01 January 2011

El 1 de Enero Lectura Bíblica Diaria


El 1 de Enero Lectura Bíblica Diaria:


Génesis 36 a 38:

Éstos son los descendientes de Esaú, o sea Edom. Esaú se casó con mujeres cananeas: con Ada, hija de Elón el hitita; con Aholibama, hija de Aná y nieta de Zibeón el heveo; y con Basemat, hija de Ismael y hermana de Nebayot. Esaú tuvo estos hijos: con Ada tuvo a Elifaz; con Basemat, a Reuel; con Aholibama, a Jeús, Jalán y Coré. Éstos fueron los hijos que tuvo Esaú mientras vivía en la tierra de Canaán. Después Esaú tomó a sus esposas, hijos e hijas, y a todas las personas que lo acompañaban, junto con su ganado y todos sus animales, y todos los bienes que había adquirido en la tierra de Canaán, y se trasladó a otra región para alejarse de su hermano Jacob. Los dos habían acumulado tantos bienes que no podían estar juntos; la tierra donde vivían no bastaba para alimentar al ganado de ambos. Fue así como Esaú, o sea Edom, se asentó en la región montañosa de Seír. Éstos son los descendientes de Esaú, padre de los edomitas, que habitaron en la región montañosa de Seír. Los nombres de sus hijos son éstos: Elifaz hijo de Ada, esposa de Esaú; y Reuel hijo de Basemat, esposa de Esaú. Los hijos de Elifaz fueron Temán, Omar, Zefo, Gatán y Quenaz. Elifaz tuvo un hijo con una concubina suya, llamada Timná, al que llamó Amalec. Todos éstos fueron nietos de Ada, esposa de Esaú. Los hijos de Reuel fueron Najat, Zera, Sama y Mizá. Éstos fueron los nietos de Basemat, esposa de Esaú. Los hijos de la otra esposa de Esaú, Aholibama, que era hija de Aná y nieta de Zibeón fueron Jeús, Jalán y Coré. Éstos fueron los jefes de los descendientes de Esaú: De los hijos de Elifaz, primogénito de Esaú, los jefes fueron Temán, Omar, Zefo, Quenaz, Coré, Gatán y Amalec. Éstos fueron los jefes de los descendientes de Elifaz en la tierra de Edom, y todos ellos fueron nietos de Ada. De los hijos de Reuel hijo de Esaú, los jefes fueron Najat, Zera, Sama y Mizá. Éstos fueron los jefes de los descendientes de Reuel en la tierra de Edom, y todos ellos fueron nietos de Basemat, esposa de Esaú. De los hijos de Aholibama, hija de Aná y esposa de Esaú, los jefes fueron Jeús, Jalán y Coré. Éstos fueron descendientes de Esaú, también llamado Edom, y a su vez jefes de sus respectivas tribus. Éstos fueron los descendientes de Seír el horeo, que habitaban en aquella región: Lotán, Sobal, Zibeón, Aná, Disón, Ezer y Disán. Estos descendientes de Seír fueron los jefes de los horeos en la tierra de Edom. Los hijos de Lotán fueron Horí y Homán. Lotán tenía una hermana llamada Timná. Los hijos de Sobal fueron: Alván, Manajat, Ebal, Sefó y Onam. Los hijos de Zibeón fueron Ayá y Aná. Este último es el mismo que encontró las aguas termales en el desierto mientras cuidaba los asnos de su padre Zibeón. Los hijos de Aná fueron: Disón y Aholibama, hija de Aná. Los hijos de Disón fueron Hemdán, Esbán, Itrán y Querán. Los hijos de Ezer fueron Bilán, Zaván y Acán. Los hijos de Disán fueron Uz y Arán. Los jefes de los horeos fueron Lotán, Sobal, Zibeón, Aná, Disón, Ezer y Disán. Cada uno de ellos fue jefe de su tribu en la región de Seír. Antes de que los israelitas tuvieran rey, éstos fueron los reyes que reinaron en el país de Edom: Bela hijo de Beor, que reinó en Edom. El nombre de su ciudad era Dinaba. Cuando murió Bela, reinó en su lugar Jobab hijo de Zera, que provenía de Bosra. Cuando murió Jobab, reinó en su lugar Jusán, que venía de la región de Temán. Cuando murió Jusán, reinó en su lugar Hadad hijo de Bedad. Éste derrotó a Madián en el campo de Moab. El nombre de su ciudad era Avit. Cuando murió Hadad, reinó en su lugar Samla, que era del pueblo de Masreca. Cuando murió Samla, reinó en su lugar Saúl de Rejobot del Río. Cuando murió Saúl, reinó en su lugar Baal Janán hijo de Acbor. Cuando murió Baal Janán hijo de Acbor, reinó en su lugar Hadad. El nombre de su ciudad era Pau. Su esposa se llamaba Mehitabel, y era hija de Matred y nieta de Mezab. Éstos son los nombres de los jefes que descendieron de Esaú, cada uno según su clan y región: Timná, Alvá, Jetet, Aholibama, Elá, Pinón, Quenaz, Temán, Mibzar, Magdiel e Iram. Éstos fueron los jefes de Edom, según los lugares que habitaron. Éste fue Esaú, padre de los edomitas. Jacob se estableció en la tierra de Canaán, donde su padre había residido como extranjero. Ésta es la historia de Jacob y su familia. Cuando José tenía diecisiete años, apacentaba el rebaño junto a sus hermanos, los hijos de Bilhá y de Zilpá, que eran concubinas de su padre. El joven José solía informar a su padre de la mala fama que tenían estos hermanos suyos. Israel amaba a José más que a sus otros hijos, porque lo había tenido en su vejez. Por eso mandó que le confeccionaran una túnica especial de mangas largas. Viendo sus hermanos que su padre amaba más a José que a ellos, comenzaron a odiarlo y ni siquiera lo saludaban. Cierto día José tuvo un sueño y, cuando se lo contó a sus hermanos, éstos le tuvieron más odio todavía, pues les dijo: Préstenme atención, que les voy a contar lo que he soñado. Resulta que estábamos todos nosotros en el campo atando gavillas. De pronto, mi gavilla se levantó y quedó erguida, mientras que las de ustedes se juntaron alrededor de la mía y le hicieron reverencias. Sus hermanos replicaron: ¿De veras crees que vas a reinar sobre nosotros, y que nos vas a someter? Y lo odiaron aún más por los sueños que él les contaba. Después José tuvo otro sueño, y se lo contó a sus hermanos. Les dijo: Tuve otro sueño, en el que veía que el sol, la luna y once estrellas me hacían reverencias. Cuando se lo contó a su padre y a sus hermanos, su padre lo reprendió: ¿Qué quieres decirnos con este sueño que has tenido? le preguntó. ¿Acaso tu madre, tus hermanos y yo vendremos a hacerte reverencias? Sus hermanos le tenían envidia, pero su padre meditaba en todo esto. En cierta ocasión, los hermanos de José se fueron a Siquén para apacentar las ovejas de su padre. Israel le dijo a José: Tus hermanos están en Siquén apacentando las ovejas. Quiero que vayas a verlos. Está bien contestó José. Israel continuó: Vete a ver cómo están tus hermanos y el rebaño, y tráeme noticias frescas. Y lo envió desde el valle de Hebrón. Cuando José llegó a Siquén, un hombre lo encontró perdido en el campo y le preguntó: ¿Qué andas buscando? Ando buscando a mis hermanos contestó José. ¿Podría usted indicarme dónde están apacentando el rebaño? Ya se han marchado de aquí le informó el hombre. Les oí decir que se dirigían a Dotán. José siguió buscando a sus hermanos, y los encontró cerca de Dotán. Como ellos alcanzaron a verlo desde lejos, antes de que se acercara tramaron un plan para matarlo. Se dijeron unos a otros: Ahí viene ese soñador. Ahora sí que le llegó la hora. Vamos a matarlo y echarlo en una de estas cisternas, y diremos que lo devoró un animal salvaje. ¡Y a ver en qué terminan sus sueños! Cuando Rubén escuchó esto, intentó librarlo de las garras de sus hermanos, así que les propuso: No lo matemos. No derramen sangre. Arrójenlo en esta cisterna en el desierto, pero no le pongan la mano encima. Rubén dijo esto porque su intención era rescatar a José y devolverlo a su padre. Cuando José llegó adonde estaban sus hermanos, le arrancaron la túnica especial de mangas largas, lo agarraron y lo echaron en una cisterna que estaba vacía y seca. Luego se sentaron a comer. En eso, al levantar la vista, divisaron una caravana de ismaelitas que venía de Galaad. Sus camellos estaban cargados de perfumes, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto. Entonces Judá les propuso a sus hermanos: ¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte? En vez de eliminarlo, vendámoslo a los ismaelitas; al fin de cuentas, es nuestro propio hermano. Sus hermanos estuvieron de acuerdo con él, así que cuando los mercaderes madianitas se acercaron, sacaron a José de la cisterna y se lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de plata. Fue así como se llevaron a José a Egipto. Cuando Rubén volvió a la cisterna y José ya no estaba allí, se rasgó las vestiduras en señal de duelo. Regresó entonces adonde estaban sus hermanos, y les reclamó: ¡Ya no está ese mocoso! Y ahora, ¿qué hago? En seguida los hermanos tomaron la túnica especial de José, degollaron un cabrito, y con la sangre empaparon la túnica. Luego la mandaron a su padre con el siguiente mensaje: "Encontramos esto. Fíjate bien si es o no la túnica de tu hijo." En cuanto Jacob la reconoció, exclamó: "¡Sí, es la túnica de mi hijo! ¡Seguro que un animal salvaje se lo devoró y lo hizo pedazos!" Y Jacob se rasgó las vestiduras y se vistió de luto, y por mucho tiempo hizo duelo por su hijo. Todos sus hijos y sus hijas intentaban calmarlo, pero él no se dejaba consolar, sino que decía: "No. Guardaré luto hasta que descienda al sepulcro para reunirme con mi hijo." Así Jacob siguió llorando la muerte de José. En Egipto, los madianitas lo vendieron a un tal Potifar, funcionario del faraón y capitán de la guardia. Por esos días, Judá se apartó de sus hermanos y se fue a vivir a la casa de un hombre llamado Hirá, residente del pueblo de Adulán. Allí Judá conoció a una mujer, hija de un cananeo llamado Súa, y se casó con ella. Luego de tener relaciones con él, ella concibió y dio a luz un hijo, al que llamó Er. Tiempo después volvió a concebir, y dio a luz otro hijo, al que llamó Onán. Pasado el tiempo tuvo otro hijo, al que llamó Selá, el cual nació en Quezib. Judá consiguió para Er, su hijo mayor, una esposa que se llamaba Tamar. Pero al Señor no le agradó la conducta del primogénito de Judá, y le quitó la vida. Entonces Judá le dijo a Onán: "Cásate con la viuda de tu hermano y cumple con tu deber de cuñado; así le darás descendencia a tu hermano." Pero Onán sabía que los hijos que nacieran no serían reconocidos como suyos. Por eso, cada vez que tenía relaciones con ella, derramaba el semen en el suelo, y así evitaba que su hermano tuviera descendencia. Esta conducta ofendió mucho al Señor, así que también a él le quitó la vida. Entonces Judá le dijo a su nuera Tamar: "Quédate como viuda en la casa de tu padre, hasta que mi hijo Selá tenga edad de casarse." Pero en realidad Judá pensaba que Selá podría morirse, lo mismo que sus hermanos. Así que Tamar se fue a vivir a la casa de su padre. Después de mucho tiempo, murió la esposa de Judá, la hija de Súa. Al concluir el tiempo de duelo, Judá fue al pueblo de Timnat para esquilar sus ovejas. Lo acompañó su amigo Hirá, el adulanita. Cuando Tamar se enteró de que su suegro se dirigía hacia Timnat para esquilar sus ovejas, se quitó el vestido de viuda, se cubrió con un velo para que nadie la reconociera, y se sentó a la entrada del pueblo de Enayin, que está en el camino a Timnat. Esto lo hizo porque se dio cuenta de que Selá ya tenía edad de casarse y aún no se lo daban a ella por esposo. Cuando Judá la vio con el rostro cubierto, la tomó por una prostituta. No sabiendo que era su nuera, se acercó a la orilla del camino y le dijo: Deja que me acueste contigo. ¿Qué me das si te digo que sí? le preguntó ella. Te mandaré uno de los cabritos de mi rebaño respondió Judá. Está bien respondió ella, pero déjame algo en garantía hasta que me lo mandes. ¿Qué prenda quieres que te deje? preguntó Judá. Dame tu sello y su cordón, y el bastón que llevas en la mano respondió Tamar. Judá se los entregó, se acostó con ella y la dejó embarazada. Cuando ella se levantó, se fue inmediatamente de allí, se quitó el velo y volvió a ponerse la ropa de viuda. Más tarde, Judá envió el cabrito por medio de su amigo adulanita, para recuperar las prendas que había dejado con la mujer; pero su amigo no dio con ella. Entonces le preguntó a la gente del lugar: ¿Dónde está la prostituta de Enayin, la que se sentaba junto al camino? Aquí nunca ha habido una prostituta así le contestaron. El amigo regresó adonde estaba Judá y le dijo: No la pude encontrar. Además, la gente del lugar me informó que allí nunca había estado una prostituta como ésa. Que se quede con las prendas replicó Judá; no es cuestión de que hagamos el ridículo. Pero que quede claro: yo le envié el cabrito, y tú no la encontraste. Como tres meses después, le informaron a Judá lo siguiente: Tu nuera Tamar se ha prostituido, y como resultado de sus andanzas ha quedado embarazada. ¡Sáquenla y quémenla! exclamó Judá. Pero cuando la estaban sacando, ella mandó este mensaje a su suegro: "El dueño de estas prendas fue quien me embarazó. A ver si reconoce usted de quién son este sello, el cordón del sello, y este bastón." Judá los reconoció y declaró: "Su conducta es más justa que la mía, pues yo no la di por esposa a mi hijo Selá." Y no volvió a acostarse con ella. Cuando llegó el tiempo de que Tamar diera a luz, resultó que tenía mellizos en su seno. En el momento de nacer, uno de los mellizos sacó la mano; la partera le ató un hilo rojo en la mano, y dijo: "Éste salió primero." Pero en ese momento el niño metió la mano, y salió primero el otro. Entonces la partera dijo: "¡Cómo te abriste paso!" Por eso al niño lo llamaron Fares. Luego salió su hermano, con el hilo rojo atado en la mano, y lo llamaron Zera.



Salmo 83:
Oh Dios, no guardes silencio; no te quedes, oh Dios, callado e impasible. Mira cómo se alborotan tus enemigos, cómo te desafían los que te odian. Con astucia conspiran contra tu pueblo; conspiran contra aquellos a quienes tú estimas. Y dicen: "¡Vengan, destruyamos su nación! ¡Que el nombre de Israel no vuelva a recordarse!" Como un solo hombre se confabulan; han hecho un pacto contra ti: los campamentos de Edom y de Ismael, los de Moab y de Agar, Guebal, Amón y Amalec, los de Filistea y los habitantes de Tiro. ¡Hasta Asiria se les ha unido; ha apoyado a los descendientes de Lot! Selah. Haz con ellos como hiciste con Madián, como hiciste con Sísara y Jabín en el río Quisón, los cuales perecieron en Endor y quedaron en la tierra, como estiércol. Haz con sus nobles como hiciste con Oreb y con Zeb; haz con todos sus príncipes como hiciste con Zeba y con Zalmuna, que decían: "Vamos a adueñarnos de los pastizales de Dios." Hazlos rodar como zarzas, Dios mío; ¡como paja que se lleva el viento! Y así como el fuego consume los bosques y las llamas incendian las montañas, así persíguelos con tus tormentas y aterrorízalos con tus tempestades. Señor, cúbreles el rostro de ignominia, para que busquen tu nombre. Que sean siempre puestos en vergüenza; que perezcan humillados. Que sepan que tú eres el Señor, que ése es tu nombre; que sepan que sólo tú eres el Altísimo sobre toda la tierra.



Proverbios 9:
La sabiduría construyó su casa y labró sus siete pilares. Preparó un banquete, mezcló su vino y tendió la mesa. Envió a sus doncellas, y ahora clama desde lo más alto de la ciudad. "¡Vengan conmigo los inexpertos! dice a los faltos de juicio. Vengan, disfruten de mi pan y beban del vino que he mezclado. Dejen su insensatez, y vivirán; andarán por el camino del discernimiento. "El que corrige al burlón se gana que lo insulten; el que reprende al malvado se gana su desprecio. No reprendas al insolente, no sea que acabe por odiarte; reprende al sabio, y te amará. Instruye al sabio, y se hará más sabio; enseña al justo, y aumentará su saber. "El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; conocer al Santo es tener discernimiento. Por mí aumentarán tus días; muchos años de vida te serán añadidos. Si eres sabio, tu premio será tu sabiduría; si eres insolente, sólo tú lo sufrirás." La mujer necia es escandalosa, frívola y desvergonzada. Se sienta a las puertas de su casa, sienta sus reales en lo más alto de la ciudad, y llama a los que van por el camino, a los que no se apartan de su senda. "¡Vengan conmigo, inexpertos! dice a los faltos de juicio. ¡Las aguas robadas saben a gloria! ¡El pan sabe a miel si se come a escondidas!" Pero éstos ignoran que allí está la muerte, que sus invitados caen al fondo de la *fosa.





El Libro de Primera Corintios Capítulo 13 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:

LA PRIMERA EPÍSTOLA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS

CAPÍTULO 13
(59 d.C.)
EL AMOR

SI yo hablase lenguas humanas y Angélicas (en realidad dice en el Griego, “Si fuera posible hablar en lenguas de los hombres y de los Ángeles”; además, Pablo no está denigrando el hablar en Lenguas, como algunos lo han afirmado [I Cor. 14:18]), y no tengo caridad (amor), vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe (no se refiere a nuestro instrumento musical moderno al cual llamamos por ese nombre, sino aquel que todo lo que hacía era nada más que un ruido estrepitoso).
2 Y si tuviese Profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia; y si tuviese toda la Fe, de tal manera que traspasase los montes (nos dice que las personas menos que perfecta pueden tener los Dones del Espíritu, como debería ser evidente), y no tengo caridad (amor), nada soy. (Ya vemos que la base en la cual todo debe ser edificado ― es el amor. ¡Si no, no somos nada!)
3 Y si repartiese toda mi hacienda para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado (cambia de Dones a “Obras”), y no tengo caridad (amor), de nada me sirve. (Tan recomendable como pueden ser las acciones, éstas llegan al nivel cero, a menos que el Amor de Dios las motive.)

CARACTERÍSTICAS

4 La caridad (amor) es sufrida (se refiere a la paciencia), es benigna (representa el segundo lado de la actitud Divina hacia al género humano); la caridad (el género del Amor de Dios) no tiene envidia (no quiere lo que le pertenece a los demás); la caridad no es vanagloriosa (nunca es presumida), no se ensancha (no es orgullosa),
5 No es injuriosa (es olvidadiza de sí mismo y considerada de los demás), no busca lo suyo (es desinteresada), no se irrita (no se amarga por el abuso, el insulto o la herida), no piensa el mal (no toma en cuenta la maldad);
6 No se regocija de la injusticia (nunca chismorrea de las fechorías de los demás), mas se regocija de la Verdad (proclama lo que la Palabra de Dios identifica como la Verdad);
7 Todo lo sufre (nunca se queja), todo lo cree (tiene el concepto más amable de todos los hombres), todo lo espera (sigue creyendo por lo mejor), todo lo soporta (aguanta todo).

ETERNO

8 La caridad nunca deja de ser (porque el amor no puede fallar): mas las Profecías se han de acabar; y cesarán las Lenguas; y la Ciencia ha de ser quitada. (Se refiere al hecho de que los Dones del Espíritu no va a hacer falta en la Resurrección venidero, así como muchas otras cosas que se podría nombrar.)
9 Porque en parte conocemos (se refiere a la “Palabra de Ciencia,” que solamente es en parte Ciencia), y en parte Profetizamos (pertenece en la misma categoría).
10 Mas cuando venga lo que es perfecto (el Arrebatamiento de la Iglesia, es decir, la Resurrección), entonces lo que es en parte será quitado (como debe ser evidente).
11 Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño: mas cuando ya fui hombre hecho, dejé lo que era de niño. (El Apóstol compara nuestro estado presente, “como un niño,” a aquello que está por venir, simbolizado por un adulto maduro. Es la diferencia entre el estado presente y la Resurrección venidera.)
12 Ahora (antes de la Resurrección) vemos por espejo, en oscuridad (sólo un vistazo sombrío); mas entonces (después de la Resurrección) veremos cara a cara (mirar abierta y claramente); ahora conozco en parte; (tener un poco de conocimiento) mas entonces conoceré como soy conocido (entonces todo será perfecto y completo).
13 Y ahora (antes de la Resurrección) permanecen la Fe, la Esperanza y la Caridad, estas tres (las tres permanecerán para siempre); empero la mayor de ellas es la Caridad (es la mayor porque únicamente el Amor nos hace conforme a Dios [I Jn. 4:7]).



Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.


Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.


Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, los que no vivan según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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