30 July 2017

El 31 de julio Lectura Bíblica Diaria

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Mensaje de la Cruz de Cristo Jesús-Capítulo-1

 
El 31 de julio Lectura Bíblica Diaria:

2 Reyes 9 a 11:


Un día, el profeta Eliseo llamó a un miembro de la comunidad de los profetas. "Arréglate la ropa para viajar le ordenó. Toma este frasco de aceite y ve a Ramot de Galaad. Cuando llegues, busca a Jehú, hijo de Josafat y nieto de Nimsi. Ve adonde esté, apártalo de sus compañeros y llévalo a un cuarto. Toma entonces el frasco, derrama el aceite sobre su cabeza y declárale: Así dice el Señor: ‘Ahora te unjo como rey de Israel. Luego abre la puerta y huye; ¡no te detengas!" Acto seguido, el joven profeta se fue a Ramot de Galaad. Cuando llegó, encontró reunidos a los capitanes del ejército y les dijo: Tengo un mensaje para el capitán. ¿Para cuál de todos nosotros? preguntó Jehú. Para usted, mi capitán respondió. Jehú se levantó y entró en la casa. Entonces el profeta lo ungió con el aceite y declaró: "Así dice el Señor, Dios de Israel: Ahora te unjo como rey sobre mi pueblo Israel. Destruirás a la familia de Acab, tu señor, y así me vengaré de la sangre de mis siervos los profetas; castigando a Jezabel, vengaré la sangre de todos mis siervos. Toda la familia de Acab perecerá, pues de sus descendientes en Israel exterminaré hasta el último varón, esclavo o libre. Haré con ellos lo mismo que hice con la familia de Jeroboán hijo de Nabat y con la familia de Basá hijo de Ahías. Y en cuanto a Jezabel, los perros se la comerán en el campo de Jezrel, y nadie le dará sepultura. " Acto seguido, el profeta abrió la puerta y huyó. Cuando Jehú salió para volver a reunirse con los capitanes, uno de ellos le preguntó: ¿Todo bien? ¿Qué quería ese loco? Ustedes ya lo conocen respondió, y saben cómo habla. ¡Pamplinas! replicaron. Dinos la verdad. Jehú admitió: Esto es lo que me declaró, palabra por palabra: Así dice el Señor: ‘Ahora te unjo como rey de Israel. Dicho esto, todos se apresuraron a tender sus mantos sobre los escalones, a los pies de Jehú. Luego tocaron la trompeta y gritaron: "¡Viva el rey Jehú!" Entonces Jehú, hijo de Josafat y nieto de Nimsi, conspiró contra Jorán. Sucedió que Jorán, con todo el ejército israelita, había estado defendiendo Ramot de Galaad contra Jazael, rey de Siria, pero tuvo que regresar a Jezrel para reponerse de las heridas que había recibido de los sirios en la batalla. Así que Jehú les dijo a sus partidarios: "Si ustedes quieren que yo sea rey, no dejen que nadie salga de la ciudad para ir a Jezrel con el informe." Luego se montó en su carro de combate y fue a Jezrel, pues allí se estaba recuperando Jorán, a quien también Ocozías, rey de Judá, había ido a visitar. Cuando el centinela que vigilaba desde la torre de Jezrel vio que las tropas de Jehú se acercaban, gritó: ¡Se acercan unas tropas! En seguida Jorán ordenó: Llama a un jinete y mándalo al encuentro de las tropas para preguntarles si vienen en son de paz. El jinete se fue al encuentro de Jehú y le dijo: El rey quiere saber si vienen en son de paz. ¿Y a ti qué te importa? replicó Jehú. Ponte allí atrás. Entonces el centinela anunció: El mensajero ya llegó hasta ellos, pero no lo veo regresar. Por tanto, el rey mandó a otro jinete, el cual fue a ellos y repitió: El rey quiere saber si vienen en son de paz. Eso a ti no te importa replicó Jehú. Ponte allí atrás. El centinela informó de nuevo: Ya llegó el mensajero hasta ellos, pero a él tampoco lo veo regresar. Además, el que conduce el carro ha de ser Jehú hijo de Nimsi, pues lo hace como un loco. ¡Enganchen el carro! exclamó Jorán. Así lo hicieron. Y en seguida Jorán, rey de Israel, y Ocozías, rey de Judá, cada uno en su carro, salieron y se encontraron con Jehú en la propiedad que había pertenecido a Nabot el jezrelita. Cuando Jorán vio a Jehú, le preguntó: Jehú, ¿vienes en son de paz? ¿Cómo puede haber paz mientras haya tantas idolatrías y hechicerías de tu madre Jezabel? replicó Jehú. Jorán se dio la vuelta para huir, mientras gritaba: ¡Traición, Ocozías! Pero Jehú, que ya había tensado su arco, le disparó a Jorán por la espalda, y la flecha le atravesó el corazón. Jorán se desplomó en el carro, y Jehú le ordenó a su ayudante Bidcar: Saca el cadáver y tíralo en el terreno que fue propiedad de Nabot el jezrelita. Recuerda el día en que tú y yo conducíamos juntos detrás de Acab, padre de Jorán, y el Señor pronunció contra él esta sentencia: Ayer vi aquí la sangre de Nabot y de sus hijos. Por lo tanto, juro que en este mismo terreno te haré pagar por ese crimen. Yo, el Señor, lo afirmo. Saca, pues, el cadáver y tíralo en el terreno, según la palabra que dio a conocer el Señor. Cuando Ocozías, rey de Judá, vio lo que pasaba, huyó en dirección a Bet Hagán. Pero Jehú lo persiguió, y ordenó: ¡Mátenlo a él también! Y lo hirieron en su carro cuando iba por la cuesta de Gur, cerca de Ibleam, pero logró escapar y llegar a Meguido. Allí murió. Luego sus siervos trasladaron el cuerpo a Jerusalén, la Ciudad de David, donde lo sepultaron en su tumba, junto a sus antepasados. Ocozías había ascendido al trono en el undécimo año del reinado de Jorán hijo de Acab. Cuando Jezabel se enteró de que Jehú estaba regresando a Jezrel, se sombreó los ojos, se arregló el cabello y se asomó a la ventana. Al entrar Jehú por la puerta de la ciudad, ella le preguntó: ¿Cómo estás, Zimri, asesino de tu señor? Levantando la vista hacia la ventana, Jehú gritó: ¿Quién está de mi parte? ¿Quién? Entonces se asomaron dos o tres oficiales, y Jehú les ordenó: ¡Arrójenla de allí! Así lo hicieron, y su sangre salpicó la pared y a los caballos que la pisotearon. Luego Jehú se sentó a comer y beber, y dio esta orden: Ocúpense de esa maldita mujer; denle sepultura, pues era hija de un rey. Pero cuando fueron a enterrarla, no encontraron más que el cráneo, los pies y las manos. Así que volvieron para informarle a Jehú, y éste comentó: Se ha cumplido la palabra que el Señor dio a conocer por medio de su siervo Elías el tisbita, que dijo: En el campo de Jezrel los perros se comerán a Jezabel. De hecho, el cadáver de Jezabel será como estiércol en el campo de Jezrel, y nadie podrá identificarla ni decir: Ésta era Jezabel. Acab tenía setenta hijos, los cuales vivían en Samaria. Por tanto, Jehú escribió cartas y las envió a Samaria, es decir, a las autoridades de la ciudad, a los ancianos y a los protectores de los hijos de Acab. En las cartas decía: "Ustedes cuentan con los hijos de Acab, y con los carros de combate y sus caballos, con una ciudad fortificada, y con un arsenal. Así que tan pronto como reciban esta carta, escojan al más capaz y más noble de los hijos de Acab, y pónganlo en el trono de su padre. Pero prepárense para luchar por la familia de su rey." Ellos se aterrorizaron y dijeron: "Si dos reyes no pudieron hacerle frente, ¿cómo podremos hacerlo nosotros?" Por lo tanto, el administrador del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los protectores le enviaron este mensaje a Jehú: "Nosotros somos sus servidores, y haremos lo que usted nos diga. No haremos rey a nadie. Haga usted lo que mejor le parezca." Entonces Jehú les escribió otra carta, en la que decía: "Si ustedes están de mi parte y de veras están dispuestos a obedecerme, vengan a Jezrel mañana a esta hora y tráiganme las cabezas de los hijos de Acab." Los setenta príncipes vivían con las familias más notables de la ciudad, pues éstas los criaban. Cuando llegó la carta, prendieron a todos los príncipes y los decapitaron. Luego echaron las cabezas en unos cestos y se las enviaron a Jehú, que estaba en Jezrel. Un mensajero llegó y le dijo a Jehú que habían traído las cabezas de los príncipes. Entonces Jehú ordenó que las pusieran en dos montones a la entrada de la ciudad, y que las dejaran allí hasta el día siguiente. Por la mañana, Jehú salió y, presentándose ante todo el pueblo, confesó: "¡Ustedes son inocentes! ¡Yo fui el que conspiró contra mi señor! ¡Yo lo maté! Pero ¿quién ha matado a todos éstos? Sepan, pues, que nada de lo que el Señor ha dicho contra la familia de Acab dejará de cumplirse. En efecto, el Señor ha hecho lo que había prometido por medio de su siervo Elías." Dicho esto, Jehú mató a todos los que quedaban de la familia de Acab en Jezrel, y a todos sus dignatarios, sus amigos íntimos y sus sacerdotes. No dejó a ninguno de ellos con vida. Después emprendió la marcha contra Samaria y, al llegar a Bet Équed de los Pastores, se encontró con unos parientes de Ocozías, rey de Judá. ¿Quiénes son ustedes? les preguntó. Somos parientes de Ocozías; hemos venido a visitar a la familia real. ¡Captúrenlos vivos! ordenó Jehú. Así lo hicieron, y después los degollaron junto al pozo de Bet Équed. Eran cuarenta y dos hombres; Jehú no dejó vivo a ninguno de ellos. Al dejar ese lugar, Jehú se encontró con Jonadab hijo de Recab, que había ido a verlo. Jehú lo saludó y le preguntó: ¿Me eres leal, como yo lo soy contigo? Lo soy respondió Jonadab. Jehú replicó: Si es así, dame la mano. Jonadab le dio la mano, y Jehú, haciéndolo subir con él a su carro, le dijo: Ven conmigo, para que veas el celo que tengo por el Señor. Y lo llevó en su carro. Tan pronto como Jehú llegó a Samaria, exterminó a la familia de Acab, matando a todos los que quedaban allí, según la palabra que el Señor le había dado a conocer a Elías. Entonces Jehú reunió a todo el pueblo y dijo: "Acab adoró a Baal con pocas ganas; Jehú lo hará con devoción. Llamen, pues, a todos los profetas de Baal, junto con todos sus ministros y sacerdotes. Que no falte ninguno de ellos, pues voy a ofrecerle a Baal un sacrificio grandioso. Todo el que falte, morirá." En realidad, Jehú no era sincero, pues tenía el propósito de eliminar a los adoradores de Baal. Luego dio esta orden: "Convoquen una asamblea en honor de Baal." Y así se hizo. Como Jehú envió mensajeros por todo Israel, vinieron todos los que servían a Baal, sin faltar ninguno. Eran tantos los que llegaron, que el templo de Baal se llenó de un extremo a otro. Jehú le ordenó al encargado del guardarropa que sacara las vestiduras para los adoradores de Baal, y así lo hizo. Cuando Jehú y Jonadab hijo de Recab entraron en el templo de Baal, Jehú les dijo a los congregados: "Asegúrense de que aquí entre ustedes no haya siervos del Señor, sino sólo de Baal." Entonces pasaron para ofrecer sacrificios y *holocaustos. Ahora bien, Jehú había apostado una guardia de ochenta soldados a la entrada, con esta advertencia: "Ustedes me responden por estos hombres. El que deje escapar a uno solo de ellos, lo pagará con su vida." Así que tan pronto como terminó de ofrecer el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales: "¡Entren y mátenlos! ¡Que no escape nadie!" Y los mataron a filo de espada y los echaron fuera. Luego los guardias y los oficiales entraron en el santuario del templo de Baal, sacaron la *piedra sagrada que estaba allí, y la quemaron. Además de tumbar la piedra sagrada, derribaron el templo de Baal y lo convirtieron en un muladar, y así ha quedado hasta el día de hoy. De este modo Jehú erradicó de Israel el culto a Baal. Sin embargo, no se apartó del pecado que Jeroboán hijo de Nabat hizo cometer a los israelitas, es decir, el de rendir culto a los becerros de oro en Betel y en Dan. El Señor le dijo a Jehú: "Has actuado bien. Has hecho lo que me agrada, pues has llevado a cabo lo que yo me había propuesto hacer con la familia de Acab. Por lo tanto, durante cuatro generaciones tus descendientes ocuparán el trono de Israel." Sin embargo, Jehú no cumplió con todo el corazón la ley del Señor, Dios de Israel, pues no se apartó de los pecados con que Jeroboán hizo pecar a los israelitas. Por aquel tiempo, el Señor comenzó a reducir el territorio israelita. Jazael atacó el país por todas las fronteras: desde el Jordán hacia el este, toda la región de Galaad, ocupada por las tribus de Gad, Rubén y Manasés; y desde la ciudad de Aroer, junto al arroyo Arnón, hasta las regiones de Galaad y Basán. Los demás acontecimientos del reinado de Jehú, y todo lo que hizo y todo su poderío, están escritos en el libro de las crónicas de los reyes de Israel. Jehú murió y fue sepultado en Samaria. Y su hijo Joacaz lo sucedió en el trono. Jehú reinó en Samaria sobre Israel durante veintiocho años. Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que su hijo había muerto, tomó medidas para eliminar a toda la familia real. Pero Josaba, que era hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, raptó a Joás hijo de Ocozías cuando los príncipes estaban a punto de ser asesinados. Metiéndolo en un dormitorio con su nodriza, logró esconderlo de Atalía, de modo que no lo mataron. Seis años estuvo Joás escondido con su nodriza en el templo del Señor, mientras Atalía reinaba en el país. En el séptimo año, el sacerdote Joyadá mandó llamar a los capitanes, a los quereteos y a los guardias, para que se presentaran ante él en el templo del Señor. Allí en el templo hizo un pacto con ellos y les tomó juramento. Luego les mostró al hijo del rey, y les dio estas órdenes: "Hagan lo siguiente: Una tercera parte de los que están de servicio el sábado vigilará el palacio real; otra tercera parte, la puerta de Sur; y la otra tercera parte, la puerta detrás del cuartel. Harán la guardia del templo por turnos. Los dos grupos que están libres el sábado protegerán al rey en el templo del Señor. Arma en mano, rodeen por completo al rey; y si alguien se atreve a penetrar las filas, mátenlo. ¡No dejen solo al rey, vaya donde vaya!" Los capitanes cumplieron con todo lo que el sacerdote Joyadá les había ordenado. Cada uno reunió a sus hombres, tanto a los que estaban de servicio el sábado como a los que estaban libres, y se presentaron ante Joyadá. Éste repartió entre los capitanes las lanzas y los escudos del rey David, que estaban guardados en el templo del Señor. Arma en mano, los guardias tomaron sus puestos alrededor del rey, cerca del altar, y desde el lado sur hasta el lado norte del templo. Entonces Joyadá sacó al hijo del rey, le puso la corona y le entregó una copia del pacto. Luego lo ungieron, y todos aplaudieron, gritando: "¡Viva el rey!" Cuando Atalía oyó la gritería de los guardias y de la tropa, fue al templo del Señor, donde estaba la gente. Al ver que el rey estaba de pie junto a la columna, como era la costumbre, y que los capitanes y músicos estaban a su lado, y que toda la gente tocaba alegre las trompetas, Atalía se rasgó las vestiduras y gritó: "¡Traición! ¡Traición!" Entonces el sacerdote Joyadá, como no quería que la mataran en el templo del Señor, ordenó a los capitanes que estaban al mando de las fuerzas: "Sáquenla de entre las filas; y si alguien se pone de su lado, ¡mátenlo a filo de espada!" Así que la apresaron y la llevaron al palacio por la puerta de la caballería, y allí la mataron. Luego Joyadá hizo un pacto entre el Señor, el rey y la gente para que fueran el pueblo del Señor; también hizo un pacto entre el rey y el pueblo. Entonces toda la gente fue al templo de Baal y lo derribó. Destruyeron los altares y los ídolos, y enfrente de los altares degollaron a Matán, sacerdote de Baal. El sacerdote Joyadá apostó guardias en el templo del Señor y, acompañado de los capitanes y de los quereteos, los guardias y todo el pueblo, llevó al rey desde el templo del Señor hasta el palacio real. Entraron juntos por la puerta del cuartel, y Joás se sentó en el trono real. Todo el pueblo estaba alegre, y tranquila la ciudad, pues habían matado a Atalía a filo de espada en el palacio. Joás tenía siete años cuando ascendió al trono.





Salmo 79:
Oh Dios, los pueblos paganos han invadido tu herencia; han profanado tu santo templo, han dejado en ruinas a Jerusalén. Han entregado los cadáveres de tus siervos como alimento de las aves del cielo; han destinado los cuerpos de tus fieles para comida de los animales salvajes. Por toda Jerusalén han derramado su sangre, como si derramaran agua, y no hay quien entierre a los muertos. Nuestros vecinos hacen mofa de nosotros; somos blanco de las burlas de quienes nos rodean. ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar enojado para siempre? ¿Arderá tu celo como el fuego? ¡Enójate con las naciones que no te reconocen, con los reinos que no invocan tu nombre! Porque a Jacob se lo han devorado, y al país lo han dejado en ruinas. No nos tomes en cuenta los pecados de ayer; ¡venga pronto tu misericordia a nuestro encuentro, porque estamos totalmente abatidos! Oh Dios y salvador nuestro, por la gloria de tu nombre, ayúdanos; por tu nombre, líbranos y perdona nuestros pecados. ¿Por qué van a decir las naciones: "¿Dónde está su Dios?" Permítenos ver, y muéstrales a los pueblos paganos cómo tomas venganza de la sangre de tus siervos. Que lleguen a tu presencia los gemidos de los cautivos, y por la fuerza de tu brazo salva a los condenados a muerte. Señor, haz que sientan nuestros vecinos, siete veces y en carne propia, el oprobio que han lanzado contra ti. Y nosotros, tu pueblo y ovejas de tu prado, te alabaremos por siempre; de generación en generación cantaremos tus alabanzas.





Proverbios 11:
El Señor aborrece las balanzas adulteradas, pero aprueba las pesas exactas. Con el orgullo viene el oprobio; con la humildad, la sabiduría. A los justos los guía su integridad; a los falsos los destruye su hipocresía. En el día de la ira de nada sirve ser rico, pero la justicia libra de la muerte. La justicia endereza el camino de los íntegros, pero la maldad hace caer a los impíos. La justicia libra a los justos, pero la codicia atrapa a los falsos. Muere el malvado, y con él su esperanza; muere también su ilusión de poder. El justo se salva de la calamidad, pero la desgracia le sobreviene al malvado. Con la boca el impío destruye a su prójimo, pero los justos se libran por el conocimiento. Cuando el justo prospera, la ciudad se alegra; cuando el malvado perece, hay gran regocijo. La bendición de los justos enaltece a la ciudad, pero la boca de los malvados la destruye. El falto de juicio desprecia a su prójimo, pero el entendido refrena su lengua. La gente chismosa revela los secretos; la gente confiable es discreta. Sin dirección, la nación fracasa; el éxito depende de los muchos consejeros. El fiador de un extraño saldrá perjudicado; negarse a dar fianza es vivir en paz. La mujer bondadosa se gana el respeto; los hombres violentos sólo ganan riquezas. El que es bondadoso se beneficia a sí mismo; el que es cruel, a sí mismo se perjudica. El malvado obtiene ganancias ilusorias; el que siembra justicia asegura su ganancia. El que es justo obtiene la vida; el que persigue el mal se encamina a la muerte. El Señor aborrece a los de corazón perverso, pero se complace en los que viven con rectitud. Una cosa es segura: Los malvados no quedarán impunes, pero los justos saldrán bien librados. Como argolla de oro en hocico de cerdo es la mujer bella pero indiscreta. Los deseos de los justos terminan bien; la esperanza de los malvados termina mal. Unos dan a manos llenas, y reciben más de lo que dan; otros ni sus deudas pagan, y acaban en la miseria. El que es generoso prospera; el que reanima será reanimado. La gente maldice al que acapara el trigo, pero colma de bendiciones al que gustoso lo vende. El que madruga para el bien, halla buena voluntad; el que anda tras el mal, por el mal será alcanzado. El que confía en sus riquezas se marchita, pero el justo se renueva como el follaje. El que perturba su casa no hereda más que el viento, y el necio termina sirviendo al sabio. El fruto de la justicia es árbol de vida, pero el que arrebata vidas es violento. Si los justos reciben su pago aquí en la tierra, ¡cuánto más los impíos y los pecadores!






El Libro de Apocalipsis Capítulo 15 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:
EL APOCALIPSISDE SAN JUAN




CAPÍTULO 15
(96 d.C.)
LAS SIETE COPAS




Y VI otra señal en el Cielo, grande y admirable, que era siete Ángeles que tenían las siete plagas postreras (los Juicios estarán concluyendo en el territorio del Anticristo, que serán de los peores); porque en ellas es consumada la Ira de Dios (debiera traducirse, "la cólera de Dios").
2 Y vi así como un mar de vidrio mezclado con fuego (está directamente delante del Trono de Dios y mencionado en Apoc. 4:6): y los que habían alcanzado la victoria de la bestia, y de su imagen, y de su señal, y del número de su nombre (este grupo fue asesinado por el Anticristo), estar sobre el mar de vidrio, teniendo las arpas de Dios (un cuadro de paz y tranquilidad).
3 Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios (es el cántico que nos lo da en Deut. 32:1-43; se hace mención de que Moisés escribió este cántico y se lo enseñó a la gente [Deut. 31:22]), y el cántico del Cordero (es el segundo cántico y empieza por la Crucifixión, la cual era necesaria en absoluto si el hombre debiera ser redimido, y termina con Jesucristo como "el Rey de reyes, el Señor de señores"), diciendo, Grandes y maravillosas son Tus Obras, Señor Dios Todopoderoso (se refiere a Cristo; aunque todas Sus Obras son "grandes y maravillosas," lo que Él hizo en la Cruz es la mayor obra de todas); justos y verdaderos son Tus caminos, Rey de los Santos. (Cristo es nuestro Rey en virtud de lo que Él hizo en la Cruz y nuestra Fe en aquella Obra Terminada.)
4 ¿Quién no te temerá, Oh Señor, y engrandecerá Tu Nombre? (Se adelanta al Reino Milenario. En ese entonces, todo ser humano en la faz de la Tierra temerá al Señor y además Glorificará Su Nombre.) porque Tú sólo eres Santo (el origen de la Santidad y se puede dar esta Santidad a los Creyentes en virtud de lo que Cristo hizo en la Cruz): por lo cual todas las naciones vendrán, y adorarán delante de Ti (se refiere al Reino Milenario); porque Tus Juicios son manifestados (se refiere al hecho de que el Juicio de Dios se desatará sobre el Anticristo durante la Batalla de Armagedón, donde será derrotado junto con la totalidad de su Ejército).
EL TEMPLO
5 Y después de estas cosas miré (se refiere a las Copas que están por derramarse), y he aquí, el Templo del Tabernáculo del Testimonio fue abierto en el Cielo (tiene referencia al Lugar Santísimo, donde el Arca del Pacto fue guardado; es un testimonio a la Santidad del Carácter de Dios y a la Justicia de Su Gobierno):
6 Y salieron del Templo siete Ángeles, que tenían siete plagas (constituye los Juicios de las Copas), vestidos de un lino limpio y blanco (la Justicia perfecta de los actos que deben ser realizados en la Tierra), y ceñidos alrededor de los pechos con bandas de oro (el mismo vestido que el de nuestro Señor [Apoc. 1:13], indica lo que ellos están a punto de hacer corresponde únicamente a la Obra de Cristo; en otras palabras, Cristo es responsable de todos los Juicios).
7 Y uno de las cuatro Criaturas (los "Seres Vivientes" descritos en 4:7-8) dio a los siete Ángeles siete Copas de oro, llenas de la ira de Dios (declara el hecho, como se expresó, de que estos Juicios en la Tierra serán los peores), que vive para siempre jamás (indica el hecho de que Dios es Eterno).
8 Y fue el Templo lleno de humo por la Majestad de Dios, y por Su poder (muy similar a la dedicación del Templo de Salomón, en el cual el último Templo era una réplica del que está en el Cielo); y ninguno podía entrar en el Templo, hasta que fuesen consumadas las siete plagas de los siete Ángeles. (Constituye los últimos pocos meses de la Gran Tribulación. La idea de que nadie podía entrar en el Templo durante este período de tiempo lo hace parecer que a nadie le permitirían entrar para hacer intercesión, para desviar la ira de Dios, para distraerlo de Su Propósito.)



Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.

Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.

Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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