El 6 de Agosto Lectura Bíblica Diaria
1Crónicas 2 a 4:
Los hijos de Israel fueron Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Dan, José, Benjamín, Neftalí, Gad y Aser. Hijos de Judá: Er, Onán y Selá. Estos tres le nacieron de una cananea que era hija de Súaj. Er, primogénito de Judá, hizo lo que ofende al Señor, y el Señor le quitó la vida. Y Tamar, nuera de Judá, le dio a éste dos hijos: Fares y Zera. En total, Judá tuvo cinco hijos. Hijos de Fares: Jezrón y Jamul. Los hijos de Zera fueron cinco en total: Zimri, Etán, Hemán, Calcol y Dardá. El hijo de Carmí fue Acar, quien provocó la desgracia sobre Israel por haber violado el mandato de Dios de destruirlo todo. El hijo de Etán fue Azarías. Hijos de Jezrón: Jeramel, Ram y Quelubay. Ram fue el padre de Aminadab, y éste lo fue de Naasón, príncipe de los judíos. Naasón fue el padre de Salmón, y éste lo fue de Booz. Booz fue el padre de Obed, y éste lo fue de Isaí. El primer hijo de Isaí fue Eliab; el segundo, Abinadab; el tercero, Simá; el cuarto, Natanael; el quinto, Raday; el sexto, Ozén; y el séptimo, David. Las hermanas de ellos fueron Sarvia y Abigaíl. Los hijos de Sarvia fueron tres: Abisay, Joab y Asael. Abigaíl fue la madre de Amasá hijo de Jéter, el ismaelita. Caleb hijo de Jezrón tuvo hijos con su esposa Azuba y con Jeriot. Éstos fueron sus hijos: Jéser, Sobab y Ardón. Cuando Azuba murió, Caleb tomó por esposa a Efrata, con la que tuvo a su hijo Jur. Jur fue el padre de Uri, y éste lo fue de Bezalel. Cuando Jezrón tenía sesenta años, tomó por esposa a una hija de Maquir, padre de Galaad, y tuvo con ella a su hijo Segub. Segub fue el padre de Yaír, y fue dueño de veintitrés ciudades en la tierra de Galaad. Pero Guesur y Aram le quitaron los campamentos de Yaír y Quenat, y sus aldeas. En total, le quitaron sesenta pueblos. Todos éstos fueron los descendientes de Maquir, padre de Galaad. Después de que Jezrón murió en Caleb Efrata, Abías, la esposa de Jezrón, dio a luz a Asur, padre de Tecoa. Los hijos de Jeramel, primogénito de Jezrón, fueron Ram, el mayor, Buná, Orén, Ozén y Ahías. Jeramel tuvo otra esposa, la cual se llamaba Atará. Ésta fue la madre de Onam. Los hijos de Ram, primogénito de Jeramel, fueron Maaz, Jamín y Équer. Hijos de Onam: Samay y Yada. Hijos de Samay: Nadab y Abisur. La esposa de Abisur se llamaba Abijaíl, con la que tuvo a Ajbán y Molid. Hijos de Nadab: Séled y Apayin. Séled murió sin tener hijos. El hijo de Apayin fue Isí, el hijo de Isí fue Sesán y el hijo de Sesán fue Ajlay. Los hijos de Yada, hermano de Samay, fueron Jéter y Jonatán. Jéter murió sin tener hijos. Hijos de Jonatán: Pélet y Zazá. Éstos fueron los descendientes de Jeramel. Sesán no tuvo hijos sino hijas, y tenía un esclavo egipcio llamado Yarjá. A éste le dio por esposa una de sus hijas, la cual fue la madre de Atay. Atay fue el padre de Natán, Natán fue el padre de Zabad, Zabad fue el padre de Eflal, Eflal fue el padre de Obed, Obed fue el padre de Jehú, Jehú fue el padre de Azarías, Azarías fue el padre de Heles, Heles fue el padre de Elasá, Elasá fue el padre de Sismay, Sismay fue el padre de Salún, Salún fue el padre de Jecamías, y Jecamías fue el padre de Elisama. Los hijos de Caleb, hermano de Jeramel, fueron: Mesá, el primogénito, que fue el padre de Zif; y Maresá, que fue el padre de Hebrón. Hijos de Hebrón: Coré, Tapúaj, Requen y Semá. Semá fue el padre de Raham, que fue el padre de Jorcoán. Requen fue el padre de Samay. Samay fue el padre de Maón. Maón fue el padre de Betsur. Efá, concubina de Caleb, fue la madre de jarán, Mosá y Gazez. Jarán fue el padre de Gazez. Hijos de Yaday: Reguen, Jotán, Guesán, Pélet, Efá y Sagaf. Macá, concubina de Caleb, fue la madre de Séber y de Tirjaná, y también de Sagaf, que fue el padre de Madmana; y de Seva, que fue el padre de Macbena y de Guibeá. Además, Caleb tuvo una hija llamada Acsa. Éstos fueron los descendientes de Caleb. Los hijos de Jur, primogénito de Efrata, fueron: Sobal, padre de Quiriat Yearín; Salmá, padre de Belén, y Jaref, padre de Bet Gader. Los hijos de Sobal, padre de Quiriat Yearín, fueron: Haroé, la mitad de los manajatitas, las familias de Quiriat Yearín, los itritas, los futitas, los sumatitas y los misraítas, de quienes proceden los zoratitas y los estaolitas. Hijos de Salmá: Belén, los netofatitas, Aterot Bet Joab, la mitad de los manajatitas, los zoreítas, y las familias de los escribas que vivían en Jabés, es decir, los tirateos, los simateos y los sucateos. Éstos fueron los quenitas, descendientes de Jamat, padre de la familia de Recab. Éstos fueron los hijos de David nacidos en Hebrón: Su primogénito fue Amón hijo de Ajinoán la jezrelita; el segundo, Daniel hijo de Abigaíl de Carmel; el tercero, Absalón hijo de Macá, la hija del rey Talmay de Guesur; el cuarto, Adonías hijo de Jaguit; el quinto, Sefatías hijo de Abital; y el sexto, Itreán hijo de Eglá, que era otra esposa de David. Estos seis le nacieron en Hebrón, donde reinó siete años y seis meses. En Jerusalén reinó treinta y tres años. Allí le nacieron Simá, Sobab, Natán y Salomón, hijos de Betsabé, la hija de Amiel. Tuvo también a Ibjar, Elisama, Elifelet, Noga, Néfeg, Jafía, Elisama, Eliadá y Elifelet; nueve en total. Todos éstos fueron hijos de David, sin contar los hijos que tuvo con sus concubinas. La hermana de ellos fue Tamar. Éstos fueron los descendientes de Salomón en línea directa: Roboán, Abías, Asá, Josafat, Jorán, Ocozías, Joás, Amasías, Azarías, Jotán, Acaz, Ezequías, Manasés, Amón y Josías. Los hijos de Josías fueron: Johanán, el primero; Joacim, el segundo; Sedequías, el tercero, y Salún, el cuarto. Los hijos de Joacim fueron Jeconías y Sedequías. Los hijos de Jeconías, el desterrado, fueron Salatiel, Malquirán, Pedaías, Senazar, Jecamías, Hosamá y Nedabías. Los hijos de Pedaías fueron Zorobabel y Simí. Los hijos de Zorobabel fueron Mesulán y Jananías; Selomit fue hermana de ellos. Tuvo también estos cinco: Jasubá, Ohel, Berequías, Jasadías y Yusab Jésed. Los descendientes de Jananías fueron Pelatías e Isaías, y también los hijos de Refaías, los de Arnán, los de Abdías y los de Secanías. Los descendientes de Secanías fueron Semaías y sus hijos Jatús, Igal, Barías, Nearías y Safat; seis en total. Los hijos de Nearías fueron Elihoenay, Ezequías y Azricán; tres en total. Los hijos de Elihoenay fueron Hodavías, Eliasib, Pelaías, Acub, Johanán, Delaías y Ananí; siete en total. Los descendientes de Judá en línea directa fueron Fares, Jezrón, Carmí, Jur y Sobal. Reaías hijo de Sobal fue el padre de Yajat, y Yajat fue el padre de Ajumay y de Lajad. Éstas fueron las familias de los zoratitas. Los hijos de Etam fueron Jezrel, Ismá e Idbás. La hermana de ellos fue Jazelelponi. También fueron sus hijos Penuel, padre de Guedor, y Ezer, padre de Jusá. Éstos fueron los descendientes de Jur, primogénito de Efrata, padre de Belén. Asur, padre de Tecoa, tuvo dos esposas, Helá y Nara. Nara fue la madre de Ajusán, Héfer, Temeni y Ajastarí. Éstos fueron los hijos de Nara. Los hijos de Helá fueron Zéret, Yezojar y Etnán. Cos fue el padre de Anub, de Zobebá y de las familias de Ajarjel hijo de Harún. Jabés fue más importante que sus hermanos. Cuando su madre le puso ese nombre, dijo: "Con aflicción lo he dado a luz". Jabés le rogó al Dios de Israel: "Bendíceme y ensancha mi territorio; ayúdame y líbrame del mal, para que no padezca aflicción." Y Dios le concedió su petición. Quelub, hermano de Sujá, fue el padre de Mejir, y Mejir fue el padre de Estón; Estón fue el padre de Bet Rafá, de Paseaj y de Tejiná, padre de Ir Najás. Éstos fueron los habitantes de Reca. Los hijos de Quenaz fueron Otoniel y Seraías. Los hijos de Otoniel fueron Jatat y Meonotay, padre de Ofra. Seraías fue el padre de Joab, padre de Ge Carisín, porque sus habitantes eran herreros. Los hijos de Caleb hijo de Jefone fueron Ir, Elá y Noán. Elá fue el padre de Quenaz. Los hijos de Yalelel fueron Zif, Zifá, Tirías y Asarel. Los hijos de Esdras fueron Jéter, Méred, Éfer y Jalón. Una de las esposas de Méred con la cual tuvo a Miriam, Samay e Isba, padre de Estemoa era Bitiá, hija del faraón. La otra esposa de Méred era de la tribu de Judá, y con ella tuvo a Jéred, padre de Guedor, a Héber, padre de Soco, y a Jecutiel, padre de Zanoa. Queilá, el garmita, y Estemoa, el macateo, fueron hijos de la esposa de Hodías, es decir, de la hermana de Naján. Los hijos de Simón fueron Amnón, Riná, Ben Janán y Tilón. Los hijos de Isí fueron Zojet y Ben Zojet. Los descendientes de Selá hijo de Judá fueron Er, padre de Lecá; Ladá, padre de Maresá y de las familias que trabajan el lino en Bet Asbea; también descendientes de Selá fueron Joaquín, y los habitantes de Cozebá, Joás y Saraf, quienes (según crónicas muy antiguas) antes de volver a Belén se casaron con mujeres moabitas. Éstos eran alfareros que habitaban en Netaín y Guederá, donde se quedaron al servicio del rey. Los descendientes de Simeón fueron Nemuel, Jamín, Jarib, Zera y Saúl. El hijo de Saúl fue Salún, el de Salún, Mibsán, y el de Mibsán, Mismá. Los descendientes de Mismá en línea directa fueron Jamuel, Zacur y Simí. Simí tuvo dieciséis hijos y seis hijas; pero sus hermanos tuvieron pocos hijos, por lo cual sus familias no fueron tan numerosas como las de los descendientes de Judá. Se establecieron en Berseba, Moladá, Jazar Súal, Bilhá, Esen, Tolad, Betuel, Jormá, Siclag, Bet Marcabot, Jazar Susín, Bet Biray y Sajarayin. Éstas fueron sus ciudades hasta el reinado de David. Sus aldeas fueron Etam, Ayin, Rimón, Toquén y Asán cinco en total, más todas las aldeas que estaban alrededor de aquellas ciudades hasta la región de Baal. Éstos fueron los lugares que habitaron, según sus registros genealógicos. Mesobab, Jamlec, Josías hijo de Amasías, Joel, Jehú hijo de Josibías, hijo de Seraías, hijo de Asiel; Elihoenay, Jacoba, Yesojaías, Asaías, Adiel, Jesimiel, Benaías, Ziza hijo de Sifi, hijo de Alón, hijo de Jedaías, hijo de Simri, hijo de Semaías: todos éstos eran jefes de sus clanes. Como sus familias patriarcales llegaron a ser muy numerosas, fueron hasta la entrada de Guedor, al este del valle, en busca de pastos para sus ganados. Allí encontraron pastos buenos y abundantes, y una tierra extensa, tranquila y pacífica. En ese lugar habían vivido los descendientes de Cam. Los jefes mencionados anteriormente llegaron en los días de Ezequías, rey de Judá. Atacaron los campamentos de los descendientes de Cam y las viviendas que encontraron, y los destruyeron por completo. Y como en esa región había pastos para sus ganados, se quedaron allí en lugar de ellos, donde habitan hasta el día de hoy. Quinientos de sus soldados, que eran descendientes de Simeón y estaban bajo las órdenes de Pelatías, Nearías, Refaías y Uziel, hijos de Isí, fueron a la montaña de Seír. Después de destruir a los fugitivos del pueblo de Amalec que habían quedado, se establecieron allí, donde habitan hasta el día de hoy.
Salmo 86:
Atiéndeme, Señor; respóndeme, pues pobre soy y estoy necesitado. Presérvame la vida, pues te soy fiel. Tú eres mi Dios, y en ti confío; ¡salva a tu siervo! Compadécete, Señor, de mí, porque a ti clamo todo el día. Reconforta el espíritu de tu siervo, porque a ti, Señor, elevo mi alma. Tú, Señor, eres bueno y perdonador; grande es tu amor por todos los que te invocan. Presta oído, Señor, a mi oración; atiende a la voz de mi clamor. En el día de mi angustia te invoco, porque tú me respondes. No hay, Señor, entre los dioses otro como tú, ni hay obras semejantes a las tuyas. Todas las naciones que has creado vendrán, Señor, y ante ti se postrarán y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande y haces maravillas; ¡sólo tú eres Dios! Instrúyeme, Señor, en tu camino para conducirme con fidelidad. para temer tu nombre. Señor mi Dios, con todo el corazón te alabaré, y por siempre glorificaré tu nombre. Porque grande es tu amor por mí: me has librado de caer en el sepulcro. Gente altanera me ataca, oh Dios; una banda de asesinos procura matarme. ¡Son gente que no te toma en cuenta! Pero tú, Señor, eres Dios clemente y compasivo, lento para la ira, y grande en amor y verdad. Vuélvete hacia mí, y tenme compasión; concédele tu fuerza a este siervo tuyo. ¡Salva a tu hijo fiel! Dame una muestra de tu amor, para que mis enemigos la vean y se avergüencen, porque tú, Señor, me has brindado ayuda y consuelo.
Proverbios 17:
Más vale comer pan duro donde hay concordia que hacer banquete donde hay discordia. El siervo sabio gobernará al hijo sin vergüenza, y compartirá la herencia con los otros hermanos. En el crisol se prueba la plata y en el horno se prueba el oro, pero al corazón lo prueba el Señor. El malvado hace caso a los labios impíos, y el mentiroso presta oído a la lengua maliciosa. El que se burla del pobre ofende a su Creador; el que se alegra de verlo en la ruina no quedará sin castigo. La corona del anciano son sus nietos; el orgullo de los hijos son sus padres. No va bien con los necios el lenguaje refinado, ni con los gobernantes, la mentira. Vara mágica es el soborno para quien lo ofrece, pues todo lo que emprende lo consigue. El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos. Cala más un regaño en el hombre prudente que cien latigazos en el obstinado. El revoltoso siempre anda buscando camorra, pero se las verá con un mensajero cruel. Más vale toparse con un oso enfurecido que con un necio empecinado en su necedad. Al que devuelve mal por bien, nunca el mal se apartará de su familia. Iniciar una pelea es romper una represa; vale más retirarse que comenzarla. Absolver al culpable y condenar al inocente son dos cosas que el Señor aborrece. ¿De qué le sirve al necio poseer dinero? ¿Podrá adquirir sabiduría si le faltan sesos? En todo tiempo ama el amigo; para ayudar en la adversidad nació el hermano. El que es imprudente se compromete por otros, y sale fiador de su prójimo. Al que le gusta pecar, le gusta pelear; el que abre mucho la boca, busca que se la rompan. El de corazón perverso jamás prospera; el de lengua engañosa caerá en desgracia. Engendrar a un hijo necio es causa de pesar; ser padre de un necio no es ninguna alegría. Gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca los huesos. El malvado acepta soborno en secreto, con lo que tuerce el curso de la justicia. La meta del prudente es la sabiduría; el necio divaga contemplando vanos horizontes. El hijo necio irrita a su padre, y causa amargura a su madre. No está bien castigar al inocente, ni azotar por su rectitud a gente honorable. El que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos. Hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio; se le considera prudente si cierra la boca.
El Libro de Apocalipsis Capítulo 20 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:
EL APOCALIPSIS
DE SAN JUAN
CAPÍTULO 20
(96 d.C.)
SATANÁS
Y VI un Ángel descender del Cielo (continúa con la idea de que los Ángeles son muy prominentes en el Plan y la Obra de Dios), que tenía la llave del abismo (se refiere al mismo lugar registrado en Apoc. 9:1; sin embargo, allí se le da la llave a Satanás, pero este Ángel de Apoc. 20:1 "tiene la llave," insinúa que la tenía todo el tiempo; lo más probable es que Dios le permite a este Ángel darle la llave a Satanás en Apoc. 9:1), y una gran cadena en su mano (debiera tomarse literalmente).
2 Y prendió al dragón, aquella serpiente antigua, que es el Diablo y Satanás (como "dragón," él muestra su poder; como "serpiente," él muestra su astucia; como el "Diablo," él es el acusador; y como "Satanás," él es el adversario), y le ató por mil años (se refiere a estar atado con la gran cadena que lleva el Ángel),
3 Y lo arrojó al abismo, y le encerró, y selló sobre él (se refiere a que sellan el abismo para mantenerlo allí), para que no engañe más a las naciones, hasta que mil años sean cumplidos: y después de esto es necesario que sea desatado un poco de tiempo. (Al final del período de mil años, Satanás será suelto de su prisión. Él volverá a intentar a engañar las naciones, pero no tendrá éxito. No nos dice cuánto tiempo será "un poco de tiempo.")
EL MILENIO
4 Y vi Tronos, y se sentaron sobre ellos, y les fue dado juicio (se refiere a los 24 Ancianos que representan el Plan total de Dios, lo cual pertenece a los Redimidos de todas las edades; no nos dice quiénes son estos hombres): y vi las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por la Palabra de Dios, y que no habían adorado la Bestia, ni a su imagen, y que no recibieron la señal en sus frentes, ni en sus manos (clasifica a los Santos de la Tribulación Quienes entregaron sus vidas por la causa de Cristo; la idea es que éstos serán incluidos en la primera Resurrección de Vida y disfrutarán de todos sus privilegios); y vivieron y reinaron con Cristo mil años. (Ésta es la Edad del Reino.)
5 Mas los otros muertos no volvieron a vivir hasta que sean cumplidos mil años. (Corresponde a todos los inconversos, de hecho, todos aquellos que vivieron y murieron desde la alborada de la era. El alma y el espíritu de estas personas ya están en el Infierno [Luc. 16:19-31].) Esta es la Primera Resurrección (proclama el hecho que estas dos Resurrecciones, la Resurrección de los Justos y la Resurrección de los Injustos, estarán separadas por 1.000 años).
6 Bienaventurado y Santo el que tiene parte en la Primera Resurrección (es la Resurrección de Vida, que incluirá a todo Santo de Dios que haya vivido desde Abel hasta al último Santo de la Tribulación; todos recibirán cuerpos glorificados): la segunda muerte no tiene poder en éstos (la "segunda muerte" ha de ser echada en el Lago de Fuego, y estará allí para siempre jamás [Apoc. 2:8]; todos quienes son lavados en la Sangre del Cordero no tienen que temer la segunda muerte), antes serán Sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años. (Todos los Creyentes que tienen parte en la Primera Resurrección al mismo tiempo servirán como mediadores, por decirlo así, entre la población del mundo y Dios y Cristo. Los "mil años" representa la Edad del Reino, cuando Cristo no tendrá rival en toda la Tierra.)
SATANÁS
7 Y cuando los mil años fueren cumplidos (debiera traducirse, "terminados"), Satanás será suelto de su prisión (no tiene el propósito de deducir que es un simple acto arbitrario de parte de Dios; Él tiene una razón muy válida para hacer esto),
8 Y saldrá para engañar las naciones que están sobre los cuatro ángulos de la Tierra, a Gog y a Magog (la razón principal que el Señor le permite a Satanás esta libertad es, aparentemente, para librar la Tierra de todos quienes se oponen a Cristo; George Williams dice: "el Sábado de Creación presenció la primera seducción, y el Sábado Milenario presenció la última"; "Gog y Magog" dicho por Juan, es un término Hebreo expresivo de multitud y magnitud; aquí incluye a todas las naciones, "los cuatro cuartos de la Tierra"), a fin de congregarlos para la batalla: el número de los cuales es como la arena del mar (indica el hecho de que prácticamente toda la población de esa época en particular, los que no aceptaron a Cristo durante la Edad del Reino, compartirán la suerte de Satanás).
9 Y subieron sobre la anchura de la Tierra, y circundaron el campo de los Santos, y la ciudad amada (describe a Satanás que viene con su ejército en contra de Jerusalén, cuyo ataque será el último contra esa ciudad): y de Dios descendió fuego del Cielo, y los devoró. (Estipula que el Señor despachará rápidamente esta insurrección. De hecho, se da poca información en cuanto a este acontecimiento, como es evidente.)
10 Y el Diablo que los engañaba, fue lanzado en el Lago de Fuego y azufre (marca el fin de Satanás en cuanto a su influencia en el mundo, y, de hecho, en toda parte de la Creación de Dios), donde está la Bestia y el Falso Profeta (explica el hecho de que estos dos fueron lanzados en "el Lago de Fuego y Azufre" hace unos mil años antes [Apoc. 19:20]), y serán atormentados día y noche para siempre jamás. (Indica la Eternidad de este lugar. Es cuestión de interés observar que el primer acto de Satanás está registrado en Génesis, cap. 3 [el tercer Capítulo desde el principio], mientras que su último acto de escala mundial está mencionado en Apoc., cap. 20 [el tercer Capítulo antes del fin].)
EL JUICIO DEL GRAN
TRONO BLANCO
11 Y vi un Gran Trono Blanco (proclama el Juicio final de las personas inconversas, que ocurrirá al final de la Edad del Reino) y Al Que estaba sentado sobre él (proclama nada más que a Dios; sin embargo, hay que entender que es la Persona del Carácter Divino, el Señor Jesucristo [Mat. 25:31]; Él es el Salvador hoy; Él será el Juez mañana), de delante Del Cual huyó la Tierra y el Cielo; y no fue hallado el lugar de ellos. (Significa que un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra están en perspectiva.)
12 Y vi los muertos, grandes y pequeños, que estaban delante de Dios (pertenece a la segunda Resurrección, la Resurrección de Condenación [I Cor., cap. 15; I Tes. 4:13-18; Jn. 5:29]); y los Libros fueron abiertos: y otro Libro fue abierto, el cual es de la Vida: y fueron Juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los Libros, según sus obras (indica la manera del Juicio).
13 Y el mar dio los muertos que estaban en él; y la muerte y el Infierno dieron los muertos que estaban en ellos (señala al hecho de que toda persona sin redimir quien haya vivido afrontará el Juicio del Gran Trono Blanco; nadie estará exento): y fue hecho Juicio de cada uno según sus obras (registra el hecho de que este Juicio no es arbitrario, sino que está basado en la Justicia absoluta).
14 Y el Infierno y la muerte fueron lanzados en el Lago de Fuego (combinado, incluye a los malvados de todas las edades). Esta es la muerte segunda (separación Eterna de Dios y el Lago de Fuego).
15 Y el que no fue hallado escrito en el Libro de la Vida (se refiere al registro de todo los Redimidos), fue lanzado en el Lago de Fuego. (Incluye a toda persona que no está Redimida, empezando desde Adán y Eva. Es decir, si ellos no volvieran a Dios.)
Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.
Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.
Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.
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