Génesis 50 a Éxodo 2:
Entonces
José se abrazó al cuerpo de su padre y, llorando, lo besó. Luego ordenó
a los médicos a su servicio que embalsamaran el cuerpo, y así lo
hicieron. El proceso para embalsamarlo tardó unos cuarenta días, que es
el tiempo requerido. Los egipcios, por su parte, guardaron luto por
Israel durante setenta días. Pasados los días de duelo, José se dirigió
así a los miembros de la corte del faraón: Si me he ganado el respeto de
la corte, díganle por favor al faraón que mi padre, antes de morirse,
me hizo jurar que yo lo sepultaría en la tumba que él mismo se preparó
en la tierra de Canaán. Por eso le ruego encarecidamente me permita ir a
sepultar a mi padre, y luego volveré. El faraón le respondió: Ve a
sepultar a tu padre, conforme a la promesa que te pidió hacerle. José
fue a sepultar a su padre, y lo acompañaron los servidores del faraón,
es decir, los ancianos de su corte y todos los ancianos de Egipto. A
éstos se sumaron todos los familiares de José, es decir, sus hermanos y
los de la casa de Jacob. En la región de Gosén dejaron únicamente a los
niños y a los animales. También salieron con él carros y jinetes,
formando así un cortejo muy grande. Al llegar a la era de Hatad, que
está cerca del río Jordán, hicieron grandes y solemnes lamentaciones.
Allí José guardó luto por su padre durante siete días. Cuando los
cananeos que vivían en esa región vieron en la era de Hatad aquellas
manifestaciones de duelo, dijeron: "Los egipcios están haciendo un duelo
muy solemne." Por eso al lugar, que está cerca del Jordán, lo llamaron
Abel Misrayin. Los hijos de Jacob hicieron con su padre lo que él les
había pedido: lo llevaron a la tierra de Canaán y lo sepultaron en la
cueva que está en el campo de Macpela, frente a Mamré, en el mismo campo
que Abraham le había comprado a Efrón el hitita para sepultura de la
familia. Luego de haber sepultado a su padre, José regresó a Egipto
junto con sus hermanos y con toda la gente que lo había acompañado. Al
reflexionar sobre la muerte de su padre, los hermanos de José
concluyeron: "Tal vez José nos guarde rencor, y ahora quiera vengarse de
todo el mal que le hicimos." Por eso le mandaron a decir: "Antes de
morir tu padre, dejó estas instrucciones: Díganle a José que perdone,
por favor, la terrible maldad que sus hermanos cometieron contra él. Así
que, por favor, perdona la maldad de los siervos del Dios de tu padre."
Cuando José escuchó estas palabras, se echó a llorar. Luego sus
hermanos se presentaron ante José, se inclinaron delante de él y le
dijeron: Aquí nos tienes; somos tus esclavos. No tengan miedo les
contestó José. ¿Puedo acaso tomar el lugar de Dios? Es verdad que
ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para
lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente. Así
que, ¡no tengan miedo! Yo cuidaré de ustedes y de sus hijos. Y así, con
el corazón en la mano, José los reconfortó. José y la familia de su
padre permanecieron en Egipto. Alcanzó la edad de ciento diez años, y
llegó a ver nacer a los hijos de Efraín hasta la tercera generación.
Además, cuando nacieron los hijos de Maquir, hijo de Manasés, él los
recibió sobre sus rodillas. Tiempo después, José les dijo a sus
hermanos: "Yo estoy a punto de morir, pero sin duda Dios vendrá a
ayudarlos, y los llevará de este país a la tierra que prometió a
Abraham, Isaac y Jacob." Entonces José hizo que sus hijos le prestaran
juramento. Les dijo: "Sin duda Dios vendrá a ayudarlos. Cuando esto
ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos." José murió en
Egipto a los ciento diez años de edad. Una vez que lo embalsamaron, lo
pusieron en un ataúd.
Éxodo 1 a 2:
Éstos
son los nombres de los hijos de Israel que, acompañados de sus
familias, llegaron con Jacob a Egipto: Rubén, Simeón, Leví, Judá,
Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser. En total, los
descendientes de Jacob eran setenta. José ya estaba en Egipto. Murieron
José y sus hermanos y toda aquella generación. Sin embargo, los
israelitas tuvieron muchos hijos, y a tal grado se multiplicaron que
fueron haciéndose más y más poderosos. El país se fue llenando de ellos.
Pero llegó al poder en Egipto otro rey que no había conocido a José, y
le dijo a su pueblo: "¡Cuidado con los israelitas, que ya son más
fuertes y numerosos que nosotros! Vamos a tener que manejarlos con mucha
astucia; de lo contrario, seguirán aumentando y, si estalla una guerra,
se unirán a nuestros enemigos, nos combatirán y se irán del país." Fue
así como los egipcios pusieron capataces para que oprimieran a los
israelitas. Les impusieron trabajos forzados, tales como los de edificar
para el faraón las ciudades de almacenaje Pitón y Ramsés. Pero cuanto
más los oprimían, más se multiplicaban y se extendían, de modo que los
egipcios llegaron a tenerles miedo; por eso les imponían trabajos
pesados y los trataban con crueldad. Les amargaban la vida obligándolos a
hacer mezcla y ladrillos, y todas las labores del campo. En todos los
trabajos de esclavos que los israelitas realizaban, los egipcios los
trataban con crueldad. Había dos parteras hebreas, llamadas Sifrá y
Fuvá, a las que el rey de Egipto ordenó: Cuando ayuden a las hebreas en
sus partos, fíjense en el sexo: si es niño, mátenlo; pero si es niña,
déjenla con vida. Sin embargo, las parteras temían a Dios, así que no
siguieron las órdenes del rey de Egipto sino que dejaron con vida a los
varones. Entonces el rey de Egipto mandó llamar a las parteras, y les
preguntó: ¿Por qué han hecho esto? ¿Por qué han dejado con vida a los
varones? Las parteras respondieron: Resulta que las hebreas no son como
las egipcias, sino que están llenas de vida y dan a luz antes de que
lleguemos. De este modo los israelitas se hicieron más fuertes y más
numerosos. Además, Dios trató muy bien a las parteras y, por haberse
mostrado temerosas de Dios, les concedió tener muchos hijos. El faraón,
por su parte, dio esta orden a todo su pueblo: ¡Tiren al río a todos los
niños hebreos que nazcan! A las niñas, déjenlas con vida. Hubo un
levita que tomó por esposa a una mujer de su propia tribu. La mujer
quedó embarazada y tuvo un hijo, y al verlo tan hermoso lo escondió
durante tres meses. Cuando ya no pudo seguir ocultándolo, preparó una
cesta de papiro, la embadurnó con brea y asfalto y, poniendo en ella al
niño, fue a dejar la cesta entre los juncos que había a la orilla del
Nilo. Pero la hermana del niño se quedó a cierta distancia para ver qué
pasaría con él. En eso, la hija del faraón bajó a bañarse en el Nilo.
Sus doncellas, mientras tanto, se paseaban por la orilla del río. De
pronto la hija del faraón vio la cesta entre los juncos, y ordenó a una
de sus esclavas que fuera por ella. Cuando la hija del faraón abrió la
cesta y vio allí dentro un niño que lloraba, le tuvo compasión, pero
aclaró que se trataba de un niño hebreo. La hermana del niño preguntó
entonces a la hija del faraón: ¿Quiere usted que vaya y llame a una
nodriza hebrea, para que críe al niño por usted? Ve a llamarla contestó.
La muchacha fue y trajo a la madre del niño, y la hija del faraón le
dijo: Llévate a este niño y críamelo. Yo te pagaré por hacerlo. Fue así
como la madre del niño se lo llevó y lo crió. Ya crecido el niño, se lo
llevó a la hija del faraón, y ella lo adoptó como hijo suyo; además, le
puso por nombre Moisés, pues dijo: "¡Yo lo saqué del río!" Un día,
cuando ya Moisés era mayor de edad, fue a ver a sus hermanos de sangre y
pudo observar sus penurias. De pronto, vio que un egipcio golpeaba a
uno de sus hermanos, es decir, a un hebreo. Miró entonces a uno y otro
lado y, al no ver a nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Al
día siguiente volvió a salir y, al ver que dos hebreos peleaban entre
sí, le preguntó al culpable: ¿Por qué golpeas a tu compañero? ¿Y quién
te nombró a ti gobernante y juez sobre nosotros? respondió aquél. ¿Acaso
piensas matarme a mí, como mataste al egipcio? Esto le causó temor a
Moisés, pues pensó: "¡Ya se supo lo que hice!" Y, en efecto, el faraón
se enteró de lo sucedido y trató de matar a Moisés; pero Moisés huyó del
faraón y se fue a la tierra de Madián, donde se quedó a vivir junto al
pozo. El sacerdote de Madián tenía siete hijas, las cuales solían ir a
sacar agua para llenar los abrevaderos y dar de beber a las ovejas de su
padre. Pero los pastores llegaban y las echaban de allí. Un día, Moisés
intervino en favor de ellas: las puso a salvo de los pastores y dio de
beber a sus ovejas. Cuando las muchachas volvieron a la casa de Reuel,
su padre, éste les preguntó: ¿Por qué volvieron hoy tan temprano? Porque
un egipcio nos libró de los pastores le respondieron. ¡Hasta nos sacó
el agua del pozo y dio de beber al rebaño! ¿Y dónde está ese hombre? les
contestó. ¿Por qué lo dejaron solo? ¡Invítenlo a comer! Moisés convino
en quedarse a vivir en casa de aquel hombre, quien le dio por esposa a
su hija Séfora. Ella tuvo un hijo, y Moisés le puso por nombre Guersón,
pues razonó: "Soy un extranjero en tierra extraña." Mucho tiempo después
murió el rey de Egipto. Los israelitas, sin embargo, seguían lamentando
su condición de esclavos y clamaban pidiendo ayuda. Sus gritos
desesperados llegaron a oídos de Dios, quien al oír sus quejas se acordó
del pacto que había hecho con Abraham, Isaac y Jacob. Fue así como Dios
se fijó en los israelitas y los tomó en cuenta.
Salmos 138:
Señor,
quiero alabarte de todo corazón, y cantarte salmos delante de los
dioses. Quiero inclinarme hacia tu santo templo y alabar tu nombre por
tu gran amor y fidelidad. por sobre todas las cosas. Cuando te llamé, me
respondiste; me infundiste ánimo y renovaste mis fuerzas. Oh Señor,
todos los reyes de la tierra te alabarán al escuchar tus palabras.
Celebrarán con cánticos tus caminos, porque tu gloria, Señor, es grande.
El Señor es excelso, pero toma en cuenta a los humildes y mira de lejos
a los orgullosos. Aunque pase yo por grandes angustias, tú me darás
vida; contra el furor de mis enemigos extenderás la mano: ¡tu mano
derecha me pondrá a salvo! El Señor cumplirá en mí su propósito. Tu gran
amor, Señor, perdura para siempre; ¡no abandones la obra de tus manos!
Proverbios 13:
El
hijo sabio atiende a la corrección de su padre, pero el insolente no
hace caso a la reprensión. Quien habla el bien, del bien se nutre, pero
el infiel padece hambre de violencia. El que refrena su lengua protege
su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina. El perezoso
ambiciona, y nada consigue; el diligente ve cumplidos sus deseos. El
justo aborrece la mentira; el malvado acarrea vergüenza y deshonra. La
justicia protege al que anda en integridad, pero la maldad arruina al
pecador. Hay quien pretende ser rico, y no tiene nada; hay quien parece
ser pobre, y todo lo tiene. Con su riqueza el rico pone a salvo su vida,
pero al pobre no hay ni quien lo amenace. La luz de los justos brilla
radiante, pero los malvados son como lámpara apagada. El orgullo sólo
genera contiendas, pero la sabiduría está con quienes oyen consejos. El
dinero mal habido pronto se acaba; quien ahorra, poco a poco se
enriquece. La esperanza frustrada aflige al corazón; el deseo cumplido
es un árbol de vida. Quien se burla de la instrucción tendrá su
merecido; quien respeta el mandamiento tendrá su recompensa. La
enseñanza de los sabios es fuente de vida, y libera de los lazos de la
muerte. El buen juicio redunda en aprecio, pero el camino del infiel no
cambia. El prudente actúa con cordura, pero el necio se jacta de su
necedad. El mensajero malvado se mete en problemas; el enviado confiable
aporta la solución. El que desprecia a la disciplina sufre pobreza y
deshonra; el que atiende a la corrección recibe grandes honores. El
deseo cumplido endulza el alma, pero el necio detesta alejarse del mal.
El que con sabios anda, sabio se vuelve; el que con necios se junta,
saldrá mal parado. Al pecador lo persigue el mal, y al justo lo
recompensa el bien. El hombre de bien deja herencia a sus nietos; las
riquezas del pecador se quedan para los justos. En el campo del pobre
hay abundante comida, pero ésta se pierde donde hay injusticia. No
corregir al hijo es no quererlo; amarlo es disciplinarlo. El justo come
hasta quedar saciado, pero el malvado se queda con hambre.
El Libro de II Corintios Capítulo 13 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:
II CORINTIOS
CAPÍTULO 13
(60 d.C.)
LA VISITA PROPUESTA
ESTA
tercera vez voy a vosotros (una visita propuesta). En la boca de dos o
de tres testigos será confirmado todo caso (Deut. 19:15).
2
He dicho antes, y ahora digo otra vez como presente (les he dicho estas
cosas en mi segunda visita a ustedes); y ahora ausente lo escribo a los
que antes pecaron (les dice que se arrepientan), y a todos los demás,
que si voy otra vez, no perdonaré (si hacen caso omiso de su consejo,
que en realidad es el Consejo de Dios, vendrá el Juicio):
3
Pues buscáis una prueba de que Cristo se sirve de mí para hablaros (su
Apostolado puesto en duda), el cual no es débil para con vosotros, antes
es poderoso en vosotros. (El Evangelio que predicó Pablo había cambiado
sus vidas. ¡Era prueba suficiente!)
4
Porque aunque Él fue crucificado por debilidad (Cristo deliberadamente
no usó Su Poder), empero vive por el Poder de Dios (fue Resucitado;
tenemos también este poder a nuestra disposición [Rom. 8:11]). Pues
también nosotros somos débiles con él (en cuanto a nuestra fuerza
personal y capacidad), mas viviremos con Él por el Poder de Dios para
con vosotros. (Se refiere a nuestra vida cotidiana y modo de vivir, lo
cual es por Fe constante en la Cruz. Le da libertad de acción al
Espíritu Santo para obrar poderosamente en nuestra vida.)
ADVERTENCIA DEL PECADO
5
Examinaos a vosotros mismos si estáis en Fe (las palabras, "la Fe," se
refieren "a Cristo y Él Crucificado," y la Cruz es siempre el Objeto de
nuestra Fe); probaos a vosotros mismos. (Asegúrense que su Fe está
realmente en la Cruz, y no en otras cosas.) ¿No os conocéis a vosotros
mismos, que Jesucristo está en vosotros? (lo que Él sólo puede ser por
nuestra Fe expresada en Su Sacrificio) si ya no sois reprobados.
(Rechazados.)
6
Mas espero que conozcáis que nosotros no somos reprobados. (Si él fuese
un réprobo, como lo afirmaron los escépticos, entonces ellos también lo
eran, lo que, por supuesto, es absurdo.)
7
Y oramos a Dios que ninguna cosa mala hagáis (Pablo habla expresamente
acerca de los Corintios que estaban a favor de los opositores quienes
afirmaron que él era un réprobo); no para que nosotros seamos hallados
aprobados (el Apóstol está diciendo que no está interesado si la gente
lo aprueba o no, lo que a él le importaba era que Cristo lo aprobara),
mas para que vosotros hagáis lo que es bueno (los Corintios deben seguir
la Doctrina correcta), aunque nosotros seamos como reprobados
(independientemente de lo que algunos puedan pensar de que somos
réprobos).
8
Porque nosotros no podemos hacer nada que vaya en contra de la Verdad
(no resguardará la Verdad de la Cruz para apaciguar a algunos), sino por
la Verdad. (Hay que mantenerse firme en la Verdad.)
9
Por lo cual nos gozamos que seamos nosotros débiles, y que vosotros
estéis fuertes (reconocía su debilidad, por lo tanto, dependía del
Señor, o sea que él tenía confianza en la Cruz y pudo impartir su
conocimiento de la Cruz a los Corintios, lo cual los fortaleció): y aun
deseamos vuestra perfección (madurez).
10
Por tanto os escribo esto ausente, por no mostrar cuando estoy presente
mi severidad (cuando él llegaba a Corinto, no quería ser severo,
creyendo que ellos podían solucionar los problemas), conforme al poder
que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción. (Si
ellos aceptaban lo que el Señor le dio a Pablo, eso les edificaría. De
lo contrario, resultaría en la destrucción.)
BENDICIÓN
11
Además, Hermanos, que tengáis gozo. Seáis perfectos (maduros), tengáis
consolación, sintáis una misma cosa, tengáis paz; y el Dios de Paz y de
Amor será con vosotros. (Todo esto puede lograrse por la Fe constante
evidenciada en la Cruz de Cristo.)
12 Saludaos los unos a los otros con ósculo santo (la costumbre de esa época).
13 Todos los Santos (probablemente aquellos en Filipos) os saludan (acogen).
14
La Gracia del Señor Jesucristo (hecho posible por la Cruz), y el Amor
de Dios (mostrado por el hecho de la Cruz), y la Participación del
Espíritu Santo (lo cual podemos tener constantemente cuando exhibimos
siempre Fe en la Cruz), sea con vosotros todos. Amén. (La Segunda
Epístola a los Corintios fue enviada de Filipos de Macedonia con Tito y
Lucas.)
1 Corintios 13:
Si
hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más
que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don
de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y
si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no
soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi
cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano
con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni
jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no
se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la
maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo
cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue,
mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y
el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de
manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto
desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño,
razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de
niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero
entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero
entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas
tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de
ellas es el amor.
Hebreos 10:35-12:4:
Así
que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada.
Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la
voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy
poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo
vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero
nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse,
sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la
garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a
ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo
fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino
de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más
aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo,
pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto,
habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar
la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser
llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe
es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios
tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por
la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor
reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó
al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por
la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde
recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la
fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas
de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa,
porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es
arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad
y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos,
porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este
solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las
estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar.
Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas
prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran
extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente
dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado
pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido
oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor,
es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser
llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había
recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo
único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se
establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene
poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado,
recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a
Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob,
cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José,
y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de
su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio
instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién
nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron
que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la
fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del
faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los
efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del
Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la
mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle
miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo
al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre,
para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel.
Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando
los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las
murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su
alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los
desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a
decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté,
David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos,
hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones,
apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada;
sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y
pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la
resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a
golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los
pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e
incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la
mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para
allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades,
afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin
rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos
obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio
el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a
la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por
tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande
de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del
pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que
tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y
perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó
la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está
sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel
que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para
que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran
contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su
sangre.
Romanos 8:
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