es por la Fe en Cristo y la Cruz, lo cual Pablo detallará en el siguiente Capítulo).
22 Porque según el hombre interior (se refiere al espíritu y el alma del hombre que ya se han regenerado), me deleito en la Ley de Dios (se refiere a la Ley moral de Dios ocultada en los Diez Mandamientos):
23 Mas veo otra Ley en mis miembros (la Ley del pecado y de la muerte que desean usar mi cuerpo físico como instrumento de la injusticia), que se rebela contra la Ley de mi mente (es la Ley del deseo y la fuerza de voluntad), y que me lleva cautivo a la Ley del pecado (la Ley del pecado y de la muerte) que está en mis miembros (que funcionará por medio de mis miembros, y me hará un esclavo a la Ley del pecado y de la muerte; le acontecerá al Cristiano más consagrado si no ejerce constantemente la Fe en Cristo y la Cruz, sabiendo que es por la Cruz que todos los poderes de las tinieblas fueron derrotados [Col. 2:14-15]).
24 ¡Miserable hombre de mí! (Cualquier Creyente que intenta vivir para Dios fuera del Orden Prescrito de Dios, que es "Jesucristo y Él Crucificado," vivirá una existencia desgraciada y miserable. Esta vida sólo se puede vivir de un modo, y ese modo es la Cruz.) ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? (En el instante que él grita "Quién," él encuentra el camino a la Victoria, ya que él ahora clama por socorro a una Persona, y aquella Persona es Cristo; realmente, el Texto Griego es masculino, que indica a una Persona.)
25 Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro (presenta a Pablo que revela la respuesta a su propia pregunta; la Liberación llega a través de Jesucristo y Cristo Solo, y más en particular lo que Jesús hizo en el Calvario y la Resurrección). Así que yo mismo con la mente sirvo a la Ley de Dios (la "voluntad" es el gatillo, pero en sí no puede hacer nada a menos que el arma esté cargado con el poder explosivo; aquel Poder es la Cruz); mas con la carne a la Ley del pecado (si el Creyente recurre "a la carne," [es decir, "la obstinación, el auto-esfuerzo, esfuerzo religioso"] que se refiere a su propia capacidad fuera de Cristo y la Cruz, él no servirá la Ley de Dios, sino a la Ley del pecado).

Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no  soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.


Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.


Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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