04 August 2015

El 4 de agosto Lectura Bíblica Diaria




El 4 de agosto Lectura Bíblica Diaria:

2 Reyes 21 a 23:

 
Manasés tenía doce años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Su madre era Hepsiba. Manasés hizo lo que ofende al Señor, pues practicaba las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor había expulsado delante de los israelitas. Reconstruyó los altares paganos que su padre Ezequías había destruido; además, erigió otros altares en honor de Baal e hizo una imagen de la diosa Aserá, como lo había hecho Acab, rey de Israel. Se postró ante todos los astros del cielo y los adoró. Construyó altares en el templo del Señor, lugar del cual el Señor había dicho: "Jerusalén será el lugar donde yo habite." En ambos atrios del templo del Señor construyó altares en honor de los astros del cielo. Sacrificó en el fuego a su propio hijo, practicó la magia y la hechicería, y consultó a nigromantes y a espiritistas. Hizo continuamente lo que ofende al Señor, provocando así su ira. Tomó la imagen de la diosa Aserá que él había hecho, y la puso en el templo, lugar del cual el Señor había dicho a David y a su hijo Salomón: "En este templo en Jerusalén, la ciudad que he escogido de entre todas las tribus de Israel, he decidido habitar para siempre. Nunca más dejaré que los israelitas anden perdidos fuera de la tierra que les di a sus antepasados, siempre y cuando tengan cuidado de cumplir todo lo que yo les he ordenado, es decir, toda la ley que les dio mi siervo Moisés." Pero no hicieron caso; Manasés los descarrió, de modo que se condujeron peor que las naciones que el Señor destruyó delante de ellos. Por lo tanto, el Señor dijo por medio de sus siervos los profetas: "Como Manasés, rey de Judá, ha practicado estas repugnantes ceremonias y se ha conducido peor que los amorreos que lo precedieron, haciendo que los israelitas pequen con los ídolos que él hizo, así dice el Señor, Dios de Israel: Voy a enviar tal desgracia sobre Jerusalén y Judá, que a todo el que lo oiga le quedará retumbando en los oídos. Extenderé sobre Jerusalén el mismo cordel con que medí a Samaria, y la misma plomada con que señalé a la familia de Acab. Voy a tratar a Jerusalén como se hace con un plato que se restriega y se pone boca abajo. Abandonaré al resto de mi heredad, entregando a mi pueblo en manos de sus enemigos, que lo saquearán y lo despojarán. Porque los israelitas han hecho lo que me ofende, y desde el día en que sus antepasados salieron de Egipto hasta hoy me han provocado. " Además del pecado que hizo cometer a Judá, haciendo así lo que ofende al Señor, Manasés derramó tanta sangre inocente que inundó a Jerusalén de un extremo a otro. Los demás acontecimientos del reinado de Manasés, y todo lo que hizo, incluso el pecado que cometió, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Judá. Manasés murió y fue sepultado en su palacio, en el jardín de Uza. Y su hijo Amón lo sucedió en el trono. Amón, rey de Judá Amón tenía veintidós años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén dos años. Su madre era Mesulémet hija de Jaruz, oriunda de Jotba. Amón hizo lo que ofende al Señor, como lo había hecho su padre Manasés. En todo siguió el mal ejemplo de su padre, adorando e inclinándose ante los ídolos que éste había adorado. Así que abandonó al Señor, Dios de sus antepasados, y no anduvo en el camino del Señor. Los ministros del rey Amón conspiraron contra él, y lo asesinaron en su palacio. Entonces el pueblo mató a todos los que habían conspirado contra el rey Amón, y en su lugar proclamaron rey a su hijo Josías. Los demás acontecimientos del reinado de Amón están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Judá. Amón fue sepultado en su sepulcro, en el jardín de Uza. Y su hijo Josías lo sucedió en el trono. Josías tenía ocho años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén treinta y un años. Su madre era Jedidá hija de Adaías, oriunda de Boscat. Josías hizo lo que agrada al Señor, pues en todo siguió el buen ejemplo de su antepasado David; no se desvió de él en el más mínimo detalle. En el año dieciocho de su reinado, el rey Josías mandó a su cronista Safán, hijo de Asalías y nieto de Mesulán, que fuera al templo del Señor. Le dijo: "Preséntate ante el sumo sacerdote Jilquías y encárgale que recoja el dinero que el pueblo ha llevado al templo del Señor y ha entregado a los porteros. Ordena que ahora se les entregue el dinero a los que supervisan la restauración del templo del Señor, para pagarles a los trabajadores que lo están reparando. Que les paguen a los carpinteros, a los maestros de obra y a los albañiles, y que compren madera y piedras de cantería para restaurar el templo. Pero no les pidan cuentas a los que están encargados de pagar, pues ellos proceden con toda honradez." El sumo sacerdote Jilquías le dijo al cronista Safán: "He encontrado el libro de la ley en el templo del Señor." Entonces se lo entregó a Safán, y éste, después de leerlo, fue y le informó al rey:
Los ministros de Su Majestad han recogido el dinero que estaba en el templo del Señor, y se lo han entregado a los trabajadores y a los supervisores. El cronista Safán también le informó al rey que el sumo sacerdote Jilquías le había entregado un libro, el cual leyó en su presencia. Cuando el rey oyó las palabras del libro de la ley, se rasgó las vestiduras y dio esta orden a Jilquías el sacerdote, a Ajicán hijo de Safán, a Acbor hijo de Micaías, a Safán el cronista, y a Asaías, su ministro personal: Vayan a consultar al Señor por mí, por el pueblo y por todo Judá con respecto a lo que dice este libro que se ha encontrado. Sin duda que la gran ira del Señor arde contra nosotros, porque nuestros antepasados no obedecieron lo que dice este libro ni actuaron según lo que está prescrito para nosotros. Así que Jilquías el sacerdote, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron a consultar a la profetisa Huldá, que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salún, el encargado del vestuario, quien era hijo de Ticvá y nieto de Jarjás. Huldá les contestó: "Así dice el Señor, Dios de Israel: Díganle al que los ha enviado que yo, el Señor, les advierto: ‘Voy a enviar desgracia sobre este lugar y sus habitantes, según todo lo que dice el libro que ha leído el rey de Judá. Ellos me han abandonado; han quemado incienso a otros dioses y me han provocado a ira con todos sus ídolos. Por eso mi ira arde contra este lugar, y no se apagará. Pero al rey de Judá, que los envió para consultarme, díganle que en lo que atañe a las palabras que él ha oído, yo, el Señor, Dios de Israel, afirmo: ‘Como te has conmovido y humillado ante el Señor al escuchar lo que he anunciado contra este lugar y sus habitantes, que serían asolados y malditos; y como te has rasgado las vestiduras y has llorado en mi presencia, yo te he escuchado. Yo, el Señor, lo afirmo. Por lo tanto, te reuniré con tus antepasados, y serás sepultado en *paz. Tus ojos no verán la desgracia que enviaré sobre este lugar.' " Así que ellos regresaron para informar al rey. Entonces el rey mandó convocar a todos los ancianos de Judá y Jerusalén. Acompañado de toda la gente de Judá, de los habitantes de Jerusalén, de los sacerdotes, de los profetas y, en fin, de la nación entera, desde el más pequeño hasta el más grande, el rey subió al templo del Señor. Y en presencia de ellos leyó todo lo que está escrito en el libro del pacto que fue hallado en el templo del Señor. Después se puso de pie junto a la columna, y en presencia del Señor renovó el pacto. Se comprometió a seguir al Señor y a cumplir, de todo corazón y con toda el alma, sus mandamientos, sus preceptos y sus decretos, reafirmando así las palabras del pacto que están escritas en ese libro. Y todo el pueblo confirmó el pacto. Luego el rey ordenó al sumo sacerdote Jilquías, a los sacerdotes de segundo rango y a los porteros, que sacaran del templo del Señor todos los objetos consagrados a Baal, a Aserá y a todos los astros del cielo. Hizo que los quemaran en los campos de Cedrón, a las afueras de Jerusalén, y que llevaran las cenizas a Betel. También destituyó a los sacerdotes idólatras que los reyes de Judá habían nombrado para quemar incienso en los altares paganos, tanto en las ciudades de Judá como en Jerusalén, los cuales quemaban incienso a Baal, al sol y a la luna, al zodíaco y a todos los astros del cielo. El rey sacó del templo del Señor la imagen para el culto a Aserá y la llevó al arroyo de Cedrón, en las afueras de Jerusalén; allí la quemó hasta convertirla en cenizas, las cuales echó en la fosa común. Además, derrumbó en el templo del Señor los cuartos dedicados a la prostitución sagrada, donde las mujeres tejían mantos para la diosa Aserá. Josías trasladó a Jerusalén a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá, y desde Gueba hasta Berseba eliminó los santuarios paganos donde ellos habían quemado incienso. También derribó los altares paganos junto a la puerta de Josué el gobernador, que está ubicada a la izquierda de la entrada a la ciudad. Aunque los sacerdotes que habían servido en los altares paganos no podían ministrar en el altar del Señor en Jerusalén, participaban de las comidas sagradas junto con los otros sacerdotes. El rey eliminó el santuario llamado Tofet, que estaba en el valle de Ben Hinón, para que nadie sacrificara en el fuego a su hijo o hija en honor de Moloc. Se llevó los caballos que los reyes de Judá habían consagrado al sol y que se habían puesto en la entrada al templo del Señor, junto a la habitación de Natán Mélec, el eunuco encargado del recinto. Josías también quemó los carros consagrados al sol. Además, el rey derribó los altares que los reyes de Judá habían erigido en la azotea de la sala de Acaz, y los que Manasés había erigido en los dos atrios del templo del Señor. Los hizo pedazos y echó los escombros en el arroyo de Cedrón. Eliminó los altares paganos que había al este de Jerusalén, en el lado sur de la Colina de la Destrucción, los cuales Salomón, rey de Israel, había construido para Astarté, la despreciable diosa de los sidonios, para Quemós, el detestable dios de los moabitas, y para Moloc, el abominable dios de los amonitas. Josías hizo pedazos las piedras sagradas y las imágenes de la diosa Aserá, y llenó con huesos humanos los lugares donde se habían erigido. Derribó también el altar de Betel y el santuario pagano construidos por Jeroboán hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel. Además, quemó el santuario pagano hasta convertirlo en cenizas, y le prendió fuego a la imagen de Aserá. De regreso, al ver los sepulcros que había en la colina, Josías mandó que recogieran los huesos y los quemaran en el altar para profanarlo, cumpliendo así la palabra del Señor que el hombre de Dios había comunicado cuando anunció estas cosas. Luego el rey preguntó:
¿De quién es ese monumento que veo allá?
Y los habitantes de la ciudad le contestaron:
Es el sepulcro del hombre de Dios que vino desde Judá, y que pronunció contra el altar de Betel lo que Su Majestad acaba de hacer. Déjenlo, pues replicó el rey; que nadie mueva sus huesos.
Fue así como se conservaron sus huesos junto con los del profeta que había venido de Samaria. Tal como lo hizo en Betel, Josías eliminó todos los santuarios paganos que los reyes de Israel habían construido en las ciudades de Samaria, con los que provocaron la ira del Señor. Finalmente, mató sobre los altares a todos los sacerdotes de aquellos santuarios, y encima de ellos quemó huesos humanos. Entonces regresó a Jerusalén. Después el rey dio esta orden al pueblo:
Celebren la Pascua del Señor su Dios, según está escrito en este libro del pacto. Desde la época de los jueces que gobernaron a Israel hasta la de los reyes de Israel y de Judá, no se había celebrado una Pascua semejante. Pero en el año dieciocho del reinado del rey Josías, esta Pascua se celebró en Jerusalén en honor del Señor. Además, Josías expulsó a los adivinos y a los hechiceros, y eliminó toda clase de ídolos y el resto de las cosas detestables que se veían en el país de Judá y en Jerusalén. Lo hizo así para cumplir las instrucciones de la ley, escritas en el libro que el sacerdote Jilquías encontró en el templo del Señor. Ni antes ni después de Josías hubo otro rey que, como él, se volviera al Señor de todo corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas, siguiendo en todo la ley de Moisés. A pesar de eso, el Señor no apagó el gran fuego de su ira, que ardía contra Judá por todas las afrentas con que Manasés lo había provocado. Por lo tanto, el Señor declaró: "Voy a apartar de mi presencia a Judá, como lo hice con Israel; repudiaré a Jerusalén, la ciudad que escogí, y a este templo, del cual dije: Ése será el lugar donde yo habite. " Los demás acontecimientos del reinado de Josías, y todo lo que hizo, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Judá. En aquel tiempo el faraón Necao, rey de Egipto, fue a encontrarse con el rey de Asiria camino del río Éufrates. El rey Josías le salió al paso, pero Necao le hizo frente en Meguido y lo mató. Los oficiales de Josías llevaron su cadáver en un carro desde Meguido hasta Jerusalén y lo sepultaron en su tumba. Entonces el pueblo tomó a Joacaz hijo de Josías, lo ungió y lo proclamó rey en lugar de su padre.
Joacaz, rey de Judá Joacaz tenía veintitrés años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén tres meses. Su madre era Jamutal hija de Jeremías, oriunda de Libná. Joacaz hizo lo que ofende al Señor, tal como lo habían hecho sus antepasados. Para impedir que Joacaz reinara en Jerusalén, el faraón Necao lo encarceló en Riblá, en el territorio de Jamat, y además impuso sobre Judá un tributo de tres mil trescientos kilos de plata y treinta y tres kilos[7] de oro. Luego hizo rey a Eliaquín hijo de Josías en lugar de su padre, y le dio el nombre de Joacim. En cuanto a Joacaz, lo llevó a Egipto, donde murió. Joacim le pagó al faraón Necao la plata y el oro que exigió, pero tuvo que establecer un impuesto sobre el país: reclamó de cada persona, según su tasación, la plata y el oro que se le debía entregar al faraón Necao.
Joacim, rey de Judá Joacim tenía veinticinco años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén once años. Su madre era Zebudá hija de Pedaías, oriunda de Rumá. También este rey hizo lo que ofende al Señor, tal como lo hicieron sus antepasados.



Salmo 83:
Oh Dios, no guardes silencio;
no te quedes, oh Dios, callado e impasible. Mira cómo se alborotan tus enemigos,
cómo te desafían los que te odian. Con astucia conspiran contra tu pueblo;
conspiran contra aquellos a quienes tú estimas. Y dicen: "¡Vengan, destruyamos su nación!
¡Que el nombre de Israel no vuelva a recordarse!" Como un solo hombre se confabulan;
han hecho un pacto contra ti: los campamentos de Edom y de Ismael,
los de Moab y de Agar, Guebal, Amón y Amalec,
los de Filistea y los habitantes de Tiro. ¡Hasta Asiria se les ha unido;
ha apoyado a los descendientes de Lot!
Haz con ellos como hiciste con Madián,
como hiciste con Sísara y Jabín en el río Quisón, los cuales perecieron en Endor
y quedaron en la tierra, como estiércol. Haz con sus nobles
como hiciste con Oreb y con Zeb;
haz con todos sus príncipes
como hiciste con Zeba y con Zalmuna, que decían: "Vamos a adueñarnos
de los pastizales de Dios." Hazlos rodar como zarzas, Dios mío;
¡como paja que se lleva el viento! Y así como el fuego consume los bosques
y las llamas incendian las montañas, así persíguelos con tus tormentas
y aterrorízalos con tus tempestades. Señor, cúbreles el rostro de ignominia,
para que busquen tu nombre. Que sean siempre puestos en vergüenza;
que perezcan humillados. Que sepan que tú eres el Señor,
que ése es tu nombre;
que sepan que sólo tú eres el Altísimo
sobre toda la tierra.



Proverbios 15:
La respuesta amable calma el enojo,
pero la agresiva echa leña al fuego.
La lengua de los sabios destila conocimiento;
la boca de los necios escupe necedades.
Los ojos del Señor están en todo lugar,
vigilando a los buenos y a los malos.
La lengua que brinda consuelo es árbol de vida;
la lengua insidiosa deprime el espíritu.
El necio desdeña la corrección de su padre;
el que la acepta demuestra prudencia.
En la casa del justo hay gran abundancia;
en las ganancias del malvado, grandes problemas.
Los labios de los sabios esparcen conocimiento;
el corazón de los necios ni piensa en ello.
El Señor aborrece las ofrendas de los malvados,
pero se complace en la oración de los justos.
El Señor aborrece el camino de los malvados,
pero ama a quienes siguen la justicia.
Para el descarriado, disciplina severa;
para el que aborrece la corrección, la muerte.
Si ante el Señor están el sepulcro y la muerte,
¡cuánto más el corazón humano!
Al insolente no le gusta que lo corrijan,
ni busca la compañía de los sabios.
El corazón alegre se refleja en el rostro,
el corazón dolido deprime el espíritu.
El corazón entendido va tras el conocimiento;
la boca de los necios se nutre de tonterías.
Para el afligido todos los días son malos;
para el que es feliz siempre es día de fiesta.
Más vale tener poco, con temor del Señor,
que muchas riquezas con grandes angustias.
Más vale comer verduras sazonadas con amor
que un festín de carne sazonada con odio.
El que es iracundo provoca contiendas;
el que es paciente las apacigua.
El camino del perezoso está plagado de espinas,
pero la senda del justo es como una calzada.
El hijo sabio alegra a su padre;
el hijo necio menosprecia a su madre.
Al necio le divierte su falta de juicio;
el entendido endereza sus propios pasos.
Cuando falta el consejo, fracasan los planes;
cuando abunda el consejo, prosperan.
Es muy grato dar la respuesta adecuada,
y más grato aún cuando es oportuna.
El sabio sube por el sendero de vida,
para librarse de caer en el sepulcro.
El Señor derriba la casa de los soberbios,
pero mantiene intactos los linderos de las viudas.
El Señor aborrece los planes de los malvados,
pero le agradan las palabras puras.
El ambicioso acarrea mal sobre su familia;
el que aborrece el soborno vivirá.
El corazón del justo medita sus respuestas,
pero la boca del malvado rebosa de maldad.
El Señor se mantiene lejos de los impíos,
pero escucha las oraciones de los justos.
Una mirada radiante alegra el corazón,
y las buenas noticias renuevan las fuerzas.
El que atiende a la crítica edificante
habitará entre los sabios.
Rechazar la corrección es despreciarse a sí mismo;
atender a la reprensión es ganar entendimiento.
El temor del Señor es corrección y sabiduría;
la humildad precede a la honra.


El Libro de Apocalipsis Capítulo 19 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:





EL APOCALIPSIS

DE SAN JUAN




CAPÍTULO 19
(96 d.C.)
LA ALABANZA




DESPUÉS de estas cosas (pertenece específicamente al Capítulo 18, pero también al Libro entero de Apocalipsis en un sentido más amplio) oí una gran voz de gran compañía en el Cielo (proclama "alabanza," que es todo lo contrario de lo que ocurre en la Tierra), que decía, Aleluya; Salvación, y Honra, y Gloria, y Poder, al Señor Dios nuestro (el cántico aquí y es un cántico, no comienza atribuyendo "Salvación" a Dios, como la versión Inglesa lo sugiere; sino más bien afirma el hecho; "la Salvación es Dios; es el eco de la declaración antigua — ‘la Salvación le pertenece a Dios’"):
2 Porque Sus juicios son verdaderos y justos (ni el hombre ni los seres espirituales, en toda honestidad, pueden criticar a Dios con respecto a lo que Él ha hecho en cuanto al sistema de este mundo): porque Él ha Juzgado a la gran ramera (corresponde a todo camino falso de Salvación, independientemente de lo que pudiera ser; no importa cuán hermoso aparezca por fuera, el Señor se refiere a ello como "la gran ramera"), que ha corrompido la Tierra con su fornicación (se refiere a todas las religiones del mundo y para siempre; sin embargo, también se refiere al hecho de que si el Predicador no predica a "Jesucristo y Él Crucificado" como la respuesta al dilema del hombre, entonces en alguna manera él está predicando y proyectando un tipo de "fornicación espiritual" [Rom. 7:1-4]), y ha vengado la sangre de Sus siervos de la mano de ella. (Casi toda la persecución contra los Verdaderos Santos de Dios en este mundo y para siempre, ha venido de la religión falsa. Comenzó con Caín [Gén., cap. 4].)
3 Y otra vez dijeron, Aleluya. (Esta "alabanza del Señor" es debido a la destrucción de la ciudad literal de Babilonia. El "Aleluya" en el Versículo 1 fue proclamado acerca de la destrucción del Misterio de Babilonia.) Y su humo subió para siempre jamás (proclama el hecho de que su Juicio es Eterno).
4 Y los veinticuatro Ancianos y las cuatro Criaturas (Seres Vivientes) se postraron en Tierra, y adoraron a Dios que estaba sentado sobre el Trono (los 24 Ancianos representan a todos los Redimidos de todas las edades; es más, son 24 hombres; "los cuatro Seres Vivientes" representan la Creación de Dios, y cómo aquella Creación ya puede servir su pleno propósito como fue la intención al principio), diciendo, Amén; Aleluya. (Este "Aleluya" señala el fin de todo el mal y el principio de toda la Justicia.)
5 Y salió una voz del Trono (es silencioso en cuanto a la identidad), que decía, Load a nuestro Dios todos Sus siervos, y los que Le teméis, así pequeños como grandes. (Todo Verdadero Creyente alabará al Señor y debiera hacerlo continuamente.)
6 Y oí como la voz de una gran compañía (esta "gran compañía" consiste en todo Creyente que jamás haya vivido, desde Abel hasta el último que es salvo en la Gran Tribulación), y como el ruido de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos (es la alabanza que se expresa y no simplemente los pensamientos de un corazón silencioso), que decía, Aleluya: porque reinó el Señor nuestro Dios Todopoderoso. (Este "Aleluya" pertenece al Señor que reina como Rey y hay que alabarle para siempre. Satanás no reina. El Señor Dios Omnipotente Reina y Él es "Todopoderoso.")
7 Gocémonos y alegrémonos (todos los Redimidos están a punto de unirse en Santo Matrimonio al Cordero Quien los ha salvado) y démosle gloria (Dios lo hizo posible para que la humanidad fuese Redimida y así lo hizo por el Sacrificio de Su Hijo, el Señor Jesucristo): porque son venidas las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. (Presenta la escena que acontecerá en el Cielo inmediatamente antes de la Segunda Venida. La "esposa" es los Redimidos por todas las edades.)
8 Y le fue dado que se vista de lino fino, limpio y brillante: porque el lino fino es la Justicia de los Santos. (El "lino fino" es simbólico de la "Justicia," que fue proporcionado por lo que Cristo hizo en la Cruz.)
9 Y él me dice, Escribe, Bienaventurados los que son llamados a la Cena del Cordero. (El hombre que le habla a Juan dice esto. Se emplea la palabra "Cordero," que significa que todo es hecho posible debido a lo que Jesús hizo en la Cruz.) Y me dijo, Estas palabras de Dios son verdaderas. (Se refiere nuevamente al hecho de que todo esto es hecho posible por lo que Jesús hizo en cuanto a Su Obra Terminada.)
10 Y yo me eché a sus pies para adorarle. Y él me dijo, Mira que no lo hagas: yo soy siervo contigo, y con tus Hermanos (como es obvio aquí, éste es un hombre; él se parece tanto a Jesús debido a su forma glorificada, que Juan pensó que era Jesús; en cierto modo, nos indica cómo es que se parecerán los Santos en la Resurrección venidera) que tienen el Testimonio de Jesús (indica el hecho de que el Ministerio del Espíritu Santo debe declarar a Cristo y de Cristo): adora a Dios (nos dice en estas tres palabras que no debemos adorar a los Ángeles, los Santos o la Virgen María): porque el Testimonio de Jesús es el Espíritu de la Profecía. (Este "Testimonio" es Su Obra Expiatoria, es decir, lo que Él hizo en la Cruz. Toda "Profecía" del Antiguo Testamento señala de algún modo a Cristo y lo que Él hizo en la Cruz. Además, toda proclamación pronunciada en la actualidad debe de algún modo apuntar a la Cruz de Cristo.)
LA SEGUNDA VENIDA
11 Y vi el Cielo abierto (registra la hora Profética final en cuanto a la Segunda Venida, sin duda, el mayor momento en la historia humana); y, he aquí, un caballo blanco (en efecto, declara un caballo de guerra [Zac. 14:3]); y El Que estaba sentado sobre él, era llamado Fiel y Verdadero (fiel a Sus Promesas y Verdadero a Sus Juicios; Él contrasta con el falso Mesías de Apoc. 6:2, quien no fue fiel ni verdadero), el cual con Justicia juzga y pelea (se refiere a la manera de Su Segunda Venida).
12 Y Sus Ojos eran como llama de fuego (representa el Juicio), y había en Su Cabeza muchas diademas (representa el hecho de que Él no será el Señor de solamente un reino; Él será el Señor de todos los reinos); y tenía un Nombre escrito que ninguno entendía sino Él Mismo (no significa que es desconocido, sino más bien es definitivamente incomprensible; permanecerá inalcanzable al hombre, lo que significa que nunca podrán conocer los límites de su profundidad).
13 Y estaba vestido de una Ropa teñida en Sangre (habla de la Cruz donde Él derramó la Sangre de Su Vida, que Le da el derecho de Juzgar el mundo): y Su Nombre es llamado El Verbo De Dios. (Su Nombre revelado es la Palabra de Dios, ya que Él reveló a Dios en Su Gracia y Poder para ser conocido, por eso, el Creyente puede decir, "Lo conozco.")
14 Y los ejércitos que están en el Cielo Le seguían en caballos blancos (estos "ejércitos" son los Santos de Dios, de hecho, todos los Santos quienes hayan vivido, quiere decir que estaremos con Él en la Segunda Venida), vestidos de lino finísimo, blanco y limpio. (Se remonta al Versículo 8. Es la Justicia de los Santos; todo hecho posible por la Cruz.)
ARMAGEDÓN
15 Y de Su Boca sale una espada aguda (representa a Cristo que obra total y completamente en la esfera de la Palabra de Dios), para herir con ella las naciones (todas las naciones se unirán al Anticristo en sus esfuerzos para destruir Israel; es la Batalla de Armagedón): y Él los regirá con vara de hierro (se refiere al hecho de que el Señor de la Gloria no permitirá ni tolerará de ninguna forma, ni de ningún modo lo que "roba, mata y destruye"); y Él pisa el lagar del vino del furor, y de la ira del Dios Todopoderoso (la Batalla de Armagedón).
16 Y en Su Vestidura y en Su Muslo tiene escrito este nombre, REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (declara el hecho de que no habrá ninguna duda en cuanto a Quién es Él realmente).
17 Y vi un Ángel que estaba en el sol (indica el hecho de que la Fe cree en lo que está escrito, aunque la mente no pueda comprender lo que está escrito); y clamó con gran voz, diciendo a todas las aves que volaban por medio del Cielo (denota, como es evidente, supremacía sobre la Creación), Venid, y congregaos a la cena del Gran Dios (es simbólico, pero es dicho de esta manera para proclamar la magnitud de aquel tiempo venidero [Ezeq. 39:2, 11-12]);
18 Para que comáis carnes de reyes, y de capitanes, y carnes de fuertes, y carnes de caballos, y de los que están sentados sobre ellos; y carnes de todos, libres y siervos, de pequeños y de grandes. (Indica el hecho de que el Poder del Dios Omnipotente no pasa por alto a aquellos en esta Tierra que piensan que son "grandes." El Juicio será idéntico para todos [Ezeq. 39:18-20].)
19 Y vi la bestia (Juan vio al Anticristo dirigiendo este ejército poderoso; es "el hombre del pecado" que Pablo mencionó en II Tes., cap. 2), y los reyes de la Tierra y sus ejércitos (se refiere a todos los que el Anticristo pueda conseguir a que se unan a él; incluye a los "reyes del Oriente" de Apoc. 16:12), congregados para hacer guerra contra El Que estaba sentado sobre el caballo, y contra Su ejército (se refiere a Cristo y al gran ejército del Cielo que está con Él; como se expresó, esta es la Batalla de Armagedón [Ezeq., caps. 38-39]).
20 Y la bestia fue presa, y con ella el Falso Profeta que había hecho las señales delante de ella (se refiere a ambos que caerán en la Batalla de Armagedón), con las cuales había engañado a los que tomaron la señal de la bestia, y habían adorado su imagen (el arma principal de Satanás es el engaño). Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego ardiendo en azufre (así es el destino del Anticristo y del Falso Profeta y de todos quienes están en pos de ellos).
21 Y los otros fueron muertos con la espada que salía de la Boca Del Que estaba sentado sobre el caballo (el Señor Jesús dará la palabra en la Batalla de Armagedón y acontecerá todo lo que Él diga): y todas las aves se hartaron de sus carnes. (Declara el fin de este conflicto. El Anticristo y sus ejércitos anunciarán al mundo lo que van a hacer en cuanto a Israel, pero el resultado final es que los buitres atiborrarán su carne.)



Primera Corintios Capítulo 13: Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.





Hebreos 10:35-12:4

Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.





Romanos 8:

Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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