Cuando
Mardoqueo se enteró de todo lo que se había hecho, se rasgó las
vestiduras, se vistió de luto, se cubrió de ceniza y salió por la ciudad
dando gritos de amargura. Pero como a nadie se le permitía entrar a
palacio vestido de luto, sólo pudo llegar hasta la puerta del rey. En
cada provincia adonde llegaban el edicto y la orden del rey, había gran
duelo entre los judíos, con ayuno, llanto y lamentos. Muchos de ellos,
vestidos de luto, se tendían sobre la ceniza. Cuando las criadas y los
eunucos de la reina Ester llegaron y le contaron lo que pasaba, ella se
angustió mucho y le envió ropa a Mardoqueo para que se la pusiera en
lugar de la ropa de luto; pero él no la aceptó. Entonces Ester mandó
llamar a Hatac, uno de los eunucos del rey puesto al servicio de ella, y
le ordenó que averiguara qué preocupaba a Mardoqueo y por qué actuaba
de esa manera. Así que Hatac salió a ver a Mardoqueo, que estaba en la
plaza de la ciudad, frente a la puerta del rey. Mardoqueo le contó todo
lo que le había sucedido, mencionándole incluso la cantidad exacta de
dinero que Amán había prometido pagar al tesoro real por la aniquilación
de los judíos. También le dio una copia del texto del edicto promulgado
en Susa, el cual ordenaba el exterminio, para que se lo mostrara a
Ester, se lo explicara, y la exhortara a que se presentara ante el rey
para implorar clemencia e interceder en favor de su pueblo. Hatac
regresó y le informó a Ester lo que Mardoqueo había dicho. Entonces ella
ordenó a Hatac que le dijera a Mardoqueo: "Todos los servidores del rey
y el pueblo de las provincias del reino saben que, para cualquier
hombre o mujer que, sin ser invitado por el rey, se acerque a él en el
patio interior, hay una sola ley: la pena de muerte. La única excepción
es que el rey, extendiendo su cetro de oro, le perdone la vida. En
cuanto a mí, hace ya treinta días que el rey no me ha pedido presentarme
ante él." Cuando Mardoqueo se enteró de lo que había dicho Ester, mandó
a decirle: "No te imagines que por estar en la casa del rey serás la
única que escape con vida de entre todos los judíos. Si ahora te quedas
absolutamente callada, de otra parte vendrán el alivio y la liberación
para los judíos, pero tú y la familia de tu padre perecerán. ¡Quién sabe
si no has llegado al trono precisamente para un momento como éste!"
Ester le envió a Mardoqueo esta respuesta: "Ve y reúne a todos los
judíos que están en Susa, para que ayunen por mí. Durante tres días no
coman ni beban, ni de día ni de noche. Yo, por mi parte, ayunaré con mis
doncellas al igual que ustedes. Cuando cumpla con esto, me presentaré
ante el rey, por más que vaya en contra de la ley. ¡Y si perezco, que
perezca!" Entonces Mardoqueo fue y cumplió con todas las instrucciones
de Ester. Al tercer día, Ester se puso sus vestiduras reales y fue a
pararse en el patio interior del palacio, frente a la sala del rey. El
rey estaba sentado allí en su trono real, frente a la puerta de entrada.
Cuando vio a la reina Ester de pie en el patio, se mostró complacido
con ella y le extendió el cetro de oro que tenía en la mano. Entonces
Ester se acercó y tocó la punta del cetro. El rey le preguntó: ¿Qué te
pasa, reina Ester? ¿Cuál es tu petición? ¡Aun cuando fuera la mitad del
reino, te lo concedería! Si le parece bien a Su Majestad respondió
Ester, venga hoy al banquete que ofrezco en su honor, y traiga también a
Amán. Vayan de inmediato por Amán, para que podamos cumplir con el
deseo de Ester ordenó el rey. Así que el rey y Amán fueron al banquete
que ofrecía Ester. Cuando estaban brindando, el rey volvió a preguntarle
a Ester: Dime qué deseas, y te lo concederé. ¿Cuál es tu petición? ¡Aun
cuando fuera la mitad del reino, te lo concedería! Ester respondió: Mi
deseo y petición es que, si me he ganado el favor de Su Majestad, y si
le agrada cumplir mi deseo y conceder mi petición, venga mañana con Amán
al banquete que les voy a ofrecer, y entonces le daré la respuesta.
Amán salió aquel día muy contento y de buen humor; pero cuando vio a
Mardoqueo en la puerta del rey y notó que no se levantaba ni temblaba
ante su presencia, se llenó de ira contra él. No obstante, se contuvo y
se fue a su casa. Luego llamó Amán a sus amigos y a Zeres, su esposa, e
hizo alarde de su enorme riqueza y de sus muchos hijos, y de cómo el rey
lo había honrado en todo sentido ascendiéndolo sobre los funcionarios y
demás servidores del rey. Es más añadió Amán, yo soy el único a quien
la reina Ester invitó al banquete que le ofreció al rey. Y también me ha
invitado a acompañarlo mañana. Pero todo esto no significa nada para
mí, mientras vea a ese judío Mardoqueo sentado a la puerta del rey. Su
esposa Zeres y todos sus amigos le dijeron: Haz que se coloque una
estaca a veinticinco metros de altura, y por la mañana pídele al rey que
empale en ella a Mardoqueo. Así podrás ir contento al banquete con el
rey. La sugerencia le agradó a Amán, y mandó que se colocara la estaca.
Aquella noche el rey no podía dormir, así que mandó que le trajeran las
crónicas reales la historia de su reino y que se las leyeran. Allí
constaba que Mardoqueo había delatado a Bigtán y Teres, dos de los
*eunucos del rey, miembros de la guardia, que habían tramado asesinar al
rey Asuero. ¿Qué honor o reconocimiento ha recibido Mardoqueo por esto?
preguntó el rey. No se ha hecho nada por él respondieron sus ayudantes
personales. Amán acababa de entrar en el patio exterior del palacio para
pedirle al rey que empalara a Mardoqueo en la estaca que había mandado
levantar para él. Así que el rey preguntó: ¿Quién anda en el patio? Sus
ayudantes respondieron: El que anda en el patio es Amán. ¡Que pase!
ordenó el rey. Cuando entró Amán, el rey le preguntó: ¿Cómo se debe
tratar al hombre a quien el rey desea honrar? Entonces Amán dijo para
sí: "¿A quién va a querer honrar el rey sino a mí?" Así que contestó:
Para el hombre a quien el rey desea honrar, que se mande traer una
vestidura real que el rey haya usado, y un caballo en el que haya
montado y que lleve en la cabeza un adorno real. La vestidura y el
caballo deberán entregarse a uno de los funcionarios más ilustres del
rey, para que vista al hombre a quien el rey desea honrar, y que lo
pasee a caballo por las calles de la ciudad, proclamando a su paso: ¡Así
se trata al hombre a quien el rey desea honrar! Ve de inmediato le dijo
el rey a Amán, toma la vestidura y el caballo, tal como lo has
sugerido, y haz eso mismo con Mardoqueo, el judío que está sentado a la
puerta del rey. No descuides ningún detalle de todo lo que has
recomendado. Así que Amán tomó la vestidura y el caballo, vistió a
Mardoqueo y lo llevó a caballo por las calles de la ciudad, proclamando a
su paso: "¡Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar!"
Después Mardoqueo volvió a la puerta del rey. Pero Amán regresó apurado a
su casa, triste y tapándose la cara. Y les contó a Zeres, su esposa, y a
todos sus amigos todo lo que le había sucedido. Entonces sus consejeros
y su esposa Zeres le dijeron: Si Mardoqueo, ante quien has comenzado a
caer, es de origen judío, no podrás contra él. ¡Sin duda acabarás siendo
derrotado! Mientras todavía estaban hablando con Amán, llegaron los
eunucos del rey y lo llevaron de prisa al banquete ofrecido por Ester.
Yo
amo al Señor porque él escucha mi voz suplicante. Por cuanto él inclina
a mí su oído, lo invocaré toda mi vida. Los lazos de la muerte me
enredaron; me sorprendió la angustia del sepulcro, y caí en la ansiedad y
la aflicción. Entonces clamé al Señor: "¡Te ruego, Señor, que me salves
la vida!" El Señor es compasivo y justo; nuestro Dios es todo ternura.
El Señor protege a la gente sencilla; estaba yo muy débil, y él me
salvó. ¡Ya puedes, alma mía, estar tranquila, que el Señor ha sido bueno
contigo! Tú me has librado de la muerte, has enjugado mis lágrimas, no
me has dejado tropezar. Por eso andaré siempre delante del Señor en esta
tierra de los vivientes. Aunque digo: "Me encuentro muy afligido", sigo
creyendo en Dios. En mi desesperación he exclamado: "Todos son unos
mentirosos." ¿Cómo puedo pagarle al Señor por tanta bondad que me ha
mostrado? ¡Tan sólo brindando con la copa de salvación e invocando el
nombre del Señor! ¡Tan sólo cumpliendo mis promesas al Señor en
presencia de todo su pueblo! Mucho valor tiene a los ojos del Señor la
muerte de sus fieles. Yo, Señor, soy tu siervo; soy siervo tuyo, tu hijo
fiel; ¡tú has roto mis cadenas! Te ofreceré un sacrificio de gratitud e
invocaré, Señor, tu nombre. Cumpliré mis votos al Señor en presencia de
todo su pueblo, en los atrios de la casa del Señor, en medio de ti, oh
Jerusalén. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!
El
hombre propone y Dios dispone. A cada uno le parece correcto su
proceder, pero el Señor juzga los motivos. Pon en manos del Señor todas
tus obras, y tus proyectos se cumplirán. Toda obra del Señor tiene un
propósito; ¡hasta el malvado fue hecho para el día del desastre! El
Señor aborrece a los arrogantes. Una cosa es segura: no quedarán
impunes. Con amor y verdad se perdona el pecado, y con temor del Señor
se evita el mal. Cuando el Señor aprueba la conducta de un hombre, hasta
con sus enemigos lo reconcilia. Más vale tener poco con justicia que
ganar mucho con injusticia. El corazón del hombre traza su rumbo, pero
sus pasos los dirige el Señor. La sentencia está en labios del rey; en
el veredicto que emite no hay error. Las pesas y las balanzas justas son
del Señor; todas las medidas son hechura suya. El rey detesta las malas
acciones, porque el trono se afirma en la justicia. El rey se complace
en los labios honestos; aprecia a quien habla con la verdad. La ira del
rey es presagio de muerte, pero el sabio sabe apaciguarla. El rostro
radiante del rey es signo de vida; su favor es como lluvia en primavera.
Más vale adquirir sabiduría que oro; más vale adquirir inteligencia que
plata. El camino del hombre recto evita el mal; el que quiere salvar su
vida, se fija por dónde va. Al orgullo le sigue la destrucción; a la
altanería, el fracaso. Vale más humillarse con los oprimidos que
compartir el botín con los orgullosos. El que atiende a la palabra,
prospera. ¡Dichoso el que confía en el Señor! Al sabio de corazón se le
llama inteligente; los labios convincentes promueven el saber. Fuente de
vida es la prudencia para quien la posee; el castigo de los necios es
su propia necedad. El sabio de corazón controla su boca; con sus labios
promueve el saber. Panal de miel son las palabras amables: endulzan la
vida y dan salud al cuerpo. Hay caminos que al hombre le parecen rectos,
pero que acaban por ser caminos de muerte. Al que trabaja, el hambre lo
obliga a trabajar, pues su propio apetito lo estimula. El perverso hace
planes malvados; en sus labios hay un fuego devorador. El perverso
provoca contiendas, y el chismoso divide a los buenos amigos. El
violento engaña a su prójimo y lo lleva por mal camino. El que guiña el
ojo trama algo perverso; el que aprieta los labios ya lo ha cometido.
Las canas son una honrosa corona que se obtiene en el camino de la
justicia. Más vale ser paciente que valiente; más vale dominarse a sí
mismo que conquistar ciudades. Las suertes se echan sobre la mesa, pero
el veredicto proviene del Señor.
El Libro de Mateo Capítulo 28 el Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:
Y LA víspera del Sábado (el Sábado semanal regular, que era cada Sábado),
que
amaneciendo para el primer día de la semana (era justo antes de la luz
del alba del Domingo por la mañana; Jesús resucitó algún tiempo después
de la puesta del sol el Sábado por la noche; los Judíos comenzaban el
nuevo día a la puesta del sol, en vez de la medianoche, como hacemos
actualmente), vino María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro
(querían untar con especias el Cuerpo de Cristo).
2
Y, he aquí, fue hecho un gran terremoto (presenta el segundo terremoto,
el primero ocurrió cuando Cristo murió [27:51]): porque el Ángel del
Señor, descendiendo del Cielo (probablemente fue observado por los
soldados Romanos, quienes solo lo atestiguaron y dieron el relato) y
llegando, había rodado la piedra de la puerta (Cristo ya había
resucitado y había dejado la Tumba cuando la piedra fue quitada; Su
Cuerpo glorificado no fue restringido por obstáculos), y estaba sentado
sobre ella (fue hecho como una demostración de triunfo; en otras
palabras, ¡la muerte fue vencida!).
3
Y su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve
(no hay ninguna prueba que algunas de las mujeres o Discípulos vieron la
venida gloriosa del Ángel; ¡sin embargo, el siguiente Versículo nos
dice que los guardias Romanos lo vieron, y se aterrorizaron!):
4
Y de miedo de él (el Ángel) los guardias (los soldados) se asombraron, y
fueron vueltos como muertos (en vista de que esto pasó por la noche, la
situación fue aun más espantosa).
5
Y respondiendo el Ángel y dijo a las mujeres (esto era un poco antes
del alba, y después de que los soldados habían huido), No temáis
vosotras: porque yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado (el
Ángel ahora usa esta palabra, "Crucificado," en la manera más gloriosa;
es ahora "el Poder de Dios y la Sabiduría de Dios" [I Cor. 1:23-24]).
6
No está aquí (es el principio de la declaración más gloriosa que podría
darse alguna vez a los oídos de simples mortales); porque ha resucitado
(un Salvador muerto y resucitado es la vida y la sustancia del
Evangelio [I Cor. 15:1-4]), como dijo (el Ángel trajo a la memoria de
las mujeres, el hecho de que Cristo había declarado varias veces que Él
sería crucificado y resucitaría de entre los muertos y es precisamente
lo que Él hizo conforme a Las Escrituras que habían señalado Su Venida
para redimir al hombre por medio de la Cruz). Venid, ved el lugar donde
fue puesto el Señor (buscaban un cadáver, pero en cambio, encontraron un
Señor resucitado; ellos estaban en busca de una Tumba que contenía un
cadáver, pero en cambio, encontraron que estaba vacía).
7
E id pronto, decid a Sus Discípulos que ha resucitado de los muertos
(los Discípulos debían de estar dándole la noticia a los demás, pero
debido a la incredulidad, las mujeres la darían; este es el Mensaje más
grande que la humanidad jamás haya recibido); y, he aquí, va delante de
vosotros a Galilea; allí Le veréis (Él se revelaría a quien y a donde Él
deseara): he aquí, os lo he dicho (garantiza la certidumbre de esta
acción).
8
Entonces ellas saliendo del sepulcro (realmente habían entrado en la
cámara del entierro, y habían visto con sus propios ojos que Jesús no
estaba allí [Luc. 24:3]) con temor y gran gozo (era "un temor sano," que
todo Creyente debiera tener; y como es comprensible, hubo "gran gozo");
fueron corriendo a dar las nuevas a Sus Discípulos ("ellas corrieron"
porque ellas tenían un Mensaje que contar, y ¡Qué Mensaje era que
tenían! sería la "palabra" más gloriosa que jamás oirían los
Discípulos).
9
Y mientras iban a dar las nuevas a Sus Discípulos, He aquí, Jesús les
sale al encuentro (no fue la primera aparición de Jesús, a María
Magdalena [Marc. 16:9]), diciendo, ¡Salve! (Realmente quiere decir,
"¡todo gozo!") Y ellas se llegaron y abrazaron Sus Pies, y Le adoraron
(ellas descubrirían que estaban tocando un Cuerpo humano de carne y
hueso, y que no era una aparición ni una figura fantasmal; sabían que Él
había resucitado de los muertos; de todos modos, no estaban seguras en
cuanto a lo que significaba esto; Su aparición a ellas, y ellas
tocándolo, quitó todas las dudas en cuanto a lo que significaba la
Resurrección).
10
Entonces Jesús les dice, No temáis (definitivamente es comprensible que
ellas tuvieran miedo): Id, dad las nuevas a Mis Hermanos, para que
vayan a Galilea, y allí Me verán (significa más que simplemente una
aparición; realmente, Él también se les apareció en Jerusalén,
proclamando las grandes Verdades [Jn. 20:19-23]; Juan en el último
Capítulo de su Libro relata detalladamente la aparición en Galilea).
11
Y yendo ellas (se refiere a las mujeres después de ver a Jesús, yendo a
los Discípulos), he aquí, unos de la guardia (los soldados) vinieron a
la ciudad, y dieron aviso a los Principales Sacerdotes de todas las
cosas que habían acontecido (habla de los cuatro soldados que realmente
habían visto la llegada del Ángel — éste removiendo la piedra de la
entrada de la Tumba).
12
Y cuando ellos (los Principales Sacerdotes) se reunieron con los
Ancianos (el Sanedrín), y habido consejo (cómo podrían contrariar lo que
había sucedido), dieron mucho dinero a los soldados (todos ahora
sabían, y más allá de ninguna sombra de duda que Jesús era Quien Él
había dicho que Él era; ellos sabían que habían Crucificado al Hijo de
Dios; ellos sabían que estos soldados Romanos no inventaron esta
historia; para ellos abandonar sus puestos era un delito capital; en
otras palabras, ellos podían ser ejecutados por hacer eso, pero de todos
modos, ¡ellos no se arrepintieron! así es el corazón endurecido),
13
Diciendo, decid, Sus Discípulos vinieron de noche, y Le hurtaron,
durmiendo nosotros (qué historia tan absurda, sin embargo, muchos Judíos
lo creen hasta hoy día).
14
Y si esto fuere oído del gobernador, nosotros le persuadiremos, y os
haremos seguros (quiere decir que el Sanedrín tomaría responsabilidad
completa de esta acción; ningún daño vino a los soldados; evidentemente
Pilato creyó que Jesús había resucitado; se menciona en una de las
Crónicas de aquel tiempo, que Pilato envió un relato de esta cuestión a
Tiberios, quien, en consecuencia, nos dicen, procuró hacer que el Senado
Romano pasara un decreto que inscribiría a Jesús en la lista de los
dioses Romanos; Tertuliano certifica este hecho).
15
Y ellos tomando el dinero, hicieron como estaban instruidos (significa
que el tema fue ensayada, y ensayada repetidas veces por el Sanedrín
hasta que todos contaran la misma historia): y este dicho fue divulgado
entre los Judíos hasta el día de hoy (se dice que los Judíos de aquel
entonces enviaron a emisarios en todas las direcciones para extender
esta mentira).
16
Mas los Once Discípulos se fueron a Galilea (la secuencia parece
indicar que esto ocurrió al menos una semana después de la Resurrección
[Jn. 20:26; 21:1]; el número "11" es expresamente mencionado, en esto el
Espíritu Santo desea que la traición no sea olvidada), al monte donde
Jesús les había ordenado (no hay evidencia alguna en cuanto a
exactamente donde estaba situado este monte; la palabra, "ordenado,"
especifica que esta fue una reunión designada, que habría asegurado un
sitio definido).
17
Y cuando Le vieron (parece indicar que habían más presentes que los
Once), Le adoraron (¡y con razón!): mas algunos dudaban (¡no los Once!
quiénes ellos eran, no lo sabemos; por qué ellos dudaron, no lo sabemos;
sin embargo, parece que las dudas pronto desaparecieron).
18
Y llegando Jesús, les habló, diciendo (la misma reunión en el monte, y
constituye la Gran Comisión), Todo poder Me es dado en el Cielo y en la
Tierra (no se le da como el Hijo de Dios; porque, como Dios nada Le
puede ser agregado o tomado de Él; es más bien un poder, que Él se lo ha
merecido por Su Encarnación y Su Muerte en el Calvario en la Cruz [Fil.
2:8-10]; esta autoridad no sólo se extiende a los hombres, de modo que
Él gobierne y proteja la Iglesia, disponga los acontecimientos humanos,
controle corazones y opiniones; sino que las fuerzas del Cielo también
están a Su Mando; el Espíritu Santo es otorgado por Él y los Ángeles
están empleados como espíritus ministradores a los miembros de Su
Cuerpo. ¡Cuando Él dijo, "todo poder," Él quiso decir, "todo el
poder!").
19
Por tanto, Id (se aplica a cualesquiera y a todos lo que siguen a
Cristo, y en todas las edades), y enseñad a todas las naciones (debería
haber sido traducido, "y predicad a todas las naciones," porque la
palabra "enseñad" se refiere aquí a una proclamación de verdad),
bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo
(presenta la única fórmula para el Bautismo en Agua dada en la Palabra
de Dios):
20
Enseñándoles (quiere decir dar instrucción) que guarden todas las cosas
(el Evangelio entero para el hombre entero) que os he mandado (no es
una sugerencia): y, he aquí, Yo estoy con vosotros todos los días (Estoy
Yo, Yo Mismo, Dios, y Hombre, Quién estoy — no "seré" — de ahí, para
siempre presente entre ustedes, y con ustedes como Compañero, Amigo,
Guía, Salvador, Dios), hasta el fin del mundo (debiera traducirse
"edad"). Amén (es la garantía de Mi Promesa).
Primera Corintios Capítulo 13:
Si
hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más
que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don
de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y
si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no
soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi
cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano
con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni
jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no
se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la
maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue,
mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y
el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de
manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto
desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de
niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero
entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero
entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas
tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de
ellas es el amor.
Así
que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada.
Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la
voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy
poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo
vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero
nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse,
sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la
garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a
ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo
fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino
de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más
aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo,
pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto,
habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar
la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser
llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe
es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios
tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por
la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor
reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó
al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por
la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde
recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la
fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas
de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa,
porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es
arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad
y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos,
porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este
solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las
estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar.
Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas
prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran
extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente
dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado
pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido
oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor,
es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser
llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había
recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo
único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se
establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene
poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado,
recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a
Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob,
cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José,
y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de
su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio
instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién
nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron
que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la
fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del
faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los
efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del
Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la
mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle
miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo
al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre,
para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel.
Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando
los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las
murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su
alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los
desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a
decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté,
David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos,
hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones,
apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada;
sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y
pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la
resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a
golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los
pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e
incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la
mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para
allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades,
afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin
rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos
obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio
el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a
la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por
tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande
de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del
pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que
tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y
perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó
la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está
sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel
que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para
que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran
contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su
sangre.
Por
lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a
Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha
liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo
liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios
envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de
pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así
condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas
demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la
naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a
la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza;
en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los
deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la
mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad
pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es
capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no
pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza
pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive
en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo.
Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del
pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la
justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los
muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los
muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su
Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una
obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa.
Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del
Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y
ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo,
sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba!
¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos
hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos
parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan
los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en
nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de
Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su
propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme
esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción
que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de
Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera
dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que
tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras
aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de
nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la
esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?
Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos
nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a
ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que
examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el
Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios.
Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de
quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.
Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser
transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los
que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los
glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte,
¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos
generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que
Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo
Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e
intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el
peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos
amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al
matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio
de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la
vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni
los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la
creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en
Cristo Jesús nuestro Señor.
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