El 1 de mayo Lectura Bíblica Diaria
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Mensaje de la Cruz de Cristo Jesús-Capítulo-1
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Génesis 50 a Éxodo 2:
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El 1 de mayo Lectura Bíblica Diaria:
Génesis 50 a Éxodo 2:
Entonces
José se abrazó al cuerpo de su padre y, llorando, lo besó. Luego
ordenó a los médicos a su servicio que embalsamaran el cuerpo, y así lo
hicieron. El proceso para embalsamarlo tardó unos cuarenta días, que
es el tiempo requerido. Los egipcios, por su parte, guardaron luto por
Israel durante setenta días. Pasados los días de duelo, José se dirigió
así a los miembros de la corte del faraón: Si me he ganado el respeto
de la corte, díganle por favor al faraón que mi padre, antes de
morirse, me hizo jurar que yo lo sepultaría en la tumba que él mismo se
preparó en la tierra de Canaán. Por eso le ruego encarecidamente me
permita ir a sepultar a mi padre, y luego volveré. El faraón le
respondió: Ve a sepultar a tu padre, conforme a la promesa que te pidió
hacerle. José fue a sepultar a su padre, y lo acompañaron los
servidores del faraón, es decir, los ancianos de su corte y todos los
ancianos de Egipto. A éstos se sumaron todos los familiares de José, es
decir, sus hermanos y los de la casa de Jacob. En la región de Gosén
dejaron únicamente a los niños y a los animales. También salieron con
él carros y jinetes, formando así un cortejo muy grande. Al llegar a la
era de Hatad, que está cerca del río Jordán, hicieron grandes y
solemnes lamentaciones. Allí José guardó luto por su padre durante
siete días. Cuando los cananeos que vivían en esa región vieron en la
era de Hatad aquellas manifestaciones de duelo, dijeron: "Los egipcios
están haciendo un duelo muy solemne." Por eso al lugar, que está cerca
del Jordán, lo llamaron Abel Misrayin. Los hijos de Jacob hicieron con
su padre lo que él les había pedido: lo llevaron a la tierra de Canaán y
lo sepultaron en la cueva que está en el campo de Macpela, frente a
Mamré, en el mismo campo que Abraham le había comprado a Efrón el
hitita para sepultura de la familia. Luego de haber sepultado a su
padre, José regresó a Egipto junto con sus hermanos y con toda la gente
que lo había acompañado. Al reflexionar sobre la muerte de su padre,
los hermanos de José concluyeron: "Tal vez José nos guarde rencor, y
ahora quiera vengarse de todo el mal que le hicimos." Por eso le
mandaron a decir: "Antes de morir tu padre, dejó estas instrucciones:
Díganle a José que perdone, por favor, la terrible maldad que sus
hermanos cometieron contra él. Así que, por favor, perdona la maldad de
los siervos del Dios de tu padre." Cuando José escuchó estas palabras,
se echó a llorar. Luego sus hermanos se presentaron ante José, se
inclinaron delante de él y le dijeron: Aquí nos tienes; somos tus
esclavos. No tengan miedo les contestó José. ¿Puedo acaso tomar el
lugar de Dios? Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios
transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo:
salvar la vida de mucha gente. Así que, ¡no tengan miedo! Yo cuidaré de
ustedes y de sus hijos. Y así, con el corazón en la mano, José los
reconfortó. José y la familia de su padre permanecieron en Egipto.
Alcanzó la edad de ciento diez años, y llegó a ver nacer a los hijos de
Efraín hasta la tercera generación. Además, cuando nacieron los hijos
de Maquir, hijo de Manasés, él los recibió sobre sus rodillas. Tiempo
después, José les dijo a sus hermanos: "Yo estoy a punto de morir, pero
sin duda Dios vendrá a ayudarlos, y los llevará de este país a la
tierra que prometió a Abraham, Isaac y Jacob." Entonces José hizo que
sus hijos le prestaran juramento. Les dijo: "Sin duda Dios vendrá a
ayudarlos. Cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis
huesos." José murió en Egipto a los ciento diez años de edad. Una vez
que lo embalsamaron, lo pusieron en un ataúd.
Éxodo 1 a 2:
Éstos
son los nombres de los hijos de Israel que, acompañados de sus
familias, llegaron con Jacob a Egipto: Rubén, Simeón, Leví, Judá,
Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser. En total, los
descendientes de Jacob eran setenta. José ya estaba en Egipto. Murieron
José y sus hermanos y toda aquella generación. Sin embargo, los
israelitas tuvieron muchos hijos, y a tal grado se multiplicaron que
fueron haciéndose más y más poderosos. El país se fue llenando de ellos.
Pero llegó al poder en Egipto otro rey que no había conocido a José, y
le dijo a su pueblo: "¡Cuidado con los israelitas, que ya son más
fuertes y numerosos que nosotros! Vamos a tener que manejarlos con mucha
astucia; de lo contrario, seguirán aumentando y, si estalla una
guerra, se unirán a nuestros enemigos, nos combatirán y se irán del
país." Fue así como los egipcios pusieron capataces para que oprimieran
a los israelitas. Les impusieron trabajos forzados, tales como los de
edificar para el faraón las ciudades de almacenaje Pitón y Ramsés. Pero
cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y se extendían, de modo
que los egipcios llegaron a tenerles miedo; por eso les imponían
trabajos pesados y los trataban con crueldad. Les amargaban la vida
obligándolos a hacer mezcla y ladrillos, y todas las labores del campo.
En todos los trabajos de esclavos que los israelitas realizaban, los
egipcios los trataban con crueldad. Había dos parteras hebreas,
llamadas Sifrá y Fuvá, a las que el rey de Egipto ordenó: Cuando ayuden
a las hebreas en sus partos, fíjense en el sexo: si es niño, mátenlo;
pero si es niña, déjenla con vida. Sin embargo, las parteras temían a
Dios, así que no siguieron las órdenes del rey de Egipto sino que
dejaron con vida a los varones. Entonces el rey de Egipto mandó llamar a
las parteras, y les preguntó: ¿Por qué han hecho esto? ¿Por qué han
dejado con vida a los varones? Las parteras respondieron: Resulta que
las hebreas no son como las egipcias, sino que están llenas de vida y
dan a luz antes de que lleguemos. De este modo los israelitas se
hicieron más fuertes y más numerosos. Además, Dios trató muy bien a las
parteras y, por haberse mostrado temerosas de Dios, les concedió tener
muchos hijos. El faraón, por su parte, dio esta orden a todo su
pueblo: ¡Tiren al río a todos los niños hebreos que nazcan! A las
niñas, déjenlas con vida. Hubo un levita que tomó por esposa a una
mujer de su propia tribu. La mujer quedó embarazada y tuvo un hijo, y
al verlo tan hermoso lo escondió durante tres meses. Cuando ya no pudo
seguir ocultándolo, preparó una cesta de papiro, la embadurnó con brea y
asfalto y, poniendo en ella al niño, fue a dejar la cesta entre los
juncos que había a la orilla del Nilo. Pero la hermana del niño se
quedó a cierta distancia para ver qué pasaría con él. En eso, la hija
del faraón bajó a bañarse en el Nilo. Sus doncellas, mientras tanto, se
paseaban por la orilla del río. De pronto la hija del faraón vio la
cesta entre los juncos, y ordenó a una de sus esclavas que fuera por
ella. Cuando la hija del faraón abrió la cesta y vio allí dentro un
niño que lloraba, le tuvo compasión, pero aclaró que se trataba de un
niño hebreo. La hermana del niño preguntó entonces a la hija del
faraón: ¿Quiere usted que vaya y llame a una nodriza hebrea, para que
críe al niño por usted? Ve a llamarla contestó. La muchacha fue y trajo
a la madre del niño, y la hija del faraón le dijo: Llévate a este niño
y críamelo. Yo te pagaré por hacerlo. Fue así como la madre del niño
se lo llevó y lo crió. Ya crecido el niño, se lo llevó a la hija del
faraón, y ella lo adoptó como hijo suyo; además, le puso por nombre
Moisés, pues dijo: "¡Yo lo saqué del río!" Un día, cuando ya Moisés era
mayor de edad, fue a ver a sus hermanos de sangre y pudo observar sus
penurias. De pronto, vio que un egipcio golpeaba a uno de sus hermanos,
es decir, a un hebreo. Miró entonces a uno y otro lado y, al no ver a
nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Al día siguiente
volvió a salir y, al ver que dos hebreos peleaban entre sí, le preguntó
al culpable: ¿Por qué golpeas a tu compañero? ¿Y quién te nombró a ti
gobernante y juez sobre nosotros? respondió aquél. ¿Acaso piensas
matarme a mí, como mataste al egipcio? Esto le causó temor a Moisés,
pues pensó: "¡Ya se supo lo que hice!" Y, en efecto, el faraón se
enteró de lo sucedido y trató de matar a Moisés; pero Moisés huyó del
faraón y se fue a la tierra de Madián, donde se quedó a vivir junto al
pozo. El sacerdote de Madián tenía siete hijas, las cuales solían ir a
sacar agua para llenar los abrevaderos y dar de beber a las ovejas de su
padre. Pero los pastores llegaban y las echaban de allí. Un día,
Moisés intervino en favor de ellas: las puso a salvo de los pastores y
dio de beber a sus ovejas. Cuando las muchachas volvieron a la casa de
Reuel, su padre, éste les preguntó: ¿Por qué volvieron hoy tan
temprano? Porque un egipcio nos libró de los pastores le respondieron.
¡Hasta nos sacó el agua del pozo y dio de beber al rebaño! ¿Y dónde
está ese hombre? les contestó. ¿Por qué lo dejaron solo? ¡Invítenlo a
comer! Moisés convino en quedarse a vivir en casa de aquel hombre,
quien le dio por esposa a su hija Séfora. Ella tuvo un hijo, y Moisés
le puso por nombre Guersón, pues razonó: "Soy un extranjero en tierra
extraña." Mucho tiempo después murió el rey de Egipto. Los israelitas,
sin embargo, seguían lamentando su condición de esclavos y clamaban
pidiendo ayuda. Sus gritos desesperados llegaron a oídos de Dios, quien
al oír sus quejas se acordó del pacto que había hecho con Abraham,
Isaac y Jacob. Fue así como Dios se fijó en los israelitas y los tomó
en cuenta.
Salmos 138:
Señor,
quiero alabarte de todo corazón, y cantarte salmos delante de los
dioses. Quiero inclinarme hacia tu santo templo y alabar tu nombre por
tu gran amor y fidelidad. por sobre todas las cosas. Cuando te llamé, me
respondiste; me infundiste ánimo y renovaste mis fuerzas. Oh Señor,
todos los reyes de la tierra te alabarán al escuchar tus palabras.
Celebrarán con cánticos tus caminos, porque tu gloria, Señor, es grande.
El Señor es excelso, pero toma en cuenta a los humildes y mira de
lejos a los orgullosos. Aunque pase yo por grandes angustias, tú me
darás vida; contra el furor de mis enemigos extenderás la mano: ¡tu
mano derecha me pondrá a salvo! El Señor cumplirá en mí su propósito.
Tu gran amor, Señor, perdura para siempre; ¡no abandones la obra de tus
manos!
Proverbios 13:
El
hijo sabio atiende a la corrección de su padre, pero el insolente no
hace caso a la reprensión. Quien habla el bien, del bien se nutre, pero
el infiel padece hambre de violencia. El que refrena su lengua protege
su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina. El perezoso
ambiciona, y nada consigue; el diligente ve cumplidos sus deseos. El
justo aborrece la mentira; el malvado acarrea vergüenza y deshonra. La
justicia protege al que anda en integridad, pero la maldad arruina al
pecador. Hay quien pretende ser rico, y no tiene nada; hay quien parece
ser pobre, y todo lo tiene. Con su riqueza el rico pone a salvo su
vida, pero al pobre no hay ni quien lo amenace. La luz de los justos
brilla radiante, pero los malvados son como lámpara apagada. El orgullo
sólo genera contiendas, pero la sabiduría está con quienes oyen
consejos. El dinero mal habido pronto se acaba; quien ahorra, poco a
poco se enriquece. La esperanza frustrada aflige al corazón; el deseo
cumplido es un árbol de vida. Quien se burla de la instrucción tendrá
su merecido; quien respeta el mandamiento tendrá su recompensa. La
enseñanza de los sabios es fuente de vida, y libera de los lazos de la
muerte. El buen juicio redunda en aprecio, pero el camino del infiel no
cambia. El prudente actúa con cordura, pero el necio se jacta de su
necedad. El mensajero malvado se mete en problemas; el enviado confiable
aporta la solución. El que desprecia a la disciplina sufre pobreza y
deshonra; el que atiende a la corrección recibe grandes honores. El
deseo cumplido endulza el alma, pero el necio detesta alejarse del mal.
El que con sabios anda, sabio se vuelve; el que con necios se junta,
saldrá mal parado. Al pecador lo persigue el mal, y al justo lo
recompensa el bien. El hombre de bien deja herencia a sus nietos; las
riquezas del pecador se quedan para los justos. En el campo del pobre
hay abundante comida, pero ésta se pierde donde hay injusticia. No
corregir al hijo es no quererlo; amarlo es disciplinarlo. El justo come
hasta quedar saciado, pero el malvado se queda con hambre.
El Libro de II Corintios Capítulo 13 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:
II CORINTIOS
CAPÍTULO 13
(60 d.C.)
LA VISITA PROPUESTA
ESTA
tercera vez voy a vosotros (una visita propuesta). En la boca de dos o
de tres testigos será confirmado todo caso (Deut. 19:15).
2
He dicho antes, y ahora digo otra vez como presente (les he dicho
estas cosas en mi segunda visita a ustedes); y ahora ausente lo escribo
a los que antes pecaron (les dice que se arrepientan), y a todos los
demás, que si voy otra vez, no perdonaré (si hacen caso omiso de su
consejo, que en realidad es el Consejo de Dios, vendrá el Juicio):
3
Pues buscáis una prueba de que Cristo se sirve de mí para hablaros (su
Apostolado puesto en duda), el cual no es débil para con vosotros,
antes es poderoso en vosotros. (El Evangelio que predicó Pablo había
cambiado sus vidas. ¡Era prueba suficiente!)
4
Porque aunque Él fue crucificado por debilidad (Cristo deliberadamente
no usó Su Poder), empero vive por el Poder de Dios (fue Resucitado;
tenemos también este poder a nuestra disposición [Rom. 8:11]). Pues
también nosotros somos débiles con él (en cuanto a nuestra fuerza
personal y capacidad), mas viviremos con Él por el Poder de Dios para
con vosotros. (Se refiere a nuestra vida cotidiana y modo de vivir, lo
cual es por Fe constante en la Cruz. Le da libertad de acción al
Espíritu Santo para obrar poderosamente en nuestra vida.)
ADVERTENCIA DEL PECADO
5
Examinaos a vosotros mismos si estáis en Fe (las palabras, "la Fe," se
refieren "a Cristo y Él Crucificado," y la Cruz es siempre el Objeto
de nuestra Fe); probaos a vosotros mismos. (Asegúrense que su Fe está
realmente en la Cruz, y no en otras cosas.) ¿No os conocéis a vosotros
mismos, que Jesucristo está en vosotros? (lo que Él sólo puede ser por
nuestra Fe expresada en Su Sacrificio) si ya no sois reprobados.
(Rechazados.)
6
Mas espero que conozcáis que nosotros no somos reprobados. (Si él
fuese un réprobo, como lo afirmaron los escépticos, entonces ellos
también lo eran, lo que, por supuesto, es absurdo.)
7
Y oramos a Dios que ninguna cosa mala hagáis (Pablo habla expresamente
acerca de los Corintios que estaban a favor de los opositores quienes
afirmaron que él era un réprobo); no para que nosotros seamos hallados
aprobados (el Apóstol está diciendo que no está interesado si la gente
lo aprueba o no, lo que a él le importaba era que Cristo lo aprobara),
mas para que vosotros hagáis lo que es bueno (los Corintios deben
seguir la Doctrina correcta), aunque nosotros seamos como reprobados
(independientemente de lo que algunos puedan pensar de que somos
réprobos).
8
Porque nosotros no podemos hacer nada que vaya en contra de la Verdad
(no resguardará la Verdad de la Cruz para apaciguar a algunos), sino
por la Verdad. (Hay que mantenerse firme en la Verdad.)
9
Por lo cual nos gozamos que seamos nosotros débiles, y que vosotros
estéis fuertes (reconocía su debilidad, por lo tanto, dependía del
Señor, o sea que él tenía confianza en la Cruz y pudo impartir su
conocimiento de la Cruz a los Corintios, lo cual los fortaleció): y aun
deseamos vuestra perfección (madurez).
10
Por tanto os escribo esto ausente, por no mostrar cuando estoy
presente mi severidad (cuando él llegaba a Corinto, no quería ser
severo, creyendo que ellos podían solucionar los problemas), conforme
al poder que el Señor me ha dado para edificación, y no para
destrucción. (Si ellos aceptaban lo que el Señor le dio a Pablo, eso
les edificaría. De lo contrario, resultaría en la destrucción.)
BENDICIÓN
11
Además, Hermanos, que tengáis gozo. Seáis perfectos (maduros), tengáis
consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de Paz y
de Amor será con vosotros. (Todo esto puede lograrse por la Fe
constante evidenciada en la Cruz de Cristo.)
12 Saludaos los unos a los otros con ósculo santo (la costumbre de esa época).
13 Todos los Santos (probablemente aquellos en Filipos) os saludan (acogen).
14
La Gracia del Señor Jesucristo (hecho posible por la Cruz), y el Amor
de Dios (mostrado por el hecho de la Cruz), y la Participación del
Espíritu Santo (lo cual podemos tener constantemente cuando exhibimos
siempre Fe en la Cruz), sea con vosotros todos. Amén. (La Segunda
Epístola a los Corintios fue enviada de Filipos de Macedonia con Tito y
Lucas.)
1 Corintios 13:
Si
hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más
que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don
de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y
si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor,
no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si
entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor,
nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es
envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es
egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se
deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo
disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás
se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será
silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y
profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo
imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba
como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás
las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un
espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera
imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora,
pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor.
Pero la más excelente de ellas es el amor.
Hebreos 10:35-12:4:
Así
que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente
recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber
cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues
dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará.
Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi
agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban
por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora
bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que
no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe
entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo
que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios
un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió
testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a
pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de
este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo
llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a
Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que
cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que
recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas
que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a
su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la
justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado
para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y
salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la
tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob,
herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de
cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la
fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era
estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que
le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en
decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del
cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos
vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas;
más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran
extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente
dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran
estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían
tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria
mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de
ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que
había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su
hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se
establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene
poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado,
recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y
a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob,
cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de
José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al
fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y
dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés,
recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque
vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey.
Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija
del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar
de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa
del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque
tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin
tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera
viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de
la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los
de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca;
pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe
cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo
siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto
con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué
más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac,
Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe
conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido;
cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon
del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron
valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo
mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en
cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor
resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron
la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron
apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada.
Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y
de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no
merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por
cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable
mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa.
Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues
Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que
estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos
del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y
corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos
la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien
por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la
vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del
trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a
tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni
pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado,
todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.
Romanos 8:
Por
lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús, los que no andan conforme a la naturaleza pecaminosa sino
conforme al Espíritu. Pues por medio de él la ley del Espíritu de vida
me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley
no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por
eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra
condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el
pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de
que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no
vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que
viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos
de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan
la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es
muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y
paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a
la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la
naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no
viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que
el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu
de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo
está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es
vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a
Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a
Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales
por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos,
tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza
pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si
por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo,
vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son
hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los
esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les
permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con
él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero
que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que
habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la
revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración.
Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo
dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de
ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la
gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación
todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella,
sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu,
gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos,
es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza
fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza.
¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no
tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en
nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir,
pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden
expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál
es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los
creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios
dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han
sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios
conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según
la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó,
también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede
estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino
que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos
generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que
Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo
Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el
peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos
amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al
matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por
medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte
ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por
venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en
toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado
en Cristo Jesús nuestro Señor.
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