26 August 2014

El 26 agosto Lectura Bíblica Diaria


El 26 de agosto Lectura Bíblica Diaria:

 
2 Crónicas 33 a 35:
 
Manasés tenía doce años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Pero hizo lo que ofende al Señor, pues practicó las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor había expulsado al paso de los israelitas. Reconstruyó los santuarios paganos que su padre Ezequías había derribado; además, erigió altares en honor de los baales e hizo imágenes de la diosa Aserá. Se postró ante todos los astros del cielo y los adoró. Construyó altares en el templo del Señor, lugar del cual el Señor había dicho: "En Jerusalén habitaré para siempre." En ambos atrios del templo del Señor construyó altares en honor de los astros del cielo. Sacrificó en el fuego a sus hijos en el valle de Ben Hinón, practicó la magia, la hechicería y la adivinación, y consultó a nigromantes y a espiritistas. Hizo continuamente lo que ofende al Señor, provocando así su ira. Tomó la imagen del ídolo que había hecho y lo puso en el templo de Dios, lugar del cual Dios había dicho a David y a su hijo Salomón: "En este templo en Jerusalén, la ciudad que he escogido de entre todas las tribus de Israel, habitaré para siempre. Nunca más arrojaré a los israelitas de la tierra en que establecí a sus antepasados, siempre y cuando tengan cuidado de cumplir todo lo que les he ordenado, es decir, toda la ley, los estatutos y los mandamientos que les di por medio de Moisés." Manasés descarrió a los habitantes de Judá y de Jerusalén, de modo que se condujeron peor que las naciones que el Señor destruyó al paso de los israelitas. El Señor les habló a Manasés y a su pueblo, pero no le hicieron caso. Por eso el Señor envió contra ellos a los jefes del ejército del rey de Asiria, los cuales capturaron a Manasés y lo llevaron a Babilonia sujeto con garfios y cadenas de bronce. Estando en tal aflicción, imploró al Señor, Dios de sus antepasados, y se humilló profundamente ante él. Oró al Señor, y él escuchó sus súplicas y le permitió regresar a Jerusalén y volver a reinar. Así Manasés reconoció que sólo el Señor es Dios. Después de esto, Manasés construyó una alta muralla exterior en la Ciudad de David, la cual iba desde el oeste de Guijón, en el valle, hasta la puerta del Pescado, y rodeaba Ofel. Además, colocó jefes militares en todas las ciudades fortificadas de Judá y sacó del templo del Señor los dioses extranjeros y el ídolo, arrojando fuera de la ciudad todos los altares que había construido en el monte del templo del Señor y en Jerusalén. Luego reconstruyó el altar del Señor, y en él ofreció sacrificios de comunión y de acción de gracias, y le ordenó a Judá que sirviera al Señor, Dios de Israel. Sin embargo, el pueblo siguió ofreciendo sacrificios en los santuarios paganos, aunque se los ofrecían sólo al Señor su Dios. Los demás acontecimientos del reinado de Manasés, incluso su oración a Dios y las palabras de los profetas que le hablaban en nombre del Señor, Dios de Israel, están escritos en las crónicas de los reyes de Israel. Su oración y la respuesta que recibió, como también todos sus pecados y rebeldías, los sitios donde erigió santuarios paganos y colocó las imágenes de la diosa Aserá y de otros ídolos, lo cual hizo antes de su humillación, todo esto está escrito en las crónicas de Jozay. Manasés murió y fue sepultado en su palacio, y su hijo Amón lo sucedió en el trono. Amón, rey de Judá Amón tenía veintidós años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén dos años. Pero hizo lo que ofende al Señor, como lo había hecho su padre Manasés, y ofreció sacrificios a todos los ídolos que había hecho su padre, y los adoró. Pero, a diferencia de su padre Manasés, no se humilló ante el Señor, sino que multiplicó sus pecados. Los ministros de Amón conspiraron contra él y lo asesinaron en su palacio. A su vez, la gente mató a todos los que habían conspirado contra él, y en su lugar proclamaron rey a su hijo Josías. Josías tenía ocho años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén treinta y un años. Josías hizo lo que agrada al Señor, pues siguió el buen ejemplo de su antepasado David; no se desvió de él en el más mínimo detalle. En el año octavo de su reinado, siendo aún muy joven, Josías comenzó a buscar al Dios de su antepasado David. En el año duodécimo empezó a purificar a Judá y a Jerusalén, quitando los santuarios paganos, las imágenes de la diosa Aserá, y los ídolos y las imágenes de metal fundido. En su presencia fueron destruidos los altares de los baales y los altares sobre los que se quemaba incienso; también fueron despedazadas las imágenes para el culto a Aserá, y los ídolos y las imágenes de metal fundido fueron reducidos a polvo, el cual fue esparcido sobre las tumbas de los que les habían ofrecido sacrificios. Quemó sobre los altares los huesos de los sacerdotes, purificando así a Judá y a Jerusalén. Lo mismo hizo en las ciudades de Manasés, Efraín, Simeón y Neftalí, y en sus alrededores. En toda la región de Israel destruyó los altares, redujo a polvo los ídolos y las imágenes de la diosa Aserá, y derribó los altares para quemar incienso. Luego regresó a Jerusalén. En el año dieciocho de su reinado, después de haber purificado el país y el templo, Josías envió a Safán hijo de Asalías y a Maseías, gobernador de la ciudad, junto con el secretario Joa hijo de Joacaz, a que repararan el templo del Señor su Dios. Éstos se presentaron ante el sumo sacerdote Jilquías y le entregaron el dinero que había sido recaudado en el templo del Señor, y que los levitas porteros habían recibido de los habitantes de Manasés y Efraín, y de todo el resto de Israel, Judá y Benjamín, y de los habitantes de Jerusalén. Luego entregaron el dinero a los que supervisaban la restauración del templo, y éstos se lo dieron a los trabajadores que estaban reparando y restaurando el templo del Señor. También les dieron dinero a los carpinteros y albañiles, a fin de que compraran piedras de cantera y madera para las vigas de los edificios que los reyes de Judá habían dejado deteriorar. Estos hombres realizaban su trabajo con honradez. Los que estaban al frente de ellos eran los levitas Yajat y Abdías, descendientes de Merari, y Zacarías y Mesulán, descendientes de Coat. Los levitas, que eran hábiles en tocar instrumentos de música, eran los jefes de los cargadores y de todos los que trabajaban en la obra, fuera cual fuera su tarea. Entre los levitas había cronistas, oficiales y porteros. Al sacar el dinero recaudado en el templo del Señor, el sacerdote Jilquías encontró el libro de la *ley del Señor, dada por medio de Moisés. Jilquías le dijo al cronista Safán: "He encontrado el libro de la ley en el templo del Señor." Entonces se lo entregó, y Safán se lo llevó al rey. Le dijo: Majestad, sus servidores están haciendo todo cuanto se les ha encargado. Han recogido el dinero que estaba en el templo del Señor, y se lo han entregado a los supervisores y a los trabajadores. En sus funciones de cronista, Safán también informó al rey que el sumo sacerdote Jilquías le había entregado un libro, el cual leyó en presencia del rey. Cuando el rey oyó las palabras de la ley, se rasgó las vestiduras en señal de duelo y dio esta orden a Jilquías, a Ajicán hijo de Safán, a Abdón hijo de Micaías, al cronista Safán y a Asaías, su ministro personal: Con respecto a lo que dice este libro que se ha encontrado, vayan a consultar al Señor por mí y por el remanente de Israel y de Judá. Sin duda que la gran ira del Señor se ha derramado contra nosotros porque nuestros antepasados no tuvieron en cuenta su palabra, ni actuaron según lo que está escrito en este libro. Jilquías y los demás comisionados del rey fueron a consultar a la profetisa Huldá, que vivía en el barrio nuevo de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salún, el encargado del vestuario, quien era hijo de Ticvá y nieto de Jarjás. Huldá les contestó: "Así dice el Señor, Dios de Israel: Díganle al que los ha enviado que yo, el Señor, les advierto: ‘Voy a enviar una desgracia sobre este lugar y sus habitantes, y haré que se cumplan todas las maldiciones que están escritas en el libro que se ha leído ante el rey de Judá. Ellos me han abandonado; han quemado incienso a otros dioses, y con todos sus ídolos han provocado mi furor. Por eso arde mi ira contra este lugar, y no se apagará. Pero al rey de Judá, que los envió para consultarme, díganle que yo, el Señor, Dios de Israel, digo en cuanto a las palabras que él ha oído: ‘Como te has conmovido y humillado ante mí al escuchar lo que he anunciado contra este lugar y sus habitantes, y te has rasgado las vestiduras y has llorado en mi presencia, yo te he escuchado. Yo, el Señor, lo afirmo. Por lo tanto, te reuniré con tus antepasados, y serás sepultado en paz. Tus ojos no verán la desgracia que voy a enviar sobre este lugar y sobre sus habitantes.' " Así que ellos regresaron para informar al rey. Entonces el rey mandó convocar a todos los ancianos de Judá y Jerusalén. Acompañado de todos los habitantes de Judá y de Jerusalén, de los sacerdotes, de los levitas y, en fin, de la nación entera, desde el más grande hasta el más pequeño, el rey subió al templo del Señor y, en presencia de ellos, leyó todo lo que dice el libro del pacto que fue hallado en el templo del Señor. Después se puso de pie, junto a la columna del rey, y ante el Señor renovó el pacto. Se comprometió a seguir al Señor y a poner en práctica, de todo corazón y con toda el alma, sus mandamientos, preceptos y decretos, cumpliendo así las palabras del pacto escritas en este libro. Después hizo que todos los que se encontraban en Jerusalén y en Benjamín confirmaran el pacto. Y así los habitantes de Jerusalén actuaron según el pacto del Dios de sus antepasados. Josías suprimió todas las costumbres detestables que había en todo el territorio de los israelitas, e hizo que todos los que se hallaban en Israel adoraran al Señor su Dios. Mientras Josías vivió, no abandonaron al Señor, Dios de sus antepasados. Josías celebró en Jerusalén la Pascua del Señor. El día catorce del mes primero celebraron la Pascua. Josías asignó las funciones a los sacerdotes y los animó a dedicarse al servicio del templo del Señor. A los levitas, que eran los encargados de enseñar a los israelitas y que estaban consagrados al Señor, les dijo: "Pongan el arca sagrada en el templo que construyó Salomón hijo de David, rey de Israel, para que ya no tengan que llevarla sobre los hombros. Sirvan al Señor su Dios y a su pueblo Israel. Organícense en turnos, según sus familias patriarcales, de acuerdo con las instrucciones que dejaron por escrito David, rey de Israel, y su hijo Salomón. Ocupen sus puestos en el santuario, conforme a las familias patriarcales de sus hermanos israelitas, de manera que a cada grupo de familias del pueblo corresponda un grupo de levitas. Celebren la Pascua, conságrense y preparen todo para sus hermanos, y cumplan con lo que el Señor ordenó por medio de Moisés." De sus propios bienes, Josías obsequió a todo el pueblo allí presente unos treinta mil corderos y cabritos y tres mil bueyes, para que celebraran la Pascua. También los jefes hicieron sus donativos para el pueblo y para los sacerdotes y levitas. Por su parte, Jilquías, Zacarías y Jehiel, oficiales del templo de Dios, entregaron a los sacerdotes dos mil seiscientos animales de ganado menor y trescientos bueyes, para celebrar la Pascua. Conanías y sus hermanos Semaías y Natanael, y Jasabías, Jeyel y Josabad, jefes de los levitas, entregaron a los levitas cinco mil animales de ganado menor y quinientos bueyes. Una vez preparada la ceremonia, los sacerdotes ocuparon sus puestos, y los levitas se organizaron según sus turnos, conforme a la orden del rey. Al sacrificar los animales para la Pascua, los sacerdotes rociaban la sangre y los levitas desollaban los animales. Luego entregaban a cada familia patriarcal del pueblo la porción que ésta debía ofrecerle al Señor, como está escrito en el libro de Moisés. Lo mismo hicieron con los bueyes. Después asaron los animales para la Pascua, conforme al mandamiento; además, cocieron las otras ofrendas en ollas, calderos y sartenes, y las repartieron rápidamente entre toda la gente. Luego prepararon la Pascua para ellos mismos y para los sacerdotes descendientes de Aarón. Los levitas tuvieron que prepararla para ellos mismos y para los sacerdotes porque éstos estuvieron ocupados hasta la noche ofreciendo los holocaustos y la grasa. Los cantores descendientes de Asaf ocuparon sus puestos, de acuerdo con lo que habían dispuesto David, Asaf, Hemán y Jedutún, vidente del rey. También los porteros permanecieron en sus respectivas puertas, y no tuvieron que abandonar sus puestos de servicio, pues sus compañeros levitas les prepararon la Pascua. Así se organizó aquel día el servicio del Señor para celebrar la Pascua y ofrecer los holocaustos en el altar del Señor, tal como lo había ordenado el rey Josías. En aquella ocasión, los israelitas allí presentes celebraron durante siete días la fiesta de la Pascua y la de los Panes sin levadura. Desde la época del profeta Samuel no se había celebrado una Pascua semejante, y ninguno de los reyes había celebrado una Pascua así, como lo hizo Josías con los sacerdotes y levitas, con los habitantes de Judá y de Israel allí presentes, y con los de Jerusalén. Esta Pascua se celebró en el año dieciocho del reinado de Josías. Tiempo después de que Josías terminó la restauración del templo, Necao, rey de Egipto, salió a presentar batalla en Carquemis, ciudad que está junto al río Éufrates, pero Josías le salió al paso. Necao envió mensajeros a decirle: "No te entrometas, rey de Judá. Hoy no vengo a luchar contra ti, sino contra la nación que me hace la guerra. Dios, que está de mi parte, me ha ordenado que me apresure. Así que no interfieras con Dios, para que él no te destruya." Josías no le hizo caso a la advertencia que Dios le dio por medio de Necao; al contrario, en vez de retirarse, se disfrazó y fue a la llanura de Meguido para pelear con Necao. Como los arqueros le dispararon, el rey Josías les dijo a sus servidores: "Sáquenme de aquí, porque estoy gravemente herido." Sus servidores lo sacaron del carro en que estaba y lo trasladaron a otro carro, y lo llevaron a Jerusalén. Allí murió, y fue sepultado en el panteón de sus antepasados. Y todo Judá y todo Jerusalén hicieron duelo por él. Jeremías compuso un lamento por la muerte de Josías; además, hasta este día todos los cantores y las cantoras aluden a Josías en sus cantos fúnebres. Estos cantos, que se han hecho populares en Israel, forman parte de las Lamentaciones. Los demás acontecimientos del reinado de Josías, sus actos piadosos acordes con la ley del Señor, y sus hechos, desde el primero hasta el último, están escritos en el libro de los reyes de Israel y de Judá.


Salmo 106:
¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! Den gracias al Señor, porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre. ¿Quién puede proclamar las proezas del Señor, o expresar toda su alabanza? Dichosos los que practican la justicia y hacen siempre lo que es justo. Recuérdame, Señor, cuando te compadezcas de tu pueblo; ven en mi ayuda el día de tu salvación. Hazme disfrutar del bienestar de tus escogidos, participar de la alegría de tu pueblo y expresar mis alabanzas con tu heredad. Hemos pecado, lo mismo que nuestros padres; hemos hecho lo malo y actuado con iniquidad. Cuando nuestros padres estaban en Egipto, no tomaron en cuenta tus maravillas; no tuvieron presente tu bondad infinita y se rebelaron junto al mar, el Mar Rojo. Pero Dios los salvó, haciendo honor a su nombre, para mostrar su gran poder. Reprendió al Mar Rojo, y éste quedó seco; los condujo por las profundidades del mar como si cruzaran el desierto. Los salvó del poder de sus enemigos, del poder de quienes los odiaban. Las aguas envolvieron a sus adversarios, y ninguno de éstos quedó con vida. Entonces ellos creyeron en sus promesas y le entonaron alabanzas. Pero muy pronto olvidaron sus acciones y no esperaron a conocer sus planes. En el desierto cedieron a sus propios deseos; en los páramos pusieron a prueba a Dios. Y él les dio lo que pidieron, pero les envió una enfermedad devastadora. En el campamento tuvieron envidia de Moisés y de Aarón, el que estaba consagrado al Señor. Se abrió la tierra y se tragó a Datán; sepultó a los seguidores de Abirán. Un fuego devoró a esa pandilla; las llamas consumieron a los impíos. En Horeb hicieron un becerro; se postraron ante un ídolo de fundición. Cambiaron al que era su motivo de orgullo por la imagen de un toro que come hierba. Se olvidaron del Dios que los salvó y que había hecho grandes cosas en Egipto: milagros en la tierra de Cam y portentos junto al Mar Rojo. Dios amenazó con destruirlos, pero no lo hizo por Moisés, su escogido, que se puso ante él en la brecha e impidió que su ira los destruyera. Menospreciaron esa bella tierra; no creyeron en la promesa de Dios. Refunfuñaron en sus tiendas de campaña y no obedecieron al Señor. Por tanto, él levantó su mano contra ellos para hacerlos caer en el desierto, para hacer caer a sus descendientes entre las naciones y dispersarlos por todos los países. Se sometieron al yugo de Baal Peor y comieron de las ofrendas a ídolos sin vida. Provocaron al Señor con sus malvadas acciones, y les sobrevino una plaga. Pero Finés se levantó e hizo justicia, y la plaga se detuvo. Esto se le acreditó como un acto de justicia para siempre, por todas las generaciones. Junto a las aguas de Meribá hicieron enojar al Señor, y a Moisés le fue mal por culpa de ellos, pues lo sacaron de quicio y él habló sin pensar lo que decía. No destruyeron a los pueblos que el Señor les había señalado, sino que se mezclaron con los paganos y adoptaron sus costumbres. Rindieron culto a sus ídolos, y se les volvieron una trampa. Ofrecieron a sus hijos y a sus hijas como sacrificio a esos demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas. Al ofrecerlos en sacrificio a los ídolos de Canaán, su sangre derramada profanó la tierra. Tales hechos los contaminaron; tales acciones los corrompieron. La ira del Señor se encendió contra su pueblo; su heredad le resultó aborrecible. Por eso los entregó a los paganos, y fueron dominados por quienes los odiaban. Sus enemigos los oprimieron, los sometieron a su poder. Muchas veces Dios los libró; pero ellos, empeñados en su rebeldía, se hundieron en la maldad. Al verlos Dios angustiados, y al escuchar su clamor, se acordó del pacto que había hecho con ellos y por su gran amor les tuvo compasión. Hizo que todos sus opresores también se apiadaran de ellos. Sálvanos, Señor, Dios nuestro; vuelve a reunirnos de entre las naciones, para que demos gracias a tu santo nombre y orgullosos te alabemos. ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, eternamente y para siempre! ¡Que todo el pueblo diga: " Amén y amén."! ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!


Proverbios 6:
Hijo mío, si has salido fiador de tu vecino, si has hecho tratos para responder por otro, si verbalmente te has comprometido, enredándote con tus propias palabras, entonces has caído en manos de tu prójimo. Si quieres librarte, hijo mío, éste es el camino: Ve corriendo y humíllate ante él; procura deshacer tu compromiso. No permitas que se duerman tus ojos; no dejes que tus párpados se cierren. Líbrate, como se libra del cazador la gacela, como se libra de la trampa el ave. ¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría! No tiene quien la mande, ni quien la vigile ni gobierne; con todo, en el verano almacena provisiones y durante la cosecha recoge alimentos. Perezoso, ¿cuánto tiempo más seguirás acostado? ¿Cuándo despertarás de tu sueño? Un corto sueño, una breve siesta, un pequeño descanso, cruzado de brazos... ¡y te asaltará la pobreza como un bandido, y la escasez como un hombre armado! El bribón y sinvergüenza, el vagabundo de boca corrupta, hace guiños con los ojos, y señas con los pies y con los dedos. El malvado trama el mal en su mente, y siempre anda provocando disensiones. Por eso le sobrevendrá la ruina; ¡de repente será destruido, y no podrá evitarlo! Hay seis cosas que el Señor aborrece, y siete que le son detestables: los ojos que se enaltecen, la lengua que miente, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que hace planes perversos, los pies que corren a hacer lo malo, el falso testigo que esparce mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos. Hijo mío, obedece el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Grábatelos en el corazón; cuélgatelos al cuello. Cuando camines, te servirán de guía; cuando duermas, vigilarán tu sueño; cuando despiertes, hablarán contigo. El mandamiento es una lámpara, la enseñanza es una luz y la disciplina es el camino a la vida. Te protegerán de la mujer malvada, de la mujer ajena y de su lengua seductora. No abrigues en tu corazón deseos por su belleza, ni te dejes cautivar por sus ojos, pues la ramera va tras un pedazo de pan, pero la adúltera va tras el hombre que vale. ¿Puede alguien echarse brasas en el pecho sin quemarse la ropa? ¿Puede alguien caminar sobre las brasas sin quemarse los pies? Pues tampoco quien se acuesta con la mujer ajena puede tocarla y quedar impune. No se desprecia al ladrón que roba para mitigar su hambre; pero si lo atrapan, deberá devolver siete tantos lo robado, aun cuando eso le cueste todas sus posesiones. Pero al que comete adulterio le faltan sesos; el que así actúa se destruye a sí mismo. No sacará más que golpes y vergüenzas, y no podrá borrar su oprobio. Porque los celos desatan la furia del esposo, y éste no perdonará en el día de la venganza. No aceptará nada en desagravio, ni se contentará con muchos regalos.



El Libro de Mateo Capítulo 18 del Nuevo Testamento del Expositor por Jimmy Swaggart:

EL SANTO EVANGELIO SEGÚN
SAN MATEO

CAPÍTULO 18
(32 d.C.)
JESÚS EXPLICA LA GRANDEZA

EN aquel tiempo se llegaron los Discípulos a Jesús (probablemente en la casa de Pedro), diciendo, ¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos? (Jesús se dirigió a hablar de actitudes erróneas.)
2 Y llamando Jesús a un niño, le puso en medio de ellos (la lección singular y extraordinaria enseñada por Cristo),
3 Y dijo, De cierto os digo, que si no os convertís (Nacer de Nuevo), y fuereis como niños (un niño depende totalmente de sus padres, y los Creyentes deben depender de Cristo), no entraréis en el Reino de los Cielos (falta de la dependencia total en Cristo y la Cruz, lo atraerá a la incredulidad y, de tal modo, a una condición perdida).
4 Así que, cualquiera (no hay excepciones algunas a esta regla) que se humillare como este niño (requisito para la grandeza), éste es el mayor en el Reino de los Cielos (dirección contraria del estándar del mundo).
5 Y cualquiera que recibiere a un tal niño en Mi Nombre a Mí recibe (Creyentes que dependen de sí mismos, no aceptarán la Cruz, porque es lo que significa esto y, por lo tanto, no recibirán a alguien que la acepta [Luc. 9:27-28]).

LA SERIEDAD DE LAS
OFENSAS

6 Pero cualquiera que hace tropezar a alguno de estos pequeños que creen en Mí (no se refiere a los Cristianos débiles como lo creen algunos, al contrario, a los que confían en Cristo y la Cruz exclusivamente), mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le ahogara en lo profundo del mar (Cristo emplea otra vez el simbolismo).
7 ¡Ay del mundo por las ofensas! (Ofensas contra los Verdaderos Creyentes.) porque necesario es que vengan ofensas (debido a la Caída); ¡mas ­ay de aquel hombre por el cual viene la ofensa! (Todos los que tocan a los Verdaderos Creyentes tocan a Cristo.)
8 Por tanto, si tu mano o tu pie te fuere ocasión de caer, córtalo y échalo de ti (simbolismo): mejor te es entrar cojo o manco en la vida, que teniendo dos manos o dos pies para ser echado en el fuego eterno (aunque no ofender a los Verdaderos Creyentes no salvará a nadie, ofenderlos provocará definitivamente el grado más serio de castigo en la eternidad).
9 Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo y échalo de ti: mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos para ser echado en el Infierno del fuego (Cristo continúa empleando el simbolismo).
10 Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños (uno quien confía en Cristo y la Cruz); porque os digo que sus Ángeles en los Cielos ven siempre la Faz de Mi Padre que está en los Cielos (se asigna a cada Verdadero Creyente un Ángel, quien reporta al Padre Celestial, cualesquiera y todas las cosas que tiene que ver con ese Creyente).

LA OVEJA PERDIDA

11 Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido (la Salvación fue pagada a un gran precio; por lo tanto, todos los que aceptan esta Salvación se convierten en propiedad de Dios el Padre [I Cor. 6:20]).
12 ¿Qué os parece? Si tuviese algún hombre cien ovejas, y se descarriase una de ellas, ¿no iría por los montes (indica los esfuerzos extensos del Señor para encontrar al perdido), dejadas las noventa y nueve, a buscar la que se había descarriado? (Prueba que los Creyentes pueden perderse y, por lo tanto, refuta la doctrina de la Seguridad Eterna Incondicional que no está de acuerdo a Las Sagradas Escrituras.)
13 Y si aconteciese hallarla (explica el hecho de que es posible que no encontraron las ovejas), de cierto os digo, que más se goza de aquella, que de las noventa y nueve que no se descarriaron (no es la intención de dar aprobación a la perdición, al contrario, sino en el hallazgo; porque si no, sería una gran victoria para Satanás).
14 Así, no es la Voluntad de vuestro Padre que está en los Cielos, que se pierda uno de estos pequeños (declara el hecho de que un Creyente puede dejar de creer y, por lo tanto, se convierte en un incrédulo; si es así, tal persona estará perdido; esto demuestra el valor precioso del alma).

LOS CONFLICTOS ENTRE
LOS CREYENTES

15 Por tanto, si tu hermano (hermano en el Señor) pecare contra ti (peca contra usted), ve y redargúyele entre ti y él solos: si te oyere, has ganado a tu hermano (la manera de resolver conflictos).
16 Mas si no te oyere, toma aun contigo uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra (en la audiencia de testigos imparciales).
17 Y si no oyere a ellos, dilo a la Iglesia: y si no oyere a la Iglesia (los Ancianos de la Iglesia), tenle por pagano y Publicano (no puede haber compañerismo).

EL PODER DE LOS CREYENTES

18 De cierto os digo, Que todo lo que atareis en la Tierra, será atado en el Cielo: y todo lo que desatareis en la Tierra, será desatado en el Cielo (si el Creyente se comporta Bíblicamente, la decisión determinada será honrada y ratificada en el Cielo).

EL PODER DE LA
ORACIÓN UNIDA

19 Otra vez os digo, Que si dos de vosotros se convinieren en la Tierra, acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por Mi Padre que está en los Cielos (“cualquier cosa” es condicional si es la Voluntad de Dios; Dios nunca permitirá que Su Palabra sea utilizada contra Él Mismo).
20 Porque donde están dos o tres congregados en Mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (el requisito es reunirse en Su Nombre; hacer esto con sólo dos o tres, en los Ojos de Dios, constituye una “Iglesia”).

EL PERDÓN

21 Entonces Pedro, llegándose a Él, dijo, Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que pecare contra mí? ¿hasta siete? (Fue una de las preguntas más importantes hecha por cualquier Discípulo.)
22 Jesús le dice, No te digo, Hasta siete: mas, Aun hasta setenta veces siete (debe haber perdón ilimitado [Luc. 17:4]).
23 Por lo cual, el Reino de los Cielos es semejante a un cierto rey, que quiso hacer cuentas con sus siervos (una Parábola que ilustra el principio del perdón).
24 Y comenzando a hacer cuentas (para cuadrar los libros), le fue presentado uno que le debía diez mil talentos (si era en oro, representaba aproximadamente cuatro mil millones de dólares; si era en plata, representaba aproximadamente ochenta millones de dólares; ¡una enorme suma que dicho así ni abarca la enormidad de esta cantidad en lo más mínimo!).
25 Mas a éste, no pudiendo pagar, mandó su señor venderle, y a su mujer, e hijos, con todo lo que tenía, y que se le pagase la deuda (representa el pecador que no tiene esperanza alguna de pagar una cantidad tan asombrosa, ¡no importa lo que él haga!).
26 Entonces aquel siervo, postrado, le adoraba, diciendo, Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo (él no podía pagar una deuda tan extensa, y tampoco nosotros podemos, que precisamente tiene la intención de ilustrar lo que le debemos a Dios).
27 El señor, movido a misericordia de aquel siervo, le soltó y le perdonó la deuda (perdonar a alguien, es, al mismo tiempo, soltarlo).
28 Y saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios (representa unos trescientos dólares): y echándole mano, le ahogaba, diciendo, Págame lo que debes (no demostró la compasión que había sido demostrada a él; llega a ser más atroz cuando considera la diferencia en la deuda).
29 Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba, diciendo, Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo (dice básicamente la misma cosa, como el primer deudor había dicho).
30 Mas él no quiso (no le perdonaría los trescientos dólares): sino fue, y le echó en la cárcel hasta que pagase la deuda (que significa que puesto que él está en la prisión lo hace implícitamente imposible que él pudiera pagar la deuda; es probable que va a permanecer allí hasta que él muera).
31 Y viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y viniendo declararon a su señor todo lo que había pasado (para estar seguro, el Señor siempre sabe lo que fue hecho).
32 Entonces llamándole su señor (Cristo es Señor de todos), le dice (al que él había perdonado los diez mil talentos), Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste (el no perdonar a otros es muy malvado, y lo coloca en la categoría de un “siervo malvado”):
33 ¿No te convenía también a ti tener misericordia de tu consiervo, como también yo tuve misericordia de ti? (Nosotros nunca debemos olvidarnos de cuánto nos ha perdonado el Señor, y además, demostrar el mismo espíritu hacia los demás, quienes nos deben mucho menos de lo que nosotros le debemos al Señor.)
34 Entonces su señor, enojado (airado), le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía (la carencia del perdón de otros revoca el perdón de Dios para nosotros; ¡qué pensamiento sobrio!).
35 Así también hará con vosotros Mi Padre Celestial, si no perdonareis de vuestros corazones cada uno a su hermano sus ofensas (el perdón verdadero viene del corazón y Dios sabe cuando es verdadero).


Primera Corintios Capítulo 13:
Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor.


Hebreos 10:35-12:4
Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido. Pues dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará. Pero mi justo vivirá por la fe. Y si se vuelve atrás, no será de mi agrado." Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás y acaban por perderse, sino de los que tienen fe y preservan su vida. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos. Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve. Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía. Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios. En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan. Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe. Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba. Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor. Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa. Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar. Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria. Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella. Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad. Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: "Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac." Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos. Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro. Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón. Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales. Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey. Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado. Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron. Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor. Por la fe la prostituta Rahab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías. ¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros. Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad. Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles. Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados. ¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas. Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa. Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor. Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo. En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre.


Romanos 8:
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo liberarnos porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu. Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. Sin embargo, ustedes no viven según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios vive en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu que está en ustedes es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes. Por tanto, hermanos, tenemos una obligación, pero no es la de vivir conforme a la naturaleza pecaminosa. Porque si ustedes viven conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los malos hábitos del cuerpo, vivirán. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!" El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria. De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros. La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia. Así mismo, en nuestra debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes conforme a la voluntad de Dios. Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito. Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó. ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: "Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero." Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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